Un curso en Liverpool
He estado cinco días haciendo un curso en la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool (LSTM). Intento salir una vez el año de España en esos cinco días que este sistema sanitario en el que trabajo nos ofrece, aunque no nos dé un centavo para ello (nunca lo dio, ni siquiera en los tiempos de “vacas gordas”): esto es un absurdo porque obliga a intentar conseguir ayudas de la industria farmacéutica, con todo lo resbaloso que eso resulta, o pagarlo uno de su bolsillo. De modo que intentar formarse resulta caro, pero es necesario. Mi motivo para salir de España es que la experiencia me demuestra que aprendo más y de otro modo: no sólo es el contenido de un curso, también el continente, cómo lo enseñan, de forma mucho más práctica que el habitual sistema enciclopédico de aquí.
El tema de este año ha sido la tuberculosis y la infección por HIV/SIDA, especialmente en los países con escasos recursos. He coincidido con gente de varios países e intereses y proyectos diversos, y eso también resulta sumamente formativo, ver cómo diferentes profesionales orientan sus carreras y responden de forma diferente a los problemas clínicos y epidemiológicos de las enfermedades.. Cuando fui estudiante de medicina la tuberculosis era una enfermedad de la pobreza y cada vez más infrecuente en España: la llegada de la infección por el HIV cambió todo y en todo el mundo. Los números de enfermos se centuplicaron y adquirieron proporciones de plaga bíblica. Aquí nos hemos defendido razonablemente bien, pero un continente entero (África subsahariana) ha sido diezmado. Afortunadamente se ha bombeado mucho dinero y los tratamientos han mejorado, de modo que cada vez más africanos disponen de los medicamentos adecuados, aunque no es nada fácil: el tratamiento es de por vida y con numerosos efectos secundarios. Y si además hay que tratar una tuberculosis, el riesgo de interacciones entre las drogas es muy alto. Ser pobre es muy malo, pero si además se está enfermo puede resultar catastrófico. Todo esto he estudiado y refrescado en estos días, así como he practicado con las nuevas herramientas de diagnóstico, algunas de las cuales pueden dar un resultado en cuestión de minutos. Son muy efectivas aunque caras, por eso resulta difícil su aplicación a gran escala, precisamente en los lugares donde serían más necesarias.
Liverpool me gustó mucho: conserva el sabor de ciudad inglesa pequeña y destila historia, no sólo de sus nativos más famosos (los Beatles), sino de un puerto que en los siglos anteriores tuvo una importancia capital, no en vano más de la mitad de las importaciones y exportaciones de Inglaterra pasaban por él. Cuando el imperio desapareció la ciudad atravesó una profunda crisis y su población disminuyó a la mitad. Hoy parece haberse reconciliado con su historia y se ha convertidoen una sociedad mutirracial, con una universidad prestigiosa y los antiguos muelles llenos de hoteles y restaurantes. Mientras estaba allí fue elegido el nuevo Papa: las cadenas cubrieron extensamente el hecho, con reportajes y entrevistas. Mis compañeros de curso me preguntaban mi opinión, tal vez porque supieron que yo era católico, en un medio muy variado (angloindios hinduistas, algunos musulmanes, protestantes). Todos se mostraron muy respetuosos.
Como todo pasa y todo llega, ya estoy de vuelta en mi hospital, donde hay que torear los mismos toros que dejé: parece que algunos trabajadores interinos van a ser despedidos y seguimos con dificultades para que nos deriven pacientes de otras comunidades autónomas. Pero bueno, hay que seguir adelante y mantener la perspectiva (y la esperanza).
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.
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