Mis maestros (I): Florencio Segura SJ

  Tal vez algunos de ustedes hayan tenido la suerte de tener “maestros” en el pleno sentido de la palabra: personas que no sólo les han transmitido adecuadamente conocimientos, sino que les han enseñado a amar aquello que les enseñaban y les han inculcado una actitud, una forma de ser y en el fondo, un profundo conocimiento de lo humano. Ernesto Sábato describe muy bien la figura del maestro en su libro “Antes del fin” (un libro puede ser también un maestro en ciertos momentos de la vida, pero no llega a suplir a la persona).Compartiré con ustedes, en entregas sucesivas, mis tres maestros principales, curiosamente sólo uno médico. He trabajado al lado de profesionales de brillantez extrema, cuyo discurso intelectual me ha impresionado y admirado, cuyos diagnósticos diferenciales me han dejado atónito por su perspicacia y fundamentos teóricos … Pero no han sido maestros, no han modelado la persona y el médico que soy. Un auténtico maestro es con su discípulo ceramista, padre, carpintero … Nos talla y pule, formando una escultura que desea preciosa.

Mi primer maestro se llamó Florencio Segura, era jesuita y me enseñó Literatura en la Universidad de Comillas (Madrid) en 1985, tan sólo durante tres meses; parafraseando a Churchill cuando habló de los pilotos de la RAF en la batalla de Inglaterra, podría decir que nunca una persona me influyó tanto en tan poco tiempo: Florencio logró transmitirme en ese breve tiempo una aproximación a los autores que nos explicó que me ha ayudado desde entonces como médico y como persona, dado que dejó en mí una huella indeleble. A veces me pregunto por qué aquel hombre elegante y sensible, que fumaba un pitillito antes de entrar en el aula, me influyó tanto. Tal vez porque hizo que viese el mundo que me rodeaba con otros ojos, los suyos propios, llenos de ternura, comprensión y sensibilidad.

Las clases de Florencio en aquel invierno madrileño eran concurridas, íbamos estudiantes de diversas disciplinas (filosofía, pedagogía, psicología, trabajo social, teología). No largaba el clásico “ladrillo” sobre historia de la Literatura, sino que leíamos con él algunos autores y sus obras: en concreto “La Celestina” de Fernando de Rojas, luego la obra de Bertolt Brecht y ulteriormente “Esperando a Godot” de Samuel Beckett. Tocamos de refilón a Dürrenmatt y algunos otros, pero los principales fueron los tres primeros.

Cuando leímos “La Celestina” Florencio me miró y me preguntó durante una clase (nos conocía a todos por nuestros nombres, recuerdo nuestro diálogo casi de memoria y así intentaré reproducirlo):

  • – “¿Ángel, qué opinión tienes del personaje de La Celestina?.
  • – “No sé, Florencio. Es desconcertante, en cierto modo perversa y astuta, ignoro si actúa por mala voluntad o por otra razón”.
  • – “¿Es mala?”, me preguntó.
  • – “No te lo sabría decir, su figura me resulta ambigua, no podría decir que es mala pero no sé exactamente por qué.”
  • – “Tienes razón, porque no es mala: es pobre”

La conclusión de Florencio se me grabó a fuego y no la he olvidado, porque me dio una clave de interpretación de ese personaje inmortal, ayudándome así a comprender, como persona primero, como médico después, a muchos seres humanos: no son malos, son pobres, es la pobreza quien la mayor parte de las veces hace malas a las personas, por eso no podemos ni debemos juzgarlas quienes hemos tenido muchas más oportunidades en la vida.

Esa clave de interpretación me sirvió también para comprender y amar muchos personajes de ese dramaturgo (de quien un día les contaré más por lo mucho que me ha influido) que fue Bertolt Brecht: Florencio diseccionó sus personajes principales para nosotros identificándose con ellos, muchas veces representándolos durante sus clases: así un campesino reconoce al Zar en “El círculo de tiza caucasiano” cuando parte el queso en grandes tajadas, porque un pobre nunca parte el queso así: corta finas lonchas para que el queso dure mucho tiempo. Con Florencio lloré a Galileo Galilei, esa figura que nos enseña qué es la ciencia para un hombre común, que renuncia a su verdad ante los instrumentos de tortura y que le dice a su discípulo predilecto Andrea Sarti, que se avergüenza de su cobardía y lo abandona, “desdichado el país que necesita héroes”. Sin embargo más tarde, ya en el exilio, cuando se está quedando ciego, escribe durante las noches (el único momento en que no es vigilado) los “Discorsi”, con lo que su obra no se pierde.

Y sobre todo amé a Se-Zuán, la prostituta china, única que acoge a los tres dioses que vienen a la tierra (que por cierto son gordos, porque los dioses siempre están bien alimentados) y que se defiende de sus reproches a su oficio diciendo “es difícil ser buena cuando todo está tan caro”. Finalmente, contemplé -porque no puede hacerse otra cosa salvo contemplarla y com-padecerla- a Madre Coraje, ese personaje tan rico y complejo, por lo general mal interpretado y distorsionado, una superviviente nata incluso a costa de la vida de sus propios hijos (Eiliff, Cara de Queso y Katrin), que en su carromato arría u ondea una bandera u otra según el ejército que vaya ganando en la batalla, porque los pobres, en la guerra como en la paz, pierden siempre y deben aliarse con el bando que al menos les permita vivir un tiempo más.

Por último, Florencio nos regaló su interpretación profunda de “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, ese hombre que es apuñalado en París y cuyo agresor, a quien no conoce y que tampoco le conocía a él, cuando le visita en la cárcel y le pregunta “¿por qué?”, le responde “No lo sé”. Entonces Beckett escribe su gran obra y comienza lo que se llamó “el teatro del absurdo”.

Todavía veo a Florencio en el aula, andando arriba y abajo de la tarima, representando a Vladimiro y Estragón, y explicándonos que, cuando el uno arropa al otro, tal vez en ese simple acto Beckett nos está queriendo decir que Godot (“diosecillo” en inglés) ya ha venido, en la ternura con que ambos se tratan y cuidan en medio de una conversación y una situación aparentemente sin sentido alguno.

Aprendí otras muchas cosas de Florencio, pero he compartido con ustedes las principales, intentando transmitir lo que para mí supusieron sus clases. No eran sólo sus palabras, sino su actitud ante la vida y ante lo que explicaba, el cariño con que lo hacía y la comprensión profunda -y en el fondo cristiana-jesusiana- de los personajes que hizo circular ante nuestros ojos. Con ellos comprendí muchas cosas de la vida que no están en ningún libro, ciertamente en ningún libro de las ciencias biomédicas, y que han hecho de mí el médico y la persona que soy y el que intento ser.

Florencio murió apenas unos meses después de concluir el primer trimestre del curso 85-86, de un ataque cardiaco; tuvo el tiempo suficiente de hacerme el inmenso regalo de sus clases, de su amistad y de su ejemplo.

Muchas gracias por aquellos tres meses, Florencio, y que Dios te bendiga por todo lo que me enseñaste y me transmitiste. No sabes cuánto me ha ayudado y me ayuda en tiempos de dificultad.

4 Responses to “Mis maestros (I): Florencio Segura SJ”

  1. Bienaventurados los pobres, porque sólo siendo pobre alguna vez, se puede comprender a un pobre.
    Sin este punto de partida no hay Reino.

  2. soy jesus damian antiguo alumno de comillas. Tambien me dio clase Florencio y…..siento que tuve la suerte de contemplar AL MAESTRO que te enseña!!!!. Lo que no has dicho en tu comentario es que en sus clases… eran tan buenas que venían alumnos que no estaban tan siquiera matriculados en su asignatura!!!
    Un saludo

  3. Querido Ángel,
    soy jesuita y compañero de tu hermano Javier, de su misma generación. Y, sobre todo, discípulo, amigo, compañero… de Florencio, MAESTRO. Fue mi profesor en Aranjuez y Rector en Madrid desde el año 1979 en el que comencé mi Teología en Comillas. Florencio ha sido el jesuita al que yo más he querido y he tenido el privilegio de su amistad entrañable. Te podría hablar de detalles, anécdotas, situaciones que muestran el gran ser humano, criticamente creyente y de una sensibilidad riquñisima con la que disfrutamos tanto y que tanto le hizo sufrir. Muchas gracias por tu comentario. Saludos a Javier. Con afecto
    Quique Climent, S.J.

  4. Yo también fui alumno de Florencio en Comillas y suscribo todo lo que dices. Era un gran hombre, enorme.

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