Difuntos en soledad

55 cadáveres sin nombre… sin un tú, sin rostros…

Este año la proximidad a los cementerios  ha quedado cercenada por las normas de confinamiento. No haremos ritos religiosos, no podremos ir en grupos, etc. Pero es ocasión propicia para reflexionar sobre la soledad en la muerte y los muertos en soledad. La referencia del otro como clave de vida. De fondo la máxima evangélica: para qué sirve ganar el mundo entero si perdemos la vida… El cuidado del “nosotros”, la fraternidad universal horizonte único frente a la muerte.

cementerio

La pandemia no deja tranquilos ni a vivos ni a muertos, o demasiados tranquilos a todos. Son muchas las voces que intentan despertarnos en este proceso pandémico a mirar más allá de nosotros mismos, de nuestro propio ego encerrado y a pensar en claves de comunidad.

Nos quejamos y con razón de cómo necesitamos relacionarnos y tocarnos y vivimos con dolor la situación de confinamiento, aquello que nos limita en la posibilidad del encuentro con los otros queridos. Hemos gritado de angustia ante el proceso final de seres queridos, que morían en la soledad del hospital, nos rebelamos a no poderles manifestar en ese momento el cariño de la presencia cercana, del acompañamiento en su angustia y en su despedida última. Y ahora que llega esta fecha simbólica de un nosotros que va más allá de la muerte, estos días en que nos rebelamos ante el olvido de los que murieron y procuramos mantener vivo su aliento, aunque sea sólo en el recuerdo, vemos que también llegan los recortes de presencia en los camposantos, en esos dormitorios de la último y de la esperanza. No se podrá celebrar en ellos nuestros ritos religiosos, nos podremos ir juntos a estar un rato en el silencio de lo entrañable y querido, tendrá que ser con horario, con escalada y de a pocos.

La pandemia también toca a los muertos, también se adentra en el nosotros de lo pretendido inmortal y lo dificulta. Otro dato más para la reflexión. Pero al compartir esta reflexión de soledad en la muerte, me acojo a la noticia rápida de esta mañana en la radio, que me ha tocado profundamente, se hablaba de que en la primera ola de muertes de la pandemia había cincuenta y cinco personas fallecidas que no habían sido reclamadas por nadie. Cadáveres olvidados que habrán tenido que solventar cómo enterrarlos en el ámbito de la burocracia fría de una organización.

Me pregunto por esa soledad en la muerte, por las personas que están tras ese aparente exiguo número y pienso en las personas que carecen de ese tesoro tan importante como es el pertenecer a un tú que te reconoce y te pone nombre, que sabe de ti y te quiere.

Me adentro en el pensamiento de Enmanuel Levinas y su discurso de que somos yo ante el rostro del otro. No hay yo sin otro, sin nosotros, somos ante el otro y para el otro. Esto no lo descubrió este filósofo en su despacho sino atravesando los horrores de la segunda guerra mundial y del holocausto ¿Servirá esta travesía de la pandemia para que redescubramos el nosotros de un modo nuevo y salgamos de modos de vida que han roto los lazos de hermandad con la naturaleza, que nos han aislado en unos egos sin ventanas, que han impedido la visión de una fraternidad universal que salva a todos? Qué bueno sería que salgamos de esta travesía con un corazón nuevo para que ningún cadáver muera sin rostro, sin un tú, un nosotros que le reconozca identidad y lo reclame.

José Moreno Losada