“Dejarnos hacer” Once años después…

Ir para volver

La imagen puede contener: 13 personas, personas sonriendo, personas de pie y exteriorNos hemos vuelto a reunir once años después de nuestra estancia en Perú.  Fuimos un grupo de catorce personas vinculados por la fe, la universidad, la inquietud, nacimos en el seno de la Pastoral Universitaria y del movimiento de acción católica JEC –de estudiantes católicos-. Nos movía el deseo de encontrarnos con la realidad de ese mundo que llamamos del sur y que está tocado de pobreza, nuestro lema, nacido de la reflexión y la profundización en las motivaciones que nos llevarían a esa realidad, era muy sencillo: “no íbamos a hacer, sino a dejarnos hacer”. A empaparnos de aquella vida para tener más vida, para mirar nuestra propia existencia con más pasión y con más dolor, para poder ser más auténticos y más originales. Y nos lanzamos a la aventura, contando sobre todo con el apoyo de las personas que habían optado por compartir sus vidas con aquel pueblo peruano y que eran acogedores con nosotros y nuestras intenciones: los sacerdotes diocesanos de nuestra diócesis que estaban allí y las religiosas extremeñas, las hijas de la Virgen para la formación cristiana. Fue una experiencia única, procesual, preparada, vivida con intensidad, reflexionada, sentida, compartida,  y lo más importante, con un claro horizonte: “íbamos para volver”. Nos dimos cuenta de algo que presentíamos, que lo importante no era ir y estar por allí un mes de verano, sino ir para volver con otra mirada de la vida y del mundo, para vivir con otras claves, para enriquecer nuestro discurso de justicia y dignidad evangélica con la praxis de un mundo más solidario y más humano que tenía que cambiar desde aquí, desde donde nosotros somos y hacemos.

Aquellos rostros de ayer

Al llegar a nuestra tierra, enseguida quisimos compartir aquella realidad descubierta desde la reflexión y la imagen.  Organizamos alguna exposición  con fotografías que eran chispazos de fuego encendidos en nuestras pupilas y en nuestros corazones observadores. Nos dimos cuenta que la mayoría de los rostros que nos había seducido eran los de los niños. Aquel pueblo estaba lleno de niños, de rostros preñados de dolor y de esperanza al mismo tiempo. Nos ganaron,  y, sólo con  volver nuestra mirada a ellos, se renueva nuestro sentir y la llamada a no permanecer indiferentes ni quietos ante ese mundo de pobreza y esperanza. Ahora, al juntarnos once años después,  los recordamos, vivenciamos de nuevo los encuentros, las personas, las anécdotas… y nos preguntamos que habrá sido de aquellos niños y de estos rostros  anónimos y sencillos, cómo habrán llegado a la madurez de la vida en unas circunstancias de pobreza profunda, cómo seguirá la vida de aquellas escuelas, centros médicos, escuelas universitarias, rondas campesinas, catequistas, caseríos, caminos  de montaña…

Y nos dejamos hacer…

A la vuelta seguimos trabajando juntos  lo vivido, para seguir con un juicio de vida y una actuación transformadora, queríamos ser universales y justos, no vivir de un modo indiferente ante la  pobreza y desigualdad del mundo. Y eso hizo que nos lanzáramos, con otros, a buscar caminos de transformación, a sumarnos a aquellos que ya  existían,  pero queríamos acercarlos a la universidad de Extremadura y a nuestra sociedad.  El camino de vuelta hizo  que nacieran cosas bellas en nuestros contextos como el desarrollo de Ingenieros sin Fronteras en la escuela de ITI, Entreculturas en la UEx,  conexión con lugares como Sierra Leona, Tesis doctorales  en colaboración  con alumnos de Ecuador acerca de la botánica propia de la selva y los usos  de la misma, opción por colegios de zonas más marginales de nuestro ámbito,  participación en voluntariados jesuíticos –VOLPA- con estancias países de Latinoamérica, la red de subiendo al sur,  proyectos de fin de carrera conectados con la realidad del sur, grupos de profesores en los institutos y universidad por la ética y la  igualdad, participación en la coordinadora de  las ONGD extremeña, etc… De alguna manera la grandeza de aquella acción no estaba en el hecho sólo de ir, sino de hacerlo  juntos, programado con objetivos y retos, y de darnos cuenta que lo importante estaba en la vuelta, en saber volver, en habernos dejado hacer para ser capaces de pensar, sentir  y actuar de otros modos, a la luz de esa experiencia que  dio consistencia a nuestras reflexiones previas sobre valores humanos y evangélicos en los que creemos y apostamos.

Ahora celebramos y seguimos

Ahora, cuando nos encontramos, nos damos cuenta que estamos marcados positivamente por aquella experiencia, pero que nos une no tanto lo que vivimos hace una década, sino lo que estamos viviendo cada uno en nuestra historia, por los caminos que hemos ido eligiendo personalmente, pero que están conectados de alguna manera con aquella vivencia.  Todos reconocemos que aquello fue como un grano de levadura que nos fermentó, como un grano de sal que nos dio sabor, como un semilla que nos fecundó, como un grano de mostaza que creció, y, sobre todo, como un tesoro  y una perla que nos sedujeron y nos llenaron de vida y de más amor. ¡Qué alegría poder encontrarnos y renovar sentimientos, celebrarlos con la sencillez de la fraternidad compartida¡