Domingo III de Pascua
(Lo reconocieron al partir el pan)
Seguimos celebrando la Pascua. La lectura del Evangelio nos sigue presentando manifestaciones de Jesús resucitado a los diversos apóstoles. Hoy nos habla de ese encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Dos discípulos vuelven a su pueblo (Emaús) que dista poco de Jerusalén. Van desanimados, cariacontecidos, fracasados, por la muerte de Jesús. Todo su gozo en un pozo. Y es cuando Jesús se les hace el encontradizo, como si fuera un peregrino que recorre al mismo camino. Ellos no le reconocen. Y es Jesús el que inicia la conversación. Cuando llegan a la casa de los dos discípulos, invitan al forastero a entrar y quedarse, porque está anocheciendo. Y en la cena, Jesús se adelanta a partir el pan. Y en ese gesto sencillo, muchas veces visto por ellos, descubren que era Jesús. Pero Jesús desaparece. Le reconocieron al partir el pan. Acaba el relato diciendo: “A ellos se les abrieron los ojos. Pero él desapareció.
Jesús había resucitado, como les había anunciado. Ya había dado pruebas de ello, apareciéndose. Ahora ya lo saben, y eso les tiene que devolver el ánimo perdido y recobrar la esperanza. Jesús ha cumplido con creces su misión. Lo ha dado todo, hasta la vida. Lo ha enseñado todo. Ahora son sus discípulos los que tienen que tomar el testigo, y actuar. El paso de Jesús por esta tierra, ha terminado. Seguirá estando a su lado, animándolos, sosteniéndolos, acompañándolos. Pero lo hará por medio de su Espíritu. Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que será quien les acompañe en adelante. Y comenzará la Iglesia. Jesús desaparece físicamente. Ahora, su voz, sus palabras, sus enseñanzas, su ejemplo, correrán a cargo de sus discípulos. “Como el Padre me envió, así yo os envío”. Seréis mis testigos”. “Id al mundo entero, y anunciad la buena noticia del evangelio.
En el camino de la vida, Jesús camina con nosotros, aunque nosotros no nos damos cuenta porque estamos abrumados por nuestras tristezas, nuestras preocupaciones, nuestros problemas. Un cristiano es aquel que está convencido de que Jesús estará con nosotros hasta el fin del mundo, y cumple su promesa. El salmo del Buen Pastor, nos lo recuerda: ”Aunque camine por cañadas oscuras (por toda clase de dificultades) nada temo, porque tú vas conmigo”.
También nosotros, como los discípulos de Emaús, podemos decirle a Jesús:”Quédate con nosotros”. No nos dejes nunca, aunque oscurezca en nuestra vida, porque sólo en ti encontramos el gozo, la paz, y la razón para vivir y amar. O, también, podemos rezar con la Iglesia:”Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque atardece; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra débil esperanza. Así, podremos reconocerte en la Escritura (la Palabra de Dios), en la fracción del Pan (la Eucaristía) y en los hermanos (los hombres).
Félix González
Jesús, Cristo, el Resucitado, se ha quedado donde siempre estuvo: en la creación entera y en la humanidad de todos los tiempos.
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1, 11)
Lo que acontece desde su resurrección, es que hemos recibido Espíritu Santo, el mismo Espíritu que albergaba Jesús y que le condujo a la entrega total y a la verdad plena.
Nosotros, los cristianos, vivimos inmersos en esa resurrección sin haber desarrollado la suficiente consciencia que nos permita apreciarla. Los de Emaús, María Magdalena, los apóstoles en la barca…no percibieron de inmediato la novedad de Quien se les acercaba.
Desde entonces, todo y todos somos presencia de Cristo resucitado.
Por otra parte, el hecho de la salvación que es definitivo, al tiempo, es un proceso obligadamente temporal, por eso Jesús trae su Reino, para desarrollarlo en el tiempo y ¡con nosotros!
Aquello que está culminado desde siempre, debía realizarse a través de la humanidad que fue condensada en Cristo.
Sabemos que somos esa humanidad y por tanto estamos inextricablemente unidos a Cristo.
Posiblemente los dos de Emaús vieron a Cristo resucitado cada uno en el otro.