Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario (2014)
(Venid… porque tuve hambre y me disteis de comer)
Hoy es el último domingo del año litúrgico, es decir del año de la Iglesia. Como sabéis el año eclesiástico no empieza el día uno de enero (como el año civil) sino el primer domingo de Adviento, cuatro semanas antes de la Navidad. Por tanto el domingo que viene será el primer día de adviento y el comienzo del año litúrgico.
Y el último domingo, que es hoy, se celebra la solemnidad de “Cristo Rey”. Pero Jesús es rey al modo del pastor de las ovejas. Que se preocupa de ellas, las cuida, las lleva a buenos pastos, las busca si se pierden, las defiende del lobo o de enemigo. Vive para ellas y endiente de ellas. Así eran los antiguos reyes de Israel.
¡Qué hermosa es la primera lectura que hemos escuchado, tomada del profeta Ezequiel! Ahí se refleja Dios, como rey-pastor, ocupado en cuidar de sus ovejas. Leamos nuevamente alguna parte de la lectura ya hecha: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas… seguiré el rastro de las ovejas y las libraré., sacándolas de todos los lugares por donde se dispersaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo las apacentaré y las haré sestear. Buscaré a las que se han perdido, vendaré sus heridas, curaré a las enfermas”…
Y el salmo, tantas veces rezado, también nos recuerda que Dios ese buen pastor, con el que nada me falta.
Pero es el evangelio el que nos dice que el mismo Dios se identifica con nosotros, con el pobre, el enfermo, el hambriento, el abandonado, etc.. Dirá: Os aseguro que lo que hicisteis con ellos (los más necesitados) conmigo lo hicisteis”. Esto es muy serio, muy consolador, y muy exigente.
San Mateo, en el Evangelio, resalta cómo lo que más cuenta ante el Señor, es lo que se hace, o deja de hacer, al prójimo: benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, fui forastero y me acogisteis, estuve encarcelado y me visitasteis, estuve desnudo, y me vestisteis….
La mejor forma de demostrar que amamos a Dios, es amar al prójimo. Eso no tiene engaño. Eso es lo que te da la medida del amor a Dios. Ojalá que podamos escuchar de labios de Dios, aquellas palabras: ¡Venid, benditos de mi padre, a poseer el Reino, por fui un pobre necesitado, y me acogisteis.
Félix González
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