La estampa de un Dios amoroso y humilde

Lo extraordinario  de un domingo ordinario

Hoy domingo trigésimo del tiempo ordinario ha sido, una vez más, extraordinario. Así es nuestro Dios, que se cuela en lo ordinario para que gustemos de la verdadera salvación, de lo divino en lo humano. Comencé con el café fraterno, con Ricardo y Paco, en el que nos animamos domincalmente para seguir creyendo en la resurrección y alimentando la esperanza. La residencia de ancianos  fue  el primer lugar para celebrar la fe en la Eucaristía y allí se quedó grabada la estampa de la que quiero hablar al final de la jornada, la que más me ha marcado. Posteriormente  en la parroquia, abarrotada con los niños y sus padres, celebramos la presentación de los que se inician en fe  y que  en estos años se acercarán por primera vez a comulgar en el altar con toda la comunidad, para concluir con un aperitivo solidario en el que el porche se  ha convertido, una vez más,  en campo de multiplicación de panes y peces. Donde no hay cocina ni almacén, se llena de comida  en mesas por grupos , cada uno trae en su pequeñez y generosidad, al final comemos todos –cientos contando mujeres y niños-  y quedan doce cestos  para los que no están en la comunidad –mil cuatrocientos euros-, un proyecto  hermanado con otra parroquia de un barrio donde están pasando necesidades fuertes. Un rato para descansar en casa y disfrutar de mi sobrina-nieta Lidia, y a las seis de la tarde  de nuevo en la parroquia con el grupo de profesionales cristianos  jóvenes que andamos en la aventura de profundizar en la formación cristológica, contemplando hoy a Jesús como” buscador de Dios” –de la mano de Pagola-, la inquietud que lleva al  Reino de Dios, una reunión de una profundidad apasionante, donde las inquietudes de todos se fusionan con las de Jesús deseando al Padre, como el mayor tesoro que se puede alcanzar en esta vida.

Ahora cuando ya son las nueve de la noche, vuelvo a casa donde me aguarda el calor materno y hogareño y comienzo a recoger las estampas vivas del día y a ordenarlas. Han sido muchas y muy vivas.Pero como os decía, la estampa  extraordinario que ha quedado en el fondo como rostro de Dios y página evangélica, ha sido la recibida en la residencia de ancianos. Con gozo comenzábamos la Eucaristía, en la que dejándonos llevar por la parábola del fariseo y el publicano, hemos deseado la humildad como la clave que no divide, ni separa, ni excluye, sino que acerca, hermana, felicita y agrada.  Esa humildad que no se proclama pero que se asienta  en la vida diaria y nos muestra la verdad y la gracia con una fuerza aplastante.  Al dar la comunión me he acercado a una pareja  habitual en la misa, un señor mayor que acompaña a su esposa –postrada en su sillas de ruedas y bastante paralizada-. Me ha indicado que él no podía, pero su mujer sí  y yo le he dado la comunión sintiendo algo especial, porque noto en él un ternura especial. La acompaña a la Eucaristía, le sirve y él no se acerca porque no se considera digno. Tras la Eucaristía, me he quedado para tomar un café con algunos de ellos, dos hermanas jubiladas que llevan años en la residencia. Hemos estado en la cafetería, y allí me he vuelto a encontrar con este matrimonio mayor y anónimo. Estaban sentados en una mesa velador,  sobre ella un vaso de leche y un  plato con una magdalena de buen color; él poco a poco, con mucha paciencia, iba mojando  con la cuchara  trozos de magdalena y se la iba acercando a su boca, a la vez que tendía su brazo sobre la espalda  de ella y la animaba a comerla con mucha serenidad y cariño. Debe hacerlo habitualmente, porque algunos de los que han pasado por allí, con cariño le han preguntado que si ya le estaba dando su “sopa de leche”.

La estampa me sedujo y me hizo sentirme habitado  por la presencia amorosa de Dios que se me revelaba en esa relación. Sentí  el amor eterno de Dios, el que es para siempre, lo vi reflejado en  ese momento y en este matrimonio. Vi la humildad de Dios en los ojos y en las manos del abuelo, en su ternura y paciencia. La gracia divina la noté  en el corazón  y el rostro sereno de ella que se dejaba querer y  sentía el abrazo que le aseguraba en su debilidad, ofreciéndole razones para la confianza. Recordé el gesto  indicándome que le diera de comulgar a ella, y me hubiera gustado decirle que él estaba comulgando a Dios continuamente en ese cuidado permanente y cariñoso que está teniendo hacia a ella, y que  a mí me había seducido. El me ha dado de comulgar hoy a mí a un Dios humilde, que cuando quiere,  lo  hace de una vez para siempre sin vuelta atrás. Ahí la presencia real de Cristo se me ha hecho  evidente, me ha ayudado una vez más a creer en la transubstanciación  de la consagración. pan partidoSí, he visto cómo cuando la abuela comulgaba, Dios  le sabía a su esposo y al cuidado que él le da cada día. He visto como Dios se hacía manos en sus manos, cogía la cuchara con la leche y el trozo de  magdalena y pacientemente se la acercaba a la mujer débil para fortalecerla. He deseado dar  la comunión con el mismo sentimiento que lo hace él, descubriendo de un modo nuevo aquello de que cogió el pan, lo partió y se lo dio diciendo… y es que este anciano, no me cabe la menor duda, “lo estaba haciendo en memoria suya”.

 

4 Responses to “La estampa de un Dios amoroso y humilde”

  1. Dios es amor. Amar es dar a Dios. Tienes toda la razón.

  2. Al leer tu escrito Pepe mi corazòn se ensancha y llena de esperanza al ver como en este mundo individualista, mundo de competitividad y ganancia, hay personas que nos enseñan a vivir en la gratuidad, en el servicio, en la entrega y en el amor fiel hasta la muerte.

  3. Por las grietas de lo débil, lo herido o lo maltrecho se cuelan los reflejos luminosos de nuestra humanidad más divina. Por eso es evidente como el día que la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Y ahí sigue a cada instante, dejándose ver a quienes tienen los ojos dispuestos.

    Un abrazo.

  4. Ser levadura de Dios en el mundo—-

    El pan no crece sin levadura,el mundo sin Dios tampoco

    ¡¡Queremos que la realidad que nos rodea cambie ¡¡

    Seamos nosotros entonces los instrumentos que Dios utiliza para lograrlo

    Fermentemos el mundo con su levadura que es el Amor, solo así la masa cambiara

    Ser levadura de Dios en el mundo es ante todo mostrar que mi propia vida ya ha sido fermentada por El que poco a poco me voy haciendo pan, pero no cualquier pan. Sino uno suave exquisito, que adquiere mejor sabor en la medida que se dona, en la medida que se comparte
    Esta es nuestra tarea ¡hagamosla con alegría¡