Mis maestros (III): José Antonio Martínez Paz SJ

  Puedo decirles con seguridad que, si hoy soy un médico que intenta ser cristiano, es gracias a José Antonio. Fue un hombre pluridisciplinar: biólogo de formación, sacerdote jesuita, lector empedernido, buen consejero, capaz de sintetizar y hacer comprensibles autores complejos en los campos de la teología, la filosofía … En resumen, una persona polivalente y polifacética a quien debo mucho más de lo que le manifesté en vida: lamento no haberle dicho de palabra lo que ahora escribo: lo mucho que me enseñó, lo mucho que me influyó y lo mucho que le debo.Los que fuimos a colegios de jesuitas en la década de los 60 y 70 vivimos una suerte de esquizofrenia nada fácil de digerir: por una parte nuestros primeros profesores y padres espirituales eran de corte clásico, de “la letra con sangre entra”, y yo aprendí a temerles y a temer al mismo colegio. Vestían con sotana o, en el mejor de los casos, con clergyman, y nos inculcaron una imagen de Dios y un conjunto de conceptos teológicos, sociológicos y antropológicos que nos han producido más de un disgusto y más de un quebradero de cabeza, porque ha habido que desmontar un puzzle para volverlo a montar.

Sin embargo, en COU apareció en la clase de biología un jesuita de mediana edad que vestía de paisano, nos trataba de igual a igual, le podíamos tratar de tú y estaba abierto a nuestras preguntas y sugerencias. Se llamaba José Antonio Martínez Paz, y es mi tercer y último “maestro”. El me introdujo, como un guía que te conduce por senderos inexplorados hacia lugares desconocidos, en un mundo que me subyugó desde el principio y que me inclinó en último término a estudiar medicina: el campo de la biología, del estudio de los seres vivos, sean microbios, plantas o seres humanos. El me habló por primera vez de los coloides y los cristaloides, del mundo perfecto de la célula, de la doble hélice en la que se estructura el DNA y que compone los genes … Dibujó para nosotros -paso por paso y reacción a reacción- la cadena respiratoria, con sus electrones que van cayendo en cascada, que conduce a la formación de la “moneda energética” de la célula, el ATP. Nos describió la fotosíntesis, la influencia mutua entre estructura y función, el ciclo de Krebs o de los ácidos tricarboxílicos, clave en el metabolismo celular …

Pero no sólo eso: accedió a darnos un seminario sobre Karl Marx (lo cual resultó provocador y “subversivo” en el catolicísimo colegio de los jesuitas de Zaragoza en el curso 1977-78) para que pudiésemos entender el mundo en que vivíamos y aquellos demonios con cola que decían eran los comunistas. Y un día, en el autobús que nos devolvía desde el colegio a casa, me comentó que una persona viene condicionada por su carga genética además de por su cultura y el medio donde crece (el “nature+nurture” inglés), y por eso él no juzgaba a los homosexuales ni ninguna otra persona “diferente”. Esto puede parecer obvio y una simpleza hoy en día, pero en 1976, de labios de un sacerdote jesuita a quien uno admira con sus 16 años, puede impactar tanto que no se olvide nunca y se recuerden con exactitud las palabras y el contexto en que fueron pronunciadas: un autobús de línea, ambos charlando en la parte de atrás, maestro y discípulo.

Cuando comencé medicina, José Antonio nos invitó varias veces a mi hermano gemelo y a mí a dar algunas clases de biología en COU, lo cual para nosotros resultó un honor y un reto. Además, moderaba un cine fórum en el centro religioso-cultural que los jesuitas tenían en Zaragoza: lo poco que sé de cine posiblemente lo aprendí de José Antonio, a quien más tarde tuve la suerte de tratar más de cerca: tras concluir la carrera y decidir entrar en el noviciado de los jesuitas (decisión que el tiempo reveló errónea), conviví con él en mi segundo año de novicio. Ahí conocí más de cerca al José Antonio jesuita, sacerdote y teólogo-filósofo-divulgador de ambas disciplinas-compañero-amigo-bromista-hombre de consejo. Ese año aprecié todavía más quién era: nos regaló en sus charlas una visión de Jesús, de la vida y de la historia que era una síntesis de todo lo que había leído y vivido. No debió ser un año fácil para él (tampoco lo fue para mí): éramos un grupo heterogéneo de personas viviendo bajo el mismo techo, en unos pisos de la perifería de Zaragoza, la comunidad de formadores era asimismo diversa, el maestro y su ayudante posiblemente muy distantes de su forma de pensar y ver la formación … Sin embargo, a mí personalmente charlar con él me resultó de gran ayuda, así como verme reflejado en su defensa de una cristología y una eclesiología más acordes con mi forma de ser y de pensar. Recuerdo, por ejemplo, que fue el primero que me dijo que sólo podemos saber una cosa de aquella mujer que debió ser la madre de Jesús: un hijo se halla enormemente influido por su madre, por cómo ésta ve la vida y se comporta ante los demás (luego lo vi con mayor claridad al leer libros de psicología evolutiva). Luego si Jesús se ubicó como lo hizo ante la vida y ante sus semejantes, sobre todo ante los más necesitados, no fue por casualidad, de alguien debió aprenderlo: muy posiblemente de sus padres, tal vez con mayor influencia de su madre. No creo que sobre aquella mujer podamos saber mucho más que eso, fuera de relatos poéticos y exegéticamente muy ricos (véase Leonardo Boff sobre el nacimiento en el evangelio de Lucas).

Cuando fui a Madrid perdí de vista a José Antonio, fue una auténtica pena. No volví a recuperar la relación, la vida (y nuestras decisiones) nos fueron llevando por distintos derroteros, a mí fuera de la orden y hacia el ejercicio de la medicina -un cierto modo de sacerdocio si se quiere-, a él con el tiempo fuera de Zaragoza, finalmente creo que a la leprosería de Fontilles, donde murió hace unos años. Me entristece su ausencia, hubiese querido escuchar de nuevo su humor fino y sutil, ver su cara tan fácil de caricaturizar, oírle hablar de Spinoza, de Mounier, de autores que le habían gustado y enriquecido, y que nos hubiesen enriquecido a los demás a través de sus palabras.

Ignoro cómo fueron sus últimos años, pero no me preocupa mucho saber cómo murió, porque sé cómo vivió: en mi caso, abriéndome las puertas a un mundo lleno de moléculas, orgánulos celulares, reacciones bioquímicas (de hecho nuestro nivel de biología en COU era más alto que el de primero de carrera de medicina), un universo vivo que me deslumbró y apasionó; a la vez transmitiéndome comprensión y tolerancia, riquezas intelectuales y humanas contenidas en los autores que mencionaba, y una visión de Jesús y del Dios cristiano que ha sobrevivido conmigo a varios naufragios, no sin dejar en el mar unos cuantos jirones, pero eso es otra historia.

Que Dios te bendiga, José Antonio, por todo el bien que me hiciste como profesor, como compañero, como persona, como sacerdote, como Maestro.

One Response to “Mis maestros (III): José Antonio Martínez Paz SJ”

  1. Suscribo gran parte de tu descripción de José Antonio y una sana ironía.Un gran recuerdo de una de las personas tan heterogéneas que estuvimos conviviendo en el noviciado.Un saludo

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