¿Merece la pena?

“Voz que clama: en el desierto preparad el camino al Señor, allanad sus sendas” (Is, citado en los primeros versos del evangelio de Marcos refiriéndose el profeta Juan).

Me permito “tunear” este versículo del profeta Isaías, que Marcos escribe en el primer capítulo de su Evangelio (discúlpenme los exegetas). Lo habrán notado, realizo un sutil cambio del signo de puntuación. Ubico los dos puntos al principio, con lo que el texto se adapta mejor a mi actual experiencia de fe y de vida: es en el desierto y desde el desierto desde donde se clama. Es en el desierto de la vida y del trabajo donde se prepara el camino al Señor. Es en esta España del 2010, con sus millones de parados y que parece caminar desnortada.

Considero a varios lectores de este blog “cíberamigos”, a los que espero conocer personalmente algún día (“más temprano que tarde”, como dijo mi difunto colega Salvador Allende desde el Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, en su alocución final al pueblo chileno, antes de que lo aplastase una dictadura peor que cualquier terremoto). Es por ello que comparto sentimientos y hechos de mi cotidianidad, tal como se hace con un amigo, y no ideas o conceptos.

Hay médicos entre nosotros (creyentes en algún Dios o no, con o sin blog, conocidos o anónimos) preocupados por la medicina española, pero sobre todo preocupados por los pacientes y por implantar criterios de racionalidad, buena práctica y buena ética en la atención a los enfermos. Eso pasa no sólo por prestar una asistencia científicamente correcta (por ejemplo, tratando bien el dolor en el hospital y fuera de él); también pasa necesariamente por  implantar sentido común y racionalidad en un medio como el sanitario donde en muchas ocasiones impera el absurdo de la burocracia; en unos hospitales donde los técnicos de ordenadores han devenido más importantes que los médicos asistenciales, donde los programas informáticos son más cuidados que una buena guía de prescripción antibiótica o el tiempo que se dedica a un paciente (hay un curioso e inteligente artículo en el British Medical Journal de hace unas semanas: el escritor se pregunta quiénes pensaría un alienígena que eran los pacientes si visitase una sala de hospital. Indudablemente los ordenadores, porque delante de ellos y no a la cabecera del enfermo es donde los médicos pasan la mayor parte del tiempo).

En este medio donde trabajo a veces me pregunto ¿merece la pena? ¿es posible hacer algo para mejorar la sociedad en que vivimos, los hospitales, el ejercicio de la medicina, la vida en suma? Es probable que algunos de ustedes que tienen la gentileza de leer y participar en este blog también se lo pregunten, cada quien en el medio en que viva.

Mientras hoy conducía hacia el hospital iba rezando. No podía evitar repetir una y otra vez frases de Jesús en el Evangelio: “Haz a los demás aquello que quieras que te hagan a ti: eso son la Ley y los Profetas”. “Amarás al Señor con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Prójimo es próximo.

Bogdan, mi vecino de habitación rumano, marchó hace unos días, sin encontrar trabajo. No se despidió de su compatriota que le acogía y se llevó mi mejor mochila, regalo de un amigo en mi último cumpleaños. Esto no tiene importancia alguna, aunque hubiese preferido que me la pidiese: cuando necesite una mochila, compraré otra. Sé que le hacía más falta que a mí. Resulta triste ver que personas cercanas, próximas, tienen que marcharse y nos preocupamos por países lejanos. Eso también está muy bien y sin duda les hace muchísima falta, pero están lejos y aquí mismo tenemos serios problemas. Estas reflexiones me dan vueltas por la cabeza desde el terremoto de Haití, viendo que nuestro propio país se hace -en muchos sentidos- jirones y nada parece pasar. Sólo resultan relevantes los resultados de la liga de fútbol, luego vendrá el mundial, tal vez Contador gane el Tour …”Panem et circenses”.

No sé si muchos de ustedes se sienten también así: clamando en y desde el desierto, y precisamente en una tierra inhóspita preparamos el camino del Señor e intentamos enderezar sus senderos. Porque ¿qué otra cosa pretendemos? Formulándolo de forma sencilla, muchos de nosotros -con nuestra profesión, con nuestra vida diaria- intentamos proseguir el camino de Jesús, instaurar lo que él llamó “el Reino”, ese mundo de relaciones humanas fraternas donde nadie pase necesidad y pueda afrontar la vida en la mejor de las situaciones, como hijos de un mismo padre.

Puede sonar simple, utópico o infantil, pero cuando me pregunto por qué hago las cosas y por qué creo y por qué mi vida ha sido así y no de otro modo desde que acabé mis estudios de medicina, la única respuesta que encuentro es que torpemente, con avances y retrocesos, con risas y con lágrimas, con amor y desamor, con alegría y tristeza, en soledad o en compañía, no he pretendido otra cosa que “hacer Reino”, acercar el Reino.

Hace unos días en otro blog se hablaba de la esperanza. Mi esperanza es que llegue un día en que se haga realidad lo que proclamamos en el Credo de nuestra fe cristiana: “Y su Reino no tendrá fin”. Soy consciente de que no veré un mundo así en mi periodo vital. Pero es mi objetivo y mi horizonte, es la Íthaca hacia la que navego. Y estoy convencido de que llegaré a ella. Aunque no sé cuántos naufragios más me esperan y si tendré fuerzas para sobreponerme a ellos.

Cuídense mucho. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

4 Responses to “¿Merece la pena?”

  1. Yo ya he perdido un remo pero no la nave.
    Mientras sobre la tierra haya alguien que desee el Reino, la fraternidad, el perdón y la voluntad de Dios; el Espíritu podrá levantar la “masa” y tendremos el Pan definitivo que será repartido por el mismo Cristo hecho de infinitas bocas que comen y de infinitas manos que dan.
    No bajes la guardia, que igual eres un pellizco de “levadura madre” y cuentan en serio contigo.

  2. Tu que estás en el mundo sanitario ¿crees que los españoles podremos pagar los costos enormes de la medicina moderna? Yo trabajo en una residencia de ancianos y cuando veo las medicinas y los pañales que se consumen todos los meses, tratando de no despilfarrar, me vienen las grandes dudas. Los costos médicos avanzan y nuestra edad con ellos ¿dónde está ese punto en el que los primeros se harán imposibles?

  3. ¿De qué te extrañas Angel? El hizo su conversión en medio del desierto, tenemos que pasar por ahí, es en la dificultad donde está el aliento.

    Un abrazo.

  4. Amigo Ángel, no eres tú el tuneador, sino el propio Marcos. Tú citas textualmente a Isaías, y es el evangelista el que hace la modificación. Siempre me he preguntado por qué ocurre esto. Estas dos lecturas, Isaías 40, 1–5 y Marcos 1, 1–8, van unidas en la liturgia del domingo 2º de Adviento, ciclo B, que curiosamente forman un bocadillo con 2ª Pedro 3, 8–14, que cito a continuación, porque me parece muy apropiado para tu artículo:
    «No perdáis de vista una cosa, queridos: para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra y todo lo que se haya hecho en ella quedará al descubierto.
    Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser nuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
    Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.
    »

    Es cierto, algunos, o una multitud (según cómo se cuente), están haciendo el Reino, paso a paso, paso alante/paso atrás, con dudas y negaciones, con triples saltos mortales y voltereta; chillando por las calles y murmurando en la cola del pescado; voceando desde las azoteas y en silencio entre la multitud. Pero también es cierto que el Reino se va haciendo en lo escondido, trabajando como la savia en invierno o la levadura desde dentro de la masa.
    No se te ocurra ni por un momento pensar que estás gritando en medio del desierto. «El Reino está dentro de ti y dentro de mí, están dentro de nosotros».
    Somos una multitud, ¿no lo percibes? Y lo más importante, es Abba el que anima desde dentro, y suda la camiseta como el que más por llevarlo adelante.

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