En el aniversario de Manolo, mi compañero

Un buen pastor no se olvida

El pueblo no quiere olvidar. Olivos sembrados en memoria de Manolo Calvino López-Torrado compañero sacerdote que pasó en Oliva sus últimos años de ministerio sacerdotal, hasta que le llegó la muerte inesperada para todos. La verdad que he necesitado dejar pasar el tiempo, un año, hacer duelo reflexivo y creyente, para escribir estas palabras sobre los sacerdotes a la luz de la vida de Manolo Calvino. Los que formábamos parte del mismo curso siempre hemos estado cercanos, basta mirarnos o sonreírnos ante una palabra o un gesto y ya estaba todo dicho, por eso cada vez que nos reuníamos era una verdadera fiesta. Y eso siento que es la primera clave con la que vivió su sacerdocio, no tenía en su corazón la búsqueda de una notoriedad  personalista, sí el deseo profundo de ser fecundo y de serlo en medio de la fraternidad vivida con todos sus compañeros, abierto y plural, conviviente con todos, teniendo claro que en el horizonte había de estar el pueblo, la gente y el evangelio de Dios Padre, por eso lo importante como él decía  era tirar para adelante, poniendo la mirada en Jesús de Nazaret. Con su vida sacerdotal nos mostró que lo más importante es la comunión y la misión compartida a favor del pueblo y sus gentes, cada uno con sus dones y cualidades. Él sabía muy bien reconocer virtudes y capacidades de los compañeros y de los laicos que le rodeaban.

En su especialidad estaba la sencillez, saber ser sencillo y natural no es nada fácil. Nos mostró con mucha delicadeza que nunca debemos olvidar quienes somos y de dónde venimos, en nuestro caso del mundo rural, de familias muy sencillas y dignas, somos unos más del pueblo, entre la gente. Tenía claro este compañero que el horizonte era estar a la altura de los más sencillos de los pueblos para que todos pudieran tener acceso fácil a nosotros y tomarnos sus vidas y sus problemas como propios, que pudieran sentir realmente que somos familia de todos.

Junto a la sencillez nos mostró lo que es la verdadera laboriosidad y tarea del ministerio sacerdotal, trabajo a tope, siempre con mil cosas por hacer, creativo, sabiendo involucrar a cientos de feligreses, fueran del teatro, de la carpintería, profesores, madres de familia, agricultores, ganaderos, aficionados a los animales y las mascotas… no había terreno personal al que no supiera llegar en un trabajo sin fin, desde la madrugada hasta al anochecer. Laboriosidad que pasaba por su formación para poder decir palabras de aliento y de ánimo, en sus predicaciones, en su acompañamiento a grupos, movimientos.

Pero faltaría a lo esencial sino gritara que todo esto Manolo lo hizo enraizado en Jesucristo, en su evangelio y en su amor hacia él. Siempre vivió con ilusión la encarnación en el terruño, se las apañó para traer injertos de olivo de Jerusalén, para él eso era un signo de su deseo de estar unido a Cristo, tanto en su pasión como en su resurrección. Por eso hoy me emociono y necesito escribir de él, se han sembrado una quincena de olivos de aquellos que él soñaba y deseaba al costado del santuario de la virgen de Gracia. Perdóname Manolo, pero tenía que escribir de ti, lo necesitaba.

José Moreno Losada.