Corazones en red

El hecho de los milagros siempre ha ejercido un gran atractivo para mucha gente. Lo llamativo, lo singular, lo extraordinario, ocupa un lugar prevalente en el aprecio y valoración de esa gente “milagrera”. Llevamos una temporada en que los milagros de apariciones de la Virgen o del Señor, escasean más. Será porque la gente está más preocupada por la crisis económica, por la falta de trabajo, o por los recortes de sueldos. Hubo unos años en que esas apariciones o milagros menudeaban con más frecuencia. Y siempre había numerosas personas que eran fuertemente atraídas por el acontecimiento. Y si me apuran, diría que hay muchos que siguen pidiendo a Dios, constantemente, milagros.

La fe en la providencia, que aunque sea un milagro constante, no se contabiliza como tal, puede quedar en un muy segundo lugar. Pertenece más al terreno de la fe que al de lo llamativo y espectacular. Y, sin embargo, estamos continuamente rodeados de milagros, que pasan, con frecuencia, desapercibidos como tales. Es el caso de la misma vida; de la bondad de muchas personas, en un mundo de egoísmos y violencia; de la concepción y nacimiento de un niño; de la sonrisa de un enfermo grave, etc…

Siempre me ha llamado la atención lo que Marcos, nos narra en el evangelio (3, 7-12). Ante la ingente muchedumbre que le seguía o le esperaba a la orilla del lago..”encargó sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos se le echaban encima para tocarlo”.

No parece que aquella gente siguiese a Jesús para escuchar sus palabras, su mensaje. No. Buscaban más milagros. Todavía hoy acude mucha gente a Lourdes, Fátima, El Escorial, etc.. buscando el milagro. Pero la misma Iglesia exige un milagro para beatificar a una persona y otro para canonizarla. No le basta con probar que esa persona vivió santamente, y así es considerada por todos los que la conocieron. No. Debe darse el milagro. Tenemos el ejemplo de San Damián de Molokai, que aunque era reconocido como santo por una buena parte del mundo, y todos los que conocían su vida, no obstante, hasta que se obraron los milagros exigidos, no se le pudo canonizar.  Me pregunto: ¿uno es santo porque hace milagros, o porque vivió su fe heroicamente?

Si la misma Iglesia oficial busca milagros, ¿cómo nos puede extrañar que el pueblo cristiano lo haga?  La santidad de vida, independientemente de milagros espectaculares, es ya un verdadero milagro, pues es la acción de Dios en uno de sus hijos. Y  sin la intervención de Dios, no es posible la santidad.

¡Qué hermosas aquellas palabras de Jesús:”Buscad primero el Reinado de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Incluso los milagros

                                                                                                            Félix González

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