La Última Cena de Jesús: una Cena Familiar
Si yo fuera pintor, me gustaría plasmar en el lienzo la escena de la “Última Cena”. No para emular a Leonardo da Vinci, y mucho menos para intentar superar su obra maestra; cosa imposible. Pero, eso sí, la pintaría de distinta forma: más familiar. Necesitaría más espacio, más lienzo… y acaso un caballete mayor, porque aumentaría el número de comensales. Leonardo, fiel a la tradición, sólo pintó varones: los doce apóstoles. En mi “Cena”, estarían también algunas mujeres; al menos las que después se encuentran junto a la Cruz, las que también eran discípulas de Jesús, y solían seguirle en sus correrías apostólicas, y lo ayudaban en sus gastos: María de Cleofás, María Magdalena… y sin duda María, la Madre de Jesús. Tal vez, alguna más. La tradicional Cena de Pascua judía se celebraba en familia, con el rito prescrito y vivido durante siglos, hasta hoy día. La familia de Jesús, además de su madre, eran ya sus discípulos, al menos los más allegados y constantes, incluidas algunas mujeres. Por tanto no es mucho imaginar que estarían presentes y serían participantes de la cena Pascual. La Madre era viuda; San José había ya muerto. Estaba sola. ¿Cómo no iba a estar en aquella cena ritual? Y María no iba a estar sola; estaría acompañada por las otras mujeres. Pero, además, para Jesús aquella cena iba a ser una cena de despedida. Él se temía que su suerte estaba echada, y que tal vez estaría muy cercana su hora Y en esa despedida tendrían que estar los más allegados y queridos.
Y viene inmediatamente la pregunta: Si eso fue así ¿por qué los evangelistas nos hablan sólo de hombres (de los doce discípulos). Yo creo que la respuesta surge inmediatamente. En un tiempo en que el machismo estaba en su punto álgido, en que las mujeres no contaban para nada, los apóstoles no pueden menos de obviarlas, porque ellos también son hijos de su época. Tampoco el Evangelio nos dice que Jesús se apareciese, después de su resurrección, a su Madre. Y, sin embargo, no es mucho suponer que ella sería la primera de ver a su Hijo Resucitado. Hay cosas que no se dicen, pero que caen por su propio peso, por lógica o por sentido común.
Jesús no era, en absoluto, machista. Antes al contrario, valoraba por igual a hombres y mujeres. Jesús se atrevió a transgredir las normas y costumbres judías de su tiempo, cuando no encajaban en el plan de Dios.
Por todas esas razones, y algunas otras, si yo fuera pintor, pintaría la Cena distinta de la de Leonardo da Vinci.
Félix González
“Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo” Jn 13,1
Si yo fuera pintora, no hubiera utilizado un lienzo. Habría necesitado un enorme pañuelo capaz de enjugar las lágrimas de la humanidad que llora.
¡Amarnos hasta al extremo!, yo no sabría decidir cuál es el color que nos consuela, tampoco podría pintar el pan repartido que no se acaba cuando las manos que lo trocean aman del todo, ni el color del dolor con el que Jesús había llenado la copa.
¿Cómo pudo hacerse el servidor de… todos?
Sí, estarían las mujeres, pero estremecedoramente también estábamos nosotros en esa cena sin tiempo, en esa entrega sin límites, en ese dolor condensado y en ese perdón que nos hacía nuevos.
Estábamos y estamos, sucedió tanto amor y sucede, Leonardo pinto esa pared y nosotros tenemos en blanco lo que nos resta.
Bien mirado, quizás sí podemos dar alguna pincelada en el inacabado cuadro de la fraternidad.
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