Un hombre santo

Sí, santo en el más estricto sentido de la palabra. Porque ser santo es vivir conforme a lo que Dios quiere y espera de nosotros. No está en los altares de las Iglesias, pero está en el altar de mi corazón, y en el corazón de Dios.

Estoy hablando de mi padre, y pido perdón porque es muy posible que a nadie le interese. Pero tengo necesidad de rendirle este pequeño homenaje en este día en que celebraba su santo, su cumpleaños y el aniversario de su boda. Murió rondando los 89 años.

Alguien puede pensar que todo lo que digo, o diga, no pasa de ser una pasión de hijo. No sólo, aunque también. Pero mi decisión de escribir sobre él, responde a otra razón.

Fue un “maestro” modélico, preocupado por la educación de sus alumnos, e incluso por la vida de los menos favorecidos de entre ellos. Vivía incluso las dificultades o pequeños dramas de sus familias. Amigo fiel y compañero ejemplar. Siempre fue apreciado y querido por todos en .los distintos lugares donde ejerció su profesión. Padre y esposo responsable, cariñoso y entregado. Carácter afable, enemigo de discordias. Justo en sus juicios, amante de la paz. Hombre profundamente cristiano, sin mojigaterías ni falsas devociones. Fue un verdadero maestro en la escuela, en la familia y en el entorno social en que vivió.

Pasó muchas dificultades para sacar adelante, junto con mi madre, a sus ocho hijos, en tiempos difíciles y muy difíciles. Persona  que sabía amoldarse a cada uno de los tiempos que jalonaron su larga vida. Cuando fue muy mayor, sabía asumir los cambios con serenidad, con naturalidad. Vivía su profunda fe cristiana  con esa misma naturalidad; creía con la misma espontaneidad con que respiraba. Y aceptó la muerte, dolorosa por causa de su enfermedad, con la misma serenidad y ejemplaridad que había mostrado durante la vida. Se jubiló a los sesenta y siete años, y no había alumno o profesor que no reconociera su temple de educador, su cercanía, su honradez y su bondad.

Vio cómo varios de sus hijos e hijas elegían el camino de religiosos-sacerdotes y monjas (hasta cinco). Nunca se opuso, aunque nos ayudaba a pensarlo bien y a responsabilizarnos de nuestra elección. En el fondo se sentía feliz, aunque nunca nos indujo a dar ese paso.

Casi nunca yo había hablado de mi padre, y menos públicamente. Pero tengo la necesidad de hacerlo. ¿Por qué?

He titulado estas líneas así: “Un hombre santo”. Y no es una exageración. Solemos tener la idea equivocada de lo que es un santo, porque siempre en sus biografías se han destacado los milagros, los portentos, las heroicidades, sin caer en la cuenta de que eso no es la santidad, ni son necesarias esas cosas para ser santo. Por otra parte, consideramos santos sólo a aquellos que la Iglesia reconoce como tales, canonizándolos y elevándolos a los altares. ¡Nefasta creencia!

Santos son, también, y sobre todo, los que viven haciendo de sus vidas un reflejo del “Santo de los Santos”, Jesús de Nazaret. Los que después de escuchar su palabra y fijarse en su vida, procura seguir sus pasos, en su vida cotidiana, muchas veces sin relumbrón, pero con una gran fidelidad al evangelio. ¡Y así hay muchos! Y así fue mi padre. Todo el que lo conoció puede dar testimonio de ello. Y esta es la razón del por qué, hoy, hablo de él.

Félix González

 

2 Responses to “Un hombre santo”

  1. Félix, no tienes que pedir perdón por hablar de tu padre, al contrario te agradezco el que hayas compartido este testimonio con nosotros y lo hayamos conocido, bonito reconocimiento de un hijo hacia su padre
    Como hijos tenemos que ser agradecidos por sus vidas, por la labor y el trabajo que tantos padres tuvieron para sacarnos adelante y para ayudarnos a ser lo que hoy somos.
    Como bien dices “consideramos santos sólo a aquellos que la Iglesia reconoce como tales, canonizándolos y elevándolos a los altares. ¡Nefasta creencia! “ y yo te digo que no todos los santos están en los altares……Existen muchos santo de a pies que no son reconocidos pero nuestras memorias hacen que si lo sean, hombres santos que nos dan testimonios con sus vidas.
    Gracias por recordarlo

  2. Me alegro, Ana, de que una vez más coincidamos. Seguro que hay muchos padres y madres que han sido ejemplo, no sólo par sus hijos, sino también para otras muchas gentes que tuvieron la suerte de cruzarse en su camino. ¡Yo también podría dar testimonio de algunos!

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