La ascensión, un misterio lleno de realidad

Desde dónde ascendemos, con quién y hacia donde… la plenitud se nos da en retazos de vida que ascienden entre aclamaciones en el silencio de lo diario, cubierto a veces de dolor y mucho misterio, pero con mucha gracia. Luz sobre toda luz. Yo ascendía con Ángela en su agonía…

El misterio de la ascensión

Mi madre

En nosotros se realiza la fuerza del que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha sentado a su derecha. Y lo comprobamos en el testimonio que damos de la Buena Noticia de la salvación: una noticia celestial que nos supera y llevamos en vasijas de barro –en medio de nuestras debilidades y pecados–, pero que se hace clara y notoria en el quehacer de una Iglesia compasiva y sanadora, que tiene fuerza para perdonar, levantar, animar y esperanzar. Oficio de salvación que pasa por las realidades más cotidianas y sencillas de la historia, alumbrando un futuro que lo será de gloria y definitividad.

La Ascensión sigue ocurriendo, dándonos sus frutos, cuando los bautizados, tocados por el Espíritu, hacen cielo en la tierra, cuando viven de la esperanza y de la promesa del Resucitado que nos envía su fuerza para pasar de la Iglesia conservadora y defensiva, que mira al pasado, a la Iglesia de la esperanza y del futuro que arriesga y sale con ardor y testimonio, porque se fía de que Dios cumple sus promesas, que el Resucitado –con su Espíritu– nos acompaña y protege todos los días, hasta el final de la historia. Así lo viví aquel domingo…

¿Qué hacéis ahí mirando al cielo…?

La ascensión de Ángela, una mujer sencilla y sufriente, en la residencia de mayores fue para mí un momento de luz y de encuentro de gloria, cuando ella ya quería ascender y liberarse me ayudó a mí sentir el verdadero sentido del Encuentro:

Tras la Eucaristía, el encuentro con los paralíticos, enfermos, ciegos… y con Ángela. Mi rato con ella ha sido algo especial, que podría enmarcarlo, a modo de titular, como “Manos en la agonía, clavos del resucitado”. Son las manos de Ángela, una residente de La Granadilla. Ella ha participado siempre de la Eucaristía dominical; hace meses, un cáncer de páncreas la ha retenido y, por ello, recibía la comunión en su habitación. Hoy la ha tomado en la enfermería donde le abrazan los cuidados paliativos. Se ha emocionado al comulgar y le ha pedido a Dios, con una fuerza y una fe increíbles, que la lleve ya con Él. Hemos orado juntos, con nuestras manos unidas… y yo no he podido evitar salir resucitado de un modo especial, he ascendido. He sentido a Cristo que me decía “trae tu mano y únela a la mía en este dolor de agonía…”.

Señor, has salido a mi encuentro en el camino de Ángela, y te he encontrado resucitado en sus manos, en la señal de los clavos de su agonía entregada y confiada al Padre. Me ha costado levantarme y soltar sus manos… ha sido su hija quien ha venido a rescatarla de su habitación para que también ella pueda acariciar la luz del sol y respirar un poco de vida.

Ascender en el misterio de Cristo, una sabiduría por estrenar… Padre, ilumina nuestro caminar.