LA CUARESMA: CAMINO DE SILENCIO A LA LIBERTAD VINCULADA

Cuaresma

SILENCIO, ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA

Introducción

cuaresma

Tradicionalmente la Iglesia siempre ha predicado en el tiempo litúrgico de la cuaresma la práctica de la oración, el ayuno y la limosna. Son los tres pilares que se nos ofrecen para construir el camino que conduce a la pascua, a nuestra libertad en el Espíritu de Cristo Resucitado. Cuando se presentan estos tres medios no debemos hacerlo de un modo aislado entre ellos, ni separado de la vida y la persona del que los practica, sino al revés, se presentan desde una clave fundamental que los transversaliza a los tres para hacerlos auténticos en su verdadera finalidad y meta: la verdadera libertad y salvación que nos ofrece Cristo, nuestro verdadero referente en el camino de la vida, y por lo mismo de la verdadera oración, ayuno y limosna. Buscamos y seguimos a Cristo, y él es quien nos invita a estos caminos que él mismo ha experimentado y ofrece como proceso de verdadera interioridad, realización y salvación. Venimos hablando de la vinculación verdadera, pero esta no es posible sin profundidad, necesitamos construir una estructura interior personal y comunitaria que haga posible el verdadero vínculo que nace el amor de Dios experimentado en nuestro espíritu.

Sorprende cómo la liturgia elige para la proclamación del tiempo cuaresmal aquellos textos evangélicos que proponen estos tres medios desde la horizontalidad del silencio y la verticalidad de lo escondido, del interior del ser humano, en su espíritu, ahí donde el Padre se encuentra con nosotros y ve lo oculto; es el silencio donde encontramos a Dios y la verdad de la realidad. Nos da una categoría fundamental de interioridad para estos caminos como son el silencio, lo oculto y lo profundo:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-“Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.

Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.

Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará». (Mt 6, 1-18)

Claramente para la comunidad eclesial el camino de la cuaresma tiene como horizonte el incorporarse más profundamente a Cristo, a su vida y a su Espíritu. Estos caminos son claves para adentrarse en ser y sentir del Cristo. Y la categoría fundamental del ser y del vivir de Cristo es silenciado, oculto y en profundidad ante el Padre.

 Son criterios de vida, de lo humano y de lo divino, que él ha recibido del Padre y que los vive haciéndose portador de un modo de ser humano según Dios. Nos dice que todo lo que él hace se lo ha visto hacer al Padre, que no hace nada por su cuenta, ni dice nada que no sea de él (Jn 5,19).

Cuando vemos a Jesús en el desierto de la vida, lo descubrimos como testigo del Dios del silencio y lo oculto, de la entrega, frente a los dioses y los ídolos. Jesús nos da cuenta sacramental de esa actitud silenciosa y contemplativa propia de lo divino y del absoluto.

Desde esa experiencia fundante, nos invita a adentrarnos en lo profundo, en los más auténtico y verdadero, en lo que da la vida. Y tanto la oración, como el ayuno y la limosna son expresiones del tesoro más auténtico que puede darnos la palabra de vida, el alimento que nos hace eternos, y la divinidad que se nos regala sólo por amor. Pero la condición evangélica de estos caminos son el silencio, la profundidad y lo oculto.  Sin silencio y anonimato no se pueden ejercer, pierden su valor, aunque nos hayamos esforzado en hacerlo.  Él, Cristo, lo ha recibido del modo de ser del Padre en la creación y en la historia. ¿Qué hay detrás de este silencio contemplativo y de esas claves de vida, cómo es ese Dios de Jesús que lo ha hecho a su manera, y qué nos invita a dejarnos hacer nosotros también por su espíritu de silencio e interioridad? Caminemos en silencio a la luz de su palabra y encontraremos la luz.