2º Domingo de Cuaresma (Mc 9, 2-10)
¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas
Seguimos caminando por la cuaresma. Este domingo nos presenta la liturgia, el pasaje de la transfiguración del Señor, como un anticipo del Jesús Resucitado que celebraremos en la Pascua. Jesús quiere dar ánimo a los apóstoles, porque en otros momentos les anunciará su persecución y su muerte. El Jesús resplandeciente en el monte Tabor, es el mismo Jesús que resucitará tras su muerte en la cruz, a los tres días. Y por si aún les queda alguna duda a sus discípulos, aparece como el Mesías esperado a lo largo de todo el Antiguo Testamento, representado por los dos personajes que le acompañan: Moisés, el gran legislador, y Elías uno de los profetas más importantes. Ante esta visión, los apóstoles se siente fascinado y llenos de felicidad por el espectáculo; y será Pedro el que pronunciará aquellas palabras: “hagamos unas tiendas, y quedémonos aquí”. Pero Jesús ya les ha dado la prueba que necesitaban para robustecer su fe, y él debía seguir su misión. También a nosotros, al comienzo de este recorrido cuaresmal, nos viene muy bien no perder el norte que es la Pascua, la Resurrección de Cristo y, en perspectiva, la nuestra. Jesús invita a sus discípulos a bajar del monte y proseguir su tarea. Quedaba mucho por hacer. Tenía que enseñarnos a vivir según el deseo de Dios. Jesús les da, y nos da, una lección importante. Es bueno y necesario contemplar a Jesús, pero la contemplación nos debe llevar a la acción. La mies es mucha. No podemos evangelizar sin antes contemplar a Jesús, sin la oración y el encuentro con Dios. Pero luego hay que salir a anunciar a ese Dios contemplado. Me recuerda aquellas palabras del ángel a los discípulos, extasiados y mirando al cielo tras la ascensión del Señor: “¿qué hacéis ahí parados contemplando el cielo? ¡A trabajar! Hay una tarea ingente que espera. ¡Manos a la obra! Pero tenemos que hacerlo desde la perspectiva de la conversión personal. El axioma filosófico dice que “nadie da lo que no tiene”. Cierto. No podemos dar a Dios, si no lo tenemos en nosotros. No podemos invitar a nadie a seguir a Jesús, si nosotros no lo seguimos. Todo sería una patraña, una hipocresía. Sólo convence lo que se dice, si primero se vive. Lo contrario sería repetir palabras sin espíritu, palabras huecas, que, incluso, se podrían volver contra nosotros mismos.
Para evangelizar, hay que estar evangelizado. Para hablar en nombre de Dios, tenemos que haber hablado, antes, con Dios. Y eso exige tener otro discurso, distinto del que muchas veces tenemos con nuestras actitudes. “Sed santos, como mi Padre es Santo”, dice Jesús. Y a eso conduce la conversión a que nos invita la Cuaresma. Porque ser santo no siempre exige heroicidad; pide, más bien, humildad para dejar que Dios actúe en nosotros, sin ponerle trabas ni condiciones; es dejar que Dios nos modele a su imagen y semejanza, arrojando de nosotros los mil diosecillos que adoramos.
Félix González, ss.cc.
Ser santos es ser completos: completados en Cristo.
“Sed completos, como mi Padre es Completo”
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Sí, estamos abajo del monte para recorrerlo entero. Monte Santo en el que “Cristo es la base, la falda y la cima” (J. Melloni).
Félix:
escribo este comentario para felicitarte por tu (s) artículo (s), y, al mismo tiempo, precisar dos detalles que me parecen interesantes:
1º) Elías no es, en la tradición bíblica hebrea, un profeta más, ni siquiera “de los más importantes”. Es “el Profeta”. Los judíos dividían la Biblila en tres partes: a), la torá, la ley (escrita, supuestamente, por Moisés, aunque difícilmente un hombre del siglo XIII a.c. podría escribir algo que se empieza a hacerlo en el siglo X); b), los profetas, representados por Elías, aunque no escribió nada, pero es el gran profeta. (Los profetas se dividen en mayores, que son todos los que escribieron algún libro profético, todos: los cuatro gandes nuestros y todos los demás. Y luego los otros libros que llamamos nosotros históricos, que ellos denominan profetas menores, porque todos están escritos con un sentido profético-teológico; y c), los escritos, que son los otros escritos bíblicos, sapienciales, salmos, novelas omo las de Job o Ester, etc.
2º) Otro tema que me parece interesante resaltar es que ya que los evangelios son una especie de colección de catequesis, la de la Transfiguración es un recordatorio, para los catecúmenos, en época de recia persecución, de que detrás de lo aparentemente anodino-cotidiano, cuando se descorren los velos, está, como tú recuerdas muy bien, el Kyrios resucitado, que hace posible soportar y vencer la persecución y la muerte.
Gracias por tus líneas, Félix
Jesús Mari (Areópago)
Querido Jesús Mari: muchas gracis por tus aclaraciones. Estoy de acuerdo en tus apreciaciones. En mi descargo (si vale la pena) te diré que hay ciertas aclaraciones, y tú lo sabes bien, que no son posible detallar debido a la brevedad de una homilía. Que tal vez para cierto público o asamblea lo sea. Soy partidario de las homilías breves y concisas. Por otra parte, aunque el evangelio es una catequesis, la homilía, a mi entender, no debe ser necesariamente una catequesis en sentido estricto. El género homilético puede entrar en en el género predicación en general. Jesús Mari, gracias nuevamente por entrar en mi blog. Te puedo asegurar que yo siempre suelo leer el tuyo, valiente, interesante y comprometido. Un fuerte abrazo.