Domingo VI de Pascua
(AMAOS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO)
Empieza hoy el evangelio con unas palabras de Jesús. Dice que nos ha amado tanto, como el Padre le ha amado a él. Y que nosotros debemos permanecer en ese mismo amor. Hermosas palabras que deben animarnos, al saber que Jesús nos ama con un amor tan grande. Y eso es motivo de gran alegría. Sigue diciendo Jesús:”Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.
Y después de decirnos lo mucho que él nos ama, nos dice:”Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado”. ¿Y cómo nos ha amado él? Hasta dar su vida. Él mismo lo dice: “Nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por sus amigos”. Y vosotros sois mis amigos”.
Ser amigos es algo muy importante. A veces llamamos amigos a personas que conocemos un poco o las tratamos de vez en cuando. Los amigos de verdad, son un tesoro (lo dice la biblia), porque además de quererse, se ayudan siempre que uno lo necesita. Sabe que puede contar con ese amigo o amiga. Pues eso es lo que nos ofrece Jesús: ser amigo nuestro. Los amigos desean verse con frecuencia, contarse las cosas más importantes. No podemos decir que somos amigos de Jesús, si no nos encontramos con él, con frecuencia; si no le contamos nuestras cosas; si no le escuchamos. Santa Teresa cuyos 500 años de su nacimiento estamos celebrando, decía que orar, rezar, es “tratar de amistad, estando, muchas veces, hablando a solas con quien sabemos que nos ama”. ¡Qué definición tan hermosa! Los amigos se buscan. Siempre tienen algo que decirse, o contarse. Deberíamos estar deseosos de encontrar un tiempo para hablar con Jesús, que eso es rezar. Y, sin embargo, ¡cuánto cuesta!
Alguien ha definido la oración como “la respiración del alma”. Si no respiramos, nos morimos. Pues si no rezamos, si no nos encontramos, con frecuencia, con el Amigo, nuestra vida interior se debilita, y hasta puede morir. Yo destacaría, hoy, de este evangelio dos cosas prácticas: el mandato de amarnos unos a otros como nos ama Jesús, y la necesidad de rezar, de hablar con frecuencia con nuestro mejor amigo.
Félix González
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