El cuerpo de Cristo: Amén

pan partidoDe locura. “Cogió el pan lo partió y les dijo: tomad, comed que es mi cuerpo…y lo mismo con el vino, tomad, bebed es mi sangre”. Y nosotros nos acercamos ahora, lo comulgamos y decimos Amén. De locura. El papa acaba de confesarnos que se le saltaron las lágrimas en la oración de una mañana de esta primavera, eran de tristeza que se convertirán en alegría plena, provocadas por la crucifixión de jóvenes sirios que por amor y fidelidad a Cristo no habían aceptado la propuesta de renegar de su fe para acoger el credo musulmán impuesto, su amén ha sido radical en fidelidad al maestro y han bebido la misma copa que Él. Ha muerto crucificados por la fuerza del Crucificado que ha resucitado y vive para siempre, el que nos hace auténticamente libres para que la libertad y la justicia de la resurrección pueda llegar a todos los hombres por los que se ha dado en comida y ha derramado su sangre.

Celebramos en estos días la fiesta del Corpus Christi, de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y de nuestro encuentro sacramental con Él. Ahí está el amén de la fidelidad radical del Padre al Hijo que lo resucita, y del Hijo al Padre que ha arriesgado en su existencia aceptando la cruz a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos de la tierra. Celebrar la Eucaristía es manifestar el deseo de entrar en ese amén divino y humano que nos ha sido regalado en Jesucristo.

En él es posible hacer creíble ante el mundo y los desheredados de la humanidad, su presencia real en medio de la historia, ligada a la presencia real en la eucaristía. En el pan glorioso del resucitado está la fuerza que nos ayuda a proclamar que el inocente ajusticiado ha sido liberado para siempre y ya tiene alimento de vida eterna para todos, especialmente los que sufren, que es posible la justicia. Que no se impone la farsa de los mecanismos que desnudan al desnudo y despiden vacíos a los hambrientos, que ya ha hay una palabra definitiva de fraternidad y de pan compartido que es imparable en la historia. Hay destino y sentido, hay un amén de la verdad, la vida y la luz.

Esta es la razón por la que este Papa, que llora ante el amén de unos jóvenes en la intemperie de la resurrección, nos pide que nuestro amén sea misionero que llegue a todas las periferias, que no impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde El quiere estar para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. Se lo acaba de pedir a la acción católica italiana – y en ella a todos nosotros-: salid de vuestras parroquias e id a las periferias, o al menos no impidáis que Cristo salga y vaya a ellos. Sabemos que en nuestra sociedad no somos perseguidos por nuestra fe y no nos llevan a la crucifixión, pero sí puede ocurrir que crucifiquemos la fe y la presencia real de Cristo por nuestra comodidad, inercias, costumbres, ritualismos, arribismos, encorsetamientos, miedos, seguridades, ortodoxias, fidelidades pasivas, doctrinas frías, leyes apagadas, indiferencias, apego al dinero y a la fama. Todo eso puede impedir nuestro amén auténtico, el propio de los que son de Cristo.

La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos está pidiendo –como nos dice el Papa Francisco- entrar en el verdadero camino del amén cristiano, aquél que se verifica en la entrega radical a favor de los hermanos con el deseo que tengan vida abundante. Hoy como nunca el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, dignidad, justicia, verdad, libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo. La Eucaristía reclama para verificar su autenticidad el amén de la fraternidad y del amor, y este se encarna en la historia cuando desde la tierra el cielo proclama su justicia y a todo el mundo llega su pregón de alegría y felicidad.
José Moreno Losada.