Confesiones de un médico

  Cuando comencé estre tríptico sobre “mis maestros”, mencioné que sólo uno era médico: D. Julio era (ignoro si todavía lo es: desde finales de 1988 no he sabido nada de él) cardiólogo en el hospital San Juan de Dios de la Malvarrosa de Valencia, y durante el curso 1987-88 me enseñó medicina, cardiología y una forma humana de ejercer la profesión.Fue/tal vez es todavía un cardiólogo clásico, de manos para tomar el pulso, de fonendoscopio para auscultar (fue él quien me enseñó a distinguir los soplos cardiacos) y ojos para interpretar el electrocardiograma; ocasionalmente disponíamos de imágenes ecocardiográficas. Pero sobre todo era una buena persona y un buen médico: me acogió como un amigo en un momento difícil para mí (de transición desde la orden de los jesuitas a la vida civil), me integró rápidamente en su pequeño equipo (otra discípula llamada Nuria que también fue muy amable conmigo, un ecocardiografista a tiempo parcial y una auxiliar de clínica),  me llevó a su casa a comer, me prestó libros de medicina … Fue para mí más que un docente. Aprendí de él semiología (es decir, lo que el cuerpo humano nos enseña en la exploración física y lo que el paciente nos refiere) y electrocardiografía, pero sobre todo cercanía al enfermo: era “Don Julio”, pero no una persona lejana o un médico engreído, sino un amigo para sus colegas y para los pacientes. En suma, un profesional cabal y una persona decente.

Recuerdo de Don Julio muchas cosas (siempre le llamé así, aunque le trataba de tú). Por ejemplo, su delicadeza y paciencia con los pacientes, su forma de escucharles, sin prisa alguna. Es el primer y único médico que he visto pasar habitación por habitación a desear a sus enfermos felices navidades (teníamos consultas externas y pacientes hospitalizados). También su forma de “hacerse” a ellos, por lo general gente sencilla de los pueblos, explicándoles sus enfermedades en términos que pudiesen comprender, regalándoles muestras (en aquellos tiempos todavía los laboratorios las entregaban) y hablándoles en valenciano, la lengua que la mayoría utilizaba.

Tenía peculiaridades, inherentes a aquellos tiempos e incomprensibles en el momento actual: por ejemplo, fumaba en la consulta y pasando sala, pero eso era bastante común entonces. Igualmente, cuando concluíamos la consulta (hacia la 1.30pm) y antes de pasar la planta, nos invitaba cada día a una cervecita y unas almendras en el bar del hospital: nunca me dejó pagar, tal vez intuía que mi situación económica era en aquel entonces más bien precaria. Huelga decir que tenía un marcado sobrepeso, con la bonhomía que caracteriza a casi todos los “gorditos”: buen comedor de paella y de lo que se terciase, buen conversador y animador de una velada.

Cuando concluyó aquel curso Don Julio me planteó seguir en el hospital haciendo guardias. Sin embargo, me di cuenta de que había aprendido casi todo lo que allí podían enseñarme, y que necesitaba una formación más prolongada y reglada, que en España se obtenía a través del sistema MIR (médico interno residente). Por eso me fui de Valencia y preparé el examen MIR, muy duro en aquellos momentos (nos presentábamos 20.000 médicos para unas 3.000 plazas).

Tras aprobar el examen, fui a hacer la especialidad a Barcelona y encontré otro modelo de médico y hospital: mucho más competitivo intelectual y profesionalmente (en algunos casos no necesariamente más competente, aunque ellos creían que sí), mucho más distante con el paciente y con los médicos en formación como yo, mucho más preocupados por el status, el dinero que ganaban y su prestigio personal, profesional y con el sexo opuesto, a quienes no les importaba pisar a quien fuese para medrar en la jerarquía del hospital o la universidad … En suma, que eché de menos a aquel hombre que tal vez no publicaba artículos científicos ni había hecho la tesis, pero era cálido y cercano con los pacientes y con sus colegas, incluyendo los médicos jóvenes. Es cierto que hubo quienes me acogieron, enseñaron y ayudaron, y mucho, y aun hoy les estoy sumamente agradecido, pero ninguno puede compararse a Don Julio.

Luego he conocido otros muchos profesionales, cientos tal vez, algunos de gran brillantez, de quienes he aprendido una gran cantidad de conceptos científicos, de metodología, de técnicas …pero quien de veras me enseñó cómo tratar a un semejante enfermo y me “talló” como médico fue Don Julio. Por eso lo incluyo en este apartado de “maestros”.

Ignoro si alguien que viva en Valencia o haya conocido a Don Julio leerá este post. Si así fuese, agradecería se lo hagan llegar a él si vive o a sus familiares (tenía un hijo médico que quería seguir sus pasos en la cardiología; ignoro si lo habrá conseguido). Y si no, sea este un homenaje a aquel buen hombre y buen médico; ojalá desde una vida que esperamos mejor que ésta nos ilumine para poner en práctica todo lo bueno que él enseñaba.

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