¿A muerte con el Papa Francisco?

EL PAPA FRANCISCO, PROFETA HOY

Acabado el viaje pastoral del Papa a África, no puedo menos de hacerme esta pregunta interpeladora para toda la iglesia y para todos los que nos consideramos cristianos. Carlos Osoro acaba de decir que está a muerte con el Papa Francisco, pero no hay duda de que quien está a muerte con los débiles es este Papa. A mí me surge la pregunta sobre la profecía, ese ser profetas al que estamos llamados todos por nuestro Bautismo en Cristo.

¿Profetas del éxito o de la verdad?

Ser profetas de la oficialidad establecida por los cánones del mercado, del éxito, de la competitividad es oficio de lo común y de lo ordinario en nuestro mundo. Está muy bien pagado y considerado, aunque sólo es de unos pocos y por poco tiempo. Se dice que cualquiera puede ser la mejor voz pero de ochenta mil sólo una es elegida, quedando en el camino miles sin éxito, miles de excluidos sin hogar ni voz.

El camino de la coherencia, la verdad y lo profundo genera otro tipo de profetismo que no va por la ruta del éxito y lo externo. Se trata de la profecía de la justicia y la dignidad, que no encuentra veredas fáciles ni gratuitas, más bien hay que caminar en medio de abrojos y de desiertos con cierta soledad. Así le ocurrió al profeta Jeremías cuando en medio del pueblo era sincero y hacía lectura creyente y coherente de la situación que estaban viviendo y que abocaba al dolor y al fracaso del pueblo, reclamando una conversión para la fidelidad al Dios de la vida y del pueblo, buscando caminos de verdad y fraternidad entre todos.

No hay duda que los verdaderos profetas de Dios son los que caminan por estas sendas de la verdad de lo humano, de la dignidad de la justicia, de la verdad entrañable y compasiva. La de aquellos que olvidándose de sí y arriesgando se creen el aserto de que quien quiera guardar su vida la perderá y el que esté dispuesto a perderla la encontrará.

Jesús, el profeta de Dios

El referente más directo de la profecía divina no es otro que el propio Jesús de Nazaret. En él encontramos al profeta definitivo, que nos trae el corazón del Padre del Padre y con la fuerza del Espíritu desea que su fuego se adentre en el mundo y toque los corazones de todos los humanos. Se trata del fuego de la verdad, la vida y el camino que lleva a la fraternidad universal venciendo toda tentación de poder, riqueza y éxito que se implanta desde la injusticia, la desigualdad y la exclusión. Él es profeta de la verdadera autoridad y el magisterio lavando los pies de sus discípulos, es rey del universo sintiendo compasión ante la muchedumbre perdida como ovejas sin pastor para los que multiplica el pan, es el único Señor tomando el pan y entregando su vida en la cruz por todos los hombres. Se trata del profeta crucificado que ha resucitado y ha sido validado por el Espíritu del Padre, como el único salvador. Es el profeta de la radicalidad ganada y del amor plenificado, en él está la plenitud de la profecía. Y en él hemos sido bautizados nosotros para ser también con él profetas, participando de su profetismo.

Bautizados para ser profetas

Tras él han sido y son muchos los que se dejan quemar por su fuego y son verdaderos profetas en medio de la historia. Desde el propio papa Francisco, como acabamos de verlo en su viaje arriesgado y comprometido a África, pasando por los misioneros que son afectados por enfermedades como el ébola o aquellos que están al lado de los refugiados defendiendo sus derechos; son miles, multitudes los que están tocados de la gracia y se plantean sus vidas con radicalidad. No entran en los caminos de lo fácil dejándose engañar por promesas terrenales, vacías de espíritu, de entrega y de fraternidad auténtica. Optan por proyectos de vida personales y comunitarios que son alternativa en medio de nuestro mundo y que nos abren los ojos para creer que otro mundo es posible y que el evangelio se está cumpliendo en medio del mundo. Saben que por su bautismo son sacerdotes, profetas y reyes como El.
Todos estamos invitados a vivir nuestro profetismo bautismal: “Quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”