Los besos divinos de mi madre (II)

EL BESO DEL EVANGELIO (anécdotas maternas)

Chércoles  dice acertadamente, a mi entender, que lo que  habla el evangelio es verdad, no porque lo diga el evangelio, sino que el evangelio lo dice porque es verdad en la vida. En mi madre hemos sentido la vida del evangelio, Dios nos ha besado en ella. Y como Jesús hacía parábolas de anécdotas, me vais a permitir que haga lo mismo, que hable del reino de Dios desde  anécdotas maternas:

Dolor y esperanza–          Ama y confía en  Dios sobre todas las cosas: En una reunión de profesionales cristianos jóvenes, de las muchas que hemos tenido en casa con ella delante,  hablábamos sobre la presencia de Dios en la vida y la dificultad, a veces, de descubrirlo. Escuchó todo y al final se lanza y nos dice, mirad yo ya soy mayor y os puedo decir que Dios a mí  nunca me ha fallado. A veces parece que no está, pero al final aparece, os lo aseguro siempre está con nosotros.  No puedo menos que recordar el evangelio cuando Jesús ora diciendo: “Así Padre, te ha parecido mejor…se lo has revelado a los sencillos, mientras los sabios y entendidos no se enteran”.

–          Nunca olvides el bien recibido: Un día comenta con una vecina que lo estamos pasando mal con el dinero, no llega el fruto de la cosecha del verano, ella está igual.  Más tarde  la vecina viene con monedas de cinco duros en una bolsa, había roto su hucha para compartirla con nosotros y evitar los apuros. Mi madre  más tarde me lo cuenta y me pide que nunca en la vida me olvide de esa mujer y su familia para cualquier cosa que necesiten.  Y yo no puedo menos que recordar  cuando Jesús curó a los diez leprosos y se extrañaba de que “Sólo un leproso ha vuelto para dar gracias…”

mirada–         Dios y el cielo es una fiesta… con baile incluido: nos enseñó a bailar y le gustaba que bailáramos con ella en las fiestas del pueblo, para que la vieran con sus hijos. Una noche me decía: “Pepe, la que se va armar cuando yo llegue al cielo…la cantidad de gente que me espera y que me conocen…y relataba lo que podría ser el encuentro con ellos: mi padre, los abuelos, los titos, las primas, las vecinas…”. Y yo no puedo menos de recordar aquello de que “conviene que yo me vaya…vuestra alegría sera completa”.

–          La casa abierta: Visita, una vecina, se quedó viuda, sus hijos fuera… mi madre hizo que viniera a dormir a nuestra casa para que no pasara las noches solas… Recibir y acoger no era una obligación, sino un quehacer que produce gozo permanente. Y yo no puedo menos que recordar: “Venid a mí…cuándo Señor? Cada vez que lo hicisteis con uno de los necesitados”.

carnavales en casa–          El cuidado de los débiles:  Una noche en la madrugada, me levanto para atenderla, cuando lo estoy haciendo, me dice: “Pepe, qué bien vas a dormir cuando yo no esté… así cuidé yo a los abuelos y he dormido siempre con una paz tremenda”. Y no puedo menos de recordar aquello de “dad y se os dará…una medida remecida y rebosante”.

–          Dejarse querer como has querido: “Pepe, te das cuenta los besos que me dais…vosotros que os daba coraje de que os besara tanto y tan fuerte…”  Sabes lo que te digo que  a mí, así como estoy con vosotros y con el cariño que me tenéis, viendo que estáis tan unidos, no me importaría vivir unos añitos más…yo no pido el billete para irme, cuando Dios quiera aquí estoy, pero en fila no me pongo. Y yo no puedo menos de recordar “amaos unos a otros como yo os he amado”.

Y como decía Juan…son tantas las anécdotas de vida que nos ha regalado Dios en ella..que podríamos estar escribiendo toda una -su- vida.