La científica ignorada: Rosalind Franklin

No sabía cómo titular este post para que resultase atractivo. Narraré una historia apasionante: cómo se llegó a dilucidar la estructura del DNA, la “molécula de la vida” y cómo en este proceso se cometió una gran injusticia: ignorar a una persona clave en su descubrimiento,  Rosalind Franklin, quien murió joven y no recibió en vida el reconocimiento que a mi entender merecía. Quiero que lo obtenga, al menos de un servidor, largo tiempo tras su muerte.La mayoría de vds sabrán que el secreto de la vida y la perpetuación de la especie se halla en el núcleo de las células, en unas estructuras llamadas cromosomas. Estos componentes celulares se encuentran formados, básicamente, de un ácido nucleico, el DNA o ácido dexosirribonucleico, que adopta una elegante estructura de doble hélice; sus segmentos son los genes, en los que se contienen las instrucciones precisas para que seamos como somos, y estos genes se transmiten de padres a hijos. Lo llamamos “código genético”.

Sin embargo, esta explicación sencilla, la base de lo que conocemos como Biología Molecular, tardó mucho tiempo en conocerse, porque se ignoraba la estructura tridimensional del DNA, la “molécula de la vida”. Los científicos la buscaron denodadamente durante años, hasta que lograron descifrar el código genético, es decir, qué palabras lo componen y en qué orden, y todo ello se encierra en esa doble hélice.

Fue en la década de los 50 del siglo pasado, cuando dos científicos norteamericanos (James Watson y Francis Crick) que investigaban en el laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, publicaron un artículo en la más prestigiosa revista de biología de su época, Nature, el 25 de abril de 1953 (“Molecular Structure of Nucleic Acids: a Structure for Deoxyribose Nucleic Acid), formulando la hiopótesis de que el DNA era una doble hélice. Este descubrimiento les valió a Watson, Crick y Maurice Wilkins, inglés que trabajaba en el King´s College londinense en aquellos mismos años, el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1962.

Pero detrás de este artículo se encierra una auténtica batalla campal entre científicos en búsqueda del “santo grial, conscientes de que se trataba de uno de los mayores hitos en la historia de la ciencia y un premio Nobel casi asegurado (como así fue).

Es ahí donde encaja una mujer llamada Rosalind Franklin, nacida en 1920 y fallecida prematuramente de cáncer de ovario, en 1958, cuando sólo contaba 38 años de vida, tal vez producido por su exposición a las radiaciones. Había nacido en el elegante barrio de Notting Hill londinense, en el seno de una influyente familia judía, aunque sus creencias personales se desconocen. Se doctoró en biofísica en la Universidad de Cambridge en 1945 y se formó ulteriormente en cristalografía y técnicas de difracción de rayos X.

En enero de 1951 comenzó a trabajar en el laboratorio del King´s sobre el DNA, junto a Maurice Wilkins y Raymond Gosling, bajo la dirección de John Randall. Su trabajo dio fruto y produjo algunas excelentes fotografías de la estructura del DNA obtenidas mediante difracción de rayos X, en concreto la famosa fotografía 51, en la que sugería una estructura en doble hélice y que llegó sin su conocimiento a manos de Watson y Crick, quienes la utilizaron para desarrollar su modelo tridimensional. En su artículo de Nature simplemente mencionan en una nota a pie de página “haber sido estimulados por la contribución no publicada de Wilkins y Franklin”, aun cuando en el mismo número de la revista se publican -pero no en la primera página, sino en páginas interiores- dos artículos de los mismos que refuerzan la hipótesis de Watson y Crick.

Cómo éstos consiguieron la famosa fotografía 51 es motivo de ácida controversia hasta hoy, ciertamente Rosalind nunca se la dio a Wilkins -con quien tenía una pésima relación- ni personalmente a Crick -con quien simpatizaba-; tal vez fue un tercer científico de Cambridge, Max Perutz, quien la hizo llegar a los norteamericanos cuando Wilkins -quien a su vez la había recibido de un científico que trabajaba junto a Rosalind- se la suministró. Lo cierto es que, sin esa foto, Watson y Crick hubiesen tardado mucho más tiempo en formular su hipótesis de la doble hélice, muy sugerente pero indemostrable sin datos objetivos.

De hecho, no fue hasta 25 años después, en el apasionante relato personal que el mismo James Watson escribe sobre aquellos meses, precisamente llamado “The Double Helix”, publicado en 1968, cuando el nombre de Rosalind Franklin sale “oficialmente” a la luz. Los hallazgos de Rosalind se citan en el libro, pero de forma relativamente injusta: se afirma que ella no supo interpretar lo que tenía ante sus ojos y se la llama algo despectivamente “Rosie”, cuando nadie la llamó nunca así, ni ella se refería a sí misma con ese nombre.

Es obvio que Rosalind no iba a durar mucho en el King´s: cambió al Birbeck College, también en Londres, donde estudió la estructura del virus del mosaico del tabaco y de la otra “molécula de la vida”, el RNA, que se sintetiza a partir del DNA y contiene las instrucciones para que la célula, ya fuera de su núcleo, elabore las proteínas que nos forman. En aquellos años el sexismo en la investigación, consciente o inconsciente, estaba agudamente presente en el King´s: la presencia de la mujer en los grupos de científicos era minoritaria, había un restaurante sólo para hombres y varios de los jefes y colegas de Rosalind escribieron comentarios claramente despectivos hacia ella, en un claro ejemplo de discriminación por género, dado que su producción científica era tan o más brillante que la de muchos de sus colegas varones.

En 1956, durante un viaje a los Estados Unidos, Rosalind sospechó que estaba enferma: una operación reveló dos tumores en el abdomen que le fueron parcialmente extirpados; luego recibió quimioterapia -la que había aquellos años-, a pesar de lo cual siguió trabajando y publicando artículos ese año y 1957. Falleció en abril de 1958, casi exactamente cinco años después de la publicación de un artículo que debió llevar su co-autoría o, al menos, reconocer más su fundamental contribución.

Las reglas del Premio Nobel prohíben su adjudicación póstuma, por lo que no lo recibió jamás; su reconocimiento fue mucho después de muerta, cuando desde1982 en adelante se le dedican en Universidades y Colleges aulas, avenidas, estatuas … De hecho en la escultura de la doble hélice que se encuentra en el patio del Clare´s College de Cambdrige puede leerse “el modelo de la doble hélice fue sostenido por el trabajo de Rosalind Franklin y Maurice Wilkins”.

Esta es -sumamente resumida- la historia de Rosalind Franklin, una mujer inteligente y brillante, en cierto modo impenetrable, de quien no se conocen amores ni desamores, que entregó su vida a la ciencia y casi nadie conoce. Desde que, siendo estudiante de medicina, leí “The Double Helix”, su figura me ha impresionado, entristecido e interesado a un tiempo, y he querido compartirla con ustedes y, así, rendirle un homenaje que -como la mayoría de grandes personas- nunca recibió en vida.

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