Redimir al cautivo

Bajar a los infiernos, los cautivos de hoy

En España hay más de 65.000 personas presas, y solamente en las cárceles de Extremadura más de mil cien. Son los presos de nuestra sociedad. Desde ellos y la Pastoral Penitenciaria, podemos recordar una de las Obras de Misericordia que se nos proponen para vivir este año: “redimir al cautivo”. Esta obra nos invita a adentrarnos en el tema de la cautividad y sus sufrimientos en el mundo actual.

¿Quiénes son los cautivos hoy entre nosotros y de qué somos cautivos? Allí donde las personas pierden su libertad y sus libertades más fundamentales, se vive la experiencia de ser cautivos, son todos los que viven oprimidos, excluidos, manipulados, perseguidos, amenazados, violentados y atacados. Y todo ello de un modo personal o colectivo, interna o externamente, desde la proximidad o desde la lejanía, desde las redes familiares o desde las estructuras de nuestro mundo, y a veces, incluso, desde la propia cultura, economía, política o religión pervertidas. Cuando se dan estas situaciones de esclavitud, bajo cualquiera de sus formas, nos encontramos con situaciones infernales y dolorosas de miedo, ansiedad, fatiga, desánimo, silencio humillante y deseo de huida.

Son muchas las personas que se ven cautivas en situaciones infernales de las que les gustaría salir, liberarse, para poder tener libertad y paz, para vivir con dignidad, pero sienten que su situación es de dolor y que es muy difícil salir de ella. A eso es a lo que le llamamos «descender al infierno», «estar abajo», «ser cautivos». La lista es interminable y se hace a pie de noticia diaria y de calle: presos, adicciones –droga, sexo, alcohol, juego-, pobreza, maltrato de género e infantil, trabajos precarios e indignos, prostitución, refugiados, sin papeles, comercio de órganos… Todo ello, sin contar a personas con enfermedades y sufrimientos psicológicos que se sienten cautivos de la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia… O de los que quedan heridos por la pérdida de un ser querido, por experiencias duras vividas y se encierran en un dolor sin esperanza y sin consuelo, como quien ya no tiene derecho a vivir en libertad y alegría. ¿Y Dios?, ¿y su misericordia?, ¿dónde está Él en este dolor?

Dios en cautividad


La mirada bíblica es directa en la respuesta cuando nos dice de Jesús que “Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote…los hombres que lo tenían preso se burlaban de él y le golpeaban”(Lc 22,54 y 63). Y no es menos clara cuando en boca de Jesús se habla de este modo del juicio universal:“Venid vosotros, benditos de mi Padre, id al Reino preparado para vosotros porque…Estuve preso y vinisteis a verme…cada vez que lo hicisteis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,36)

El papa francisco, fiel a Jesús, no está invitando a ir a todas las periferias del mundo, donde se encuentran las situaciones infernales, allá donde hay que descender. Y lo primero que nos dice es que hay que ir con la humildad y sencillez más grande, para poder entrar en esas periferias, lo dice abiertamente desde su reflexión acerca de visitar a los presos: “la cárcel es una de las periferias más feas, con más dolor. Ir a la cárcel significa, ante todo, decirse a sí mismo: «Si yo no estoy aquí, como esta, como este, es por pura gracia de Dios». Pura gracia de Dios. Si no hemos cometido estos errores, incluso estos delitos o crímenes, algunos graves, es porque el Señor nos ha llevado de la mano. Se trata de reconocernos tan pecadores y tan necesitados como todos los seres humanos, por destrozados que puedan estar o sufrimientos que puedan cargar. De reconocer que Dios nos salva desde ellos, que en ellos está nuestra salvación y nuestro perdón.

El lío de la misericordia

Si de verdad queremos entrar en la dinámica de nuestro Dios, en su lío de misericordia, hemos de escuchar su llamada a “descender a los infiernos” con El, como confesamos en nuestro credo, para ascender a la gloria con todos nuestros hermanos en una nueva humanidad y en una nueva creación. Los dolidos y los cautivos de la historia aguardan la buena noticia de su salud y su libertad, y Dios nos ha elegido a nosotros para ir hasta su dolor y su esclavitud para romper cadenas y abrir las puertas de una nueva posibilidad, porque no da a nadie por perdido. Nos envía no desde nuestra perfección, sino desde su misericordia para que nosotros, también pecadores, seamos misericordiosos como El.

¿Qué hacer?
– Desde la pastoral penitenciaria podríamos conocer más la realidad de los presos y condenados.
– Tenemos asociaciones y proyectos que trabajan con personas que sufren adicciones y están cautivos de distintos modos: alcohol, juego, drogas, sexo, redes. Hemos de colaborar económica y personalmente a esta gran labor.
– Conocemos también la cautividad de la enfermedad, minusvalías, así como todos los problemas de tipo psicológico, enfermedades mentales, que determinan mucho a grupos de personas que lo pasan muy mal, cautivos de sus mentes y pensamientos. Es fundamental estar cerca de todos los centros que trabajan con estas personas, acercarnos, ofrecernos, abrir espacios de encuentro, compartir con ellos, con sus familias y asociaciones.
– Cautivos, en fin, somos todos de nuestras debilidades y nuestros miedos y necesitamos de la fortaleza y el ánimo de los demás, así como ellos lo necesitan de nosotros, especialmente los más débiles.

ORAR DESDE LOS CAUTIVOS

Querido Padre, hoy estoy confundido, mi oración comienza con un sinsabor fuerte. Confiado en ti, he querido entrar en la misericordia por la puerta de la cautividad, atendiendo tu ruego de redimir a los cautivos. El escenario me supera, contemplo el dolor y el sufrimiento, sin sentido aparente, y me doy de bruces con el infierno en medio de la historia y de todos los que han descendido hasta él, encontrándose en lo más bajo, duro e indeseable de lo inhumano.

Mis ojos desean cerrarse, para que mi corazón no zozobre ni tiemble, pero no puedo hacerlo, porque al mismo tiempo, siento la voz de tu Hijo amado que con ternura me anima y me dice: “no temas, yo he vencido ese infierno, yo he descendido hasta él y traigo la liberación para que se pueda abrir toda puerta injusta, se sane todo dolor inhumano, salte todo cerrojo de esclavitud y de perdición, para que se anuncie el año de gracia del Señor”. Al oírle y contemplarle, con sudor de sangre y lágrimas en los ojos en el camino la pasión, con la cruz en sus hombros, alzado y crucificado en el calvario de la vida, me doy cuenta que mi Dios no es juez, sino hermano, víctima y consuelo, libertad y gracia, sanación y fuerza.

Te descubro compasivo con todos los cautivos de la historia, identificado con ellos, y veo tu rostro en el de ellos, que me espera para ser besado y darme a mí también, la salvación y la libertad que necesito. Sí, hoy siento tu invitación para abrazarme a los cautivos, como tú te abrazaste a todos los cautivos de tu pueblo y tus caminos, llegando hasta la muerte y una muerte de cruz. Siento que tu Espíritu de resucitado, me quiere quitar todos mis miedos para que arriesgue y sea capaz de adentrarme en las periferias, no desde el juicio ni desde la superioridad, sino desde la fraternidad de mi propia cautividad, que necesita ser liberada en el dolor y el sufrimiento de todos los últimos de la historia; todos aquellos que cargan con los infiernos, más desde su ser víctimas que agentes de su propia historia y su condena humana.

Y te pido, tocado por tu gracia de crucificado-resucitado, que me ayudes a saber descender contigo a los infiernos humanos de los que sufren, para poder, también contigo, ser libre y ascender a la gloria de un reino de paz y de justicia verdaderas para todos.