El arzobispo de Badajoz y sus curas

(Carta del Arzobispo Celso Morga a su presbiterio)

villafranca605aVoy camino de Madrid para agenciar cuestiones burocráticas de mi próximo viaje a Quito (Ecuador) para compartir nuestros trabajos con la Universidad Pontifica Católica, desde el grupo de innovación didáctica de la universidad de Extremadura, donde desarrollamos didácticas sobre del desarrollo de las competencias éticas en la universidad. Al ir solo, uso como medio de transporte el tren lento que une la periferia con la capital madrileña –deseando una red ferroviaria rápida, limpia y económica, como ha dicho nuestro presidente en el día de Extremadura-.

En el tren se va más cómodo, se lee y se puede trabajar algo mejor. Entre las cosas que llevo para el camino, prensa, revista teológica, algún archivo para corregir, está la carta que recibí ayer de mi arzobispo Celso Morga. Algún compañero me había hecho referencia positiva a ella, pero aún no la había leído. Y según la fui leyendo, hizo eco en mi interior, dejándome una sensación de cierto gozo, paz, serenidad y bastante ánimo. Sentí satisfacción y la recibí como algo propio y personal, sabiendo que está dirigida a todos los sacerdotes y en todas las situaciones.

Es el primer rasgo que me atrae y destaco, se dirige a todos nosotros y se detiene de un modo específico en grupos determinados. Comienza con un saludo en el que desea que su presencia entre nosotros, como obispo, no sea de obstáculo sino de verdadera paternidad, de amistad, de consuelo y de apoyo en nuestra labor pastoral que la considera suya. Nos invita a ser diócesis, con claves conciliares, y nos dice que cuenta con nuestra cooperación sacerdotal generosa y alegre para formar una familia (diócesis) unida, en la que todos, con sus talentos y carismas, se sientan queridos, comprendidos y acogidos, y así se pueda enriquecer toda la archidiócesis. Sin obviar los defectos nuestros y suyos en los que nos tenemos que aceptar y comprender. Se compromete a intentar colocar a cada uno en el lugar y misión donde pueda sentirse más a gusto y dar lo mejor de sí mismo a favor de los demás, aunque esto tiene sus dificultades que acepta y nos pide a todos cierto sacrificio para saber llevar los fallos que puedan darse en esta responsabilidad suya.

Me agrada leer, que además de pedir nuestra comprensión para sus debilidades y fallos, lo que más le preocupe es que algún sacerdote de nuestro presbiterio pueda sentir, por culpa suya o de los demás compañeros, el zarpazo de la indiferencia, del abandono, de la incomprensión o de la soledad. Distingue, creo que con mucho acierto, la soledad sacerdotal que está habitada de modo trascendente, de aquella que nace de una ausencia de verdadera fraternidad y amistad sincera entre nosotros.

A partir de ahí, se dirige a los jubilados agradeciéndoles sus vidas y todas las ayudas que siguen realizando en medio del pueblo de Dios, junto a los demás compañeros. Se une a los enfermos pidiéndoles que den sentido ministerial a su proceso de dolor, y desea que ninguno se encuentre solo en esta situación. Y se dirige, con especial cariño, a los que puedan estar pasando un momento delicado o difícil en su vida sacerdotal, invitándoles a la oración auténtica, a compartir su situación con otros hermanos sacerdotes, a usar medios humanos y profesionales, psicológicos o médicos, que les puedan ayudar a clarificar, discernir, elegir, o sanar humana y espiritualmente. No olvida a los sacerdotes que dejaron el ministerio, agradeciendo la tarea realizada en sus vidas, que los lleva en el corazón y que se muestra disponible, para todos los que quieran regularizar su situación eclesial.

Una carta sencilla, vital, pastoral, de ánimo y cercanía. Imagino que esta sensación que provoca en mí es generalizada en el clero, más de uno me lo ha comentado y hemos coincidido en que este modo nos alegra y nos motiva. Ojalá realmente se creen y se fomenten estos lazos de fraternidad y colaboración entre el pastor y todos nosotros, colaboradores suyos, en la tarea diocesana, que sepamos servir al pueblo con dedicación ilusionada y comprometida, que cada uno aportemos lo mejor de nosotros mismos –aun con nuestras limitaciones y defectos- y que la Iglesia sea rica y fecunda en las obras del Espíritu.

Comparto este sentimiento de Pastor de nuestro arzobispo, y me uno en el deseo de centrarnos en el año de la Misericordia. Apostaremos, unidos en el Espíritu, para que la fraternidad sea nuestro distintivo, y de este modo facilitemos al Pastor el ejercicio de su paternidad, que como nos ha manifestado en su carta quiere ser entrañable. Que nuestra unión llene de misericordia y compasión la realidad, para que el Evangelio llegue a los que más lo necesiten y estén sufriendo. Agradezco la sencillez y cercanía de su escrito a nuestro presbiterio. Nos hace bien.

José Moreno Losada.