La vida, nos trae y nos lleva

“No hay vuelta, la vida  nos trae y nos lleva”

(Volver a la casa y al pueblo)

Volver sentidos y entregados

Amalgama de sentimientos confundidos, sin control. Aparentemente normalización, alegría, buenas presencias y palabras amables y de cariño… pero el frío interior corta el ánimo, la ausencia se hace grito de la presencia que duele, el vacío no sólo está hueco sino caído, y no sabes cómo sentirlo, mucho menos cómo decirlo y compartirlo. Nos hemos subido al coche para volver, hemos salido de Granja de Torrehermosa, íbamos ya por Azuaga, el silencio era total, pero ninguno de los tres  hermanos estábamos callados en nuestro interior, todos musitando, sintiendo, elaborando, controlando, evaluando, repasando. Al menos yo,  detalle por detalle, palabra por palabra, gesto por gesto, persona por persona, mirada por mirada, lleno el corazón y soledad sentida. Al ir, íbamos entre bromas y risas, al volver venimos sentidos, vencidos y entregados, porque volver no es volver sino aceptar lo que va dejando de ser.

Hoy el deseo vital hubiera sido detener las olas de nuestra historia, para que no sigan yendo y viniendo para que de una vez se estén quietas, pero la realidad no lo permite. Puedes volver al recuerdo, pero no detener el futuro que se te viene y se te impone aunque no quieras en su marcha permanente: la casa habitada por el silencio, fotografías de momentos detenidos sólo con el alma pero ya acabados y ultimados, deseo de restablecerlo todo, de obrarlo de nuevo,  para que siga siendo igual, cuando ya no puede ser, ya no cabe, esa ola se fue y aunque estemos de fondo, yendo y viniendo nosotros, ellos ya no están y otros se están yendo por el mismo camino y la misma debilidad.

Los  que quedan de ella

Hemos ido a los de cerca, a los hermanos de la madre, para encontrar lo mismo, la ola sigue, y ahora sin suavidad, ya tocando bordes de ellos, dando olvidos, delgadez, lágrimas de presente y de amor sincero pero en el olvido de nombres, de relaciones y referencias. Disimulamos y mostramos que todo sigue igual pero el mayor ya está en el borde, ya no borda solo pinta, y toca acariciarlo y dejar que nos toque los pies  en la orilla de la vida, con el vaivén de  su debilidad olvidada y con su yo. Ese yo que pide ser reconocido, cuando él mismo comienza a dejar de conocerse en lo más entrañable y en lo  más querido, aunque guarda con corazón la foto vieja de sus padres como algo de actualidad sin ocaso.

La nacencia

Nos hemos detenido en la calle, en la puerta de la casa en la que nacimos, aprendimos a andar y amar, a jugar y a reír, a llorar y caernos, hemos querido volver a  la infancia. La hemos abrazado entrando en casa de los vecinos, para oler a los nuestros que se fueron. Los hemos vistos cariñosos, han caído lágrimas, nos han besado como padres, nos han aliviado en emoción,  pero también ya están en su borde. Nos hemos  emocionado con sus hijas, nos hemos reído con el recuerdo, pero ya acabado y consumado, sólo dispuesto para pasarlo por el corazón. Nos hemos dicho que estábamos muy bien, los que ayer fuimos niños de una misma edad, pero metidos debajo de la ola que sigue yendo y viniendo, gastando la piedra y la concha del vivir y del querer en todos, aunque en cada uno a su manera.

La ola de la vida es imparable

Hoy, hemos vuelto al pueblo, hemos entrado en la casa, hemos besado a los que quedan, nos hemos parado en la nacencia, pero  íbamos riendo como quien puede  parar la ola del ayer, y ha sido  ella  la que ha jugado con nosotros y nos ha quedado atrás, confirmando que el pasado, pasado está, y el presente corre con otras olas que traen un futuro rápido. Vaivenes que siguen quedando rotos en el volver de la ola, en la vida convertida en la  arena de los que queremos. De ellos, los que nos siguen enseñando y presagiando que de las olas, del vaivén de la vida, sólo queda el sentimiento y el amor de ese toque que, aunque no podemos detenerlo al ir y al volver, en su tensión  va llenando la vida en aquello mismo que la va vaciando. Somos ir y venir, ellos se fueron,  ahora otros  están en los bordes de la ola y no podemos detenerlos ni en su soledad, ni en sus olvidos, ni en su delgadez o sordera, y nosotros ya lo sabemos por haber caminado con los nuestros.

Tenemos la señal de la vida: saber vivir, saber morir

Volvemos en silencio contemplativo, el silencio que nos da  el tener la señal de la vida. Sentimos que  ya ha pasado nuestro momento de crecimiento y ahora nos toca abrirnos para ir bajando en ternura y suavidad el tramo de lo más querido y más necesitado de nuestra propia historia y nuestro propio yo. Ya es hora de volver a reencontrarnos, recordarnos, unirnos y disponernos para entregarnos en la orilla de la vida, porque no hay vuelta, sólo nos queda la esperanza de  que haya otra orilla y allí nos reencontremos de una vez para siempre en un mar en calma divina y serena, abrazados eternamente a los que quisimos. Ahora, con nuestro cariño nos toca ser sombra de ternura y generosidad para que otros  puedan crecer.

José Moreno Losada