Corazones en red

Un año más nos llega el comienzo de la cuaresma que nos conducirá a vivir los grandes misterios de Jesús, su Muerte, Resurrección y Ascensión al cielo. Cuarenta días para reflexionar con más calma; cuarenta días, para intentar vivir, guiados por el Evangelio, más cerca de lo que Jesús quiere de cada uno, y tiene derecho a esperar: cuarenta días para tratar de poner en práctica lo que se nos dice con la imposición del signo de la ceniza: “Conviértete”. Conviértete para que creas en el evangelio, para que no sea simplemente, el Evangelio, un librito que leo de vez en cuando, incluso todos los días, pero que no influye a penas en mi vida de cada día. Se podría cambiar el orden de los términos, y tal vez apareciese más claro el sentido. En vez de decir “conviértete y cree en el evangelio”, decir, mejor, “cree en el evangelio y conviértete”. Para convertirse, primero hay que creer en el evangelio. Y creer significa vivirlo, ponerlo en práctica. Entonces, sí que se obra la conversión, porque en eso consiste, y no en otras cosas. Buen comienzo para este camino cuaresmal. Sólo el evangelio, solo el seguimiento fiel de Jesús, nos lleva a olvidarnos de nosotros mismos, a tener presente a Jesús, y a meter en nuestra vida a aquellas personas que nos necesitan. Que no hay conversión, sin acercarnos al hermano. Hay algunas cosas que nos pueden ayudar (solo ayudar; pero vale la pena intentarlo), a dar pasos hacia la conversión. En las lecturas de este día, se nos habla de esas cosas: “Oración, penitencia y limosna”. Pero ni la oración es mascullar oraciones como un papagayo o un tibetano; ni la penitencia consiste en hacer cuantos más sacrificios, mejor; ni la limosna es desprendernos de unas monedas que no afectan para nada a nuestra economía y a nuestra vida de austeridad. No; nada de eso ayuda a la conversión. La oración ha de ser una conversación frecuente con Dios, que consistirá tanto en hablarle como en escucharle. Diálogo con Dios, no monólogo consigo mismo. La penitencia, tiene que tener un sentido reparador, de nuestros pecados y de nuestras conductas, poco o nada fraternas. Y la limosna, debe responder a un verdadero y sincero compartir, que, de alguna manera, repercuta en nuestro presupuesto, por lo menos de caprichos y cosas innecesarias o superfluas. Vale la pena, que ya desde el principio, reflexionemos sobre lo que queremos que sea para nosotros, esta cuaresma.

La imposición de la cenizas, significa, un reconocimiento público, por el cual nos declaramos frágiles, incapaces, pecadores, en busca de la misericordia de Dios.

El Ritual de la Imposición de la Ceniza nos lleva, entonces, a recordar nuestra nada. Las palabras de una de las fórmulas de imposición de la ceniza nos recuerdan lo que somos: “Polvo eres y al polvo volverás”. Es decir, nada somos ante Dios. Somos tan poca cosa como ese poquito de ceniza, ese polvillo, que se vuela con un soplido de brisa, o que desaparece con tan sólo tocarlo. Eso somos ante Dios: muy poca cosa .

Félix González

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