Del desamparo a la ternura

“Ungidos y amparados”

Nunca me ha gustado el nombre de “Desamparados” para referirnos a las Hermanas religiosas que cuidan de los ancianos en cientos de centros… Acabo de vivir la celebración de la Unción de los Enfermos en uno de ellos, junto al capellán que me pidió ayuda, y la sensación en toda la celebración ha sido la misma: he sentido el deseo de cambiar el nombre como se cambió el de la “extremaunción” por la Unción de los Enfermos. El nombre que yo pondría sería: “Las Hermanitas de los Ungidos y Amparados”, porque es lo que ellas hacen.

La celebración ha sido en el contexto de la Pascua; se han preparado para comulgar por pascua florida, lo que ellos llaman el cumplimiento pascual, y han coronado con esta Eucaristía en la que se les ha ungido con el óleo de los enfermos a todos en asamblea. Me ha encantado ir uno por uno y proclamar “por esta santa unción y su bondadosa misericordia…” Me miraban fijamente, agradecidos, confiados, silenciosos, profundos, emocionados, sonriendo, tocándome… He llegado a acariciar y besar a alguna anciana. Como hice esta mañana, sin saber por qué, con la fotografía de mi madre que tengo en la mesilla del dormitorio. Al ungir, me he sentido ungido, tocado por la resurrección, por el Cristo Glorioso. Estas unciones me han sanado de verdad en esta hora celebrativa y curativa.

Mientras el compañero, José Luis, les hablaba en una homilía entrañable y cercana, yo sentía el cambio de nombre como la gracia de la resurrección. Lo decía Jesús, que convenía que Él se fuera, pasara por la muerte y resucitara, porque nos enviaría el Espíritu y nosotros haríamos obras mayores que Él con su fuerza y su gracia. Es cierto, hemos leído el Evangelio de Mateo donde nos decían que le llevaban a Jesús  ciegos, cojos, lisiados, enfermos de todas clases. Nos ha explicado el capellán que muchos serían mayores en esa sociedad.

Hoy, yo veía cumplido en este signo de Badajoz la promesa de Jesús, cuántos ancianos y enfermos que se veían o se podían ver sin amparo, sin protección, han sido ungidos y amparados por la ternura y el cuidado de otros, tocados por el Espíritu del Resucitado. Y, de un modo singular, en el carisma de Santa Teresa de Jesús Jornet y de todas las que han optado por este camino de resurrección y vida para amparar y ungir a lo débil del mundo para, así, confundir a los fuertes. La limpieza que  se respiraba en la asamblea, la paz, el canto, la cercanía, la humildad, la unidad… todo se hacía presencia del Resucitado, heridas de clavos y lanzadas más que sanadas y fecundas para todos.

Desde  este centro, se me iba la mente a la Residencia de La Granadilla, donde desempeño mi ministerio como capellán. Allí seguía viendo amparo y unción en manos seculares de lo público, casi doscientos ancianos mayores. De otros modos y con otras formas, de nuevo está allí la curación, el acompañamiento, la fiesta, la religiosidad, la justicia, la dignidad. Imparable el Resucitado, tanto en lo privado religioso como en lo  público.

Pero estos que están en centros, privados o públicos, son una minoría comparados con todos los  mayores que están en sus casas y con sus familias, recibiendo  un cuidado lleno de cariño y ternura, de unción y protección amorosa. Todo un tesoro incalculable de bien social y comunitario que fundamenta lo más grande de una sociedad, su humanismo. En todos los casos, un mismo espíritu y un mismo ideal, el hombre como centro  del humanismo, la persona como valor absoluto. En el fondo, el cumplimiento sagrado de la bendición evangélica, según pensamos los creyentes: “Venid vosotros, benditos de mi Padre, porque estuve mayor, anciano, dependiente y vosotros fuisteis mi unción y mi amparo”. Pero queda la tarea de que esta unción y amparo se universalice y toque a todos, para que ningún mayor se pueda sentir desamparado.

Ojalá se multipliquen los hermanos que ungen y amparan todo lo humano con dignidad, y ojalá la sociedad favorezca y desarrolle al máximo los medios para que no falte este amparo a los mayores.

José Moreno Losada. Sacerdote de Badajoz