Itinerario de “Los milagros del vino”

    sadalidconjovenes  

Y en esta aproximación que estamos haciendo en nuestro blog a “Los misterios del vino”, de Jesús Sánchez Adalid, detengámonos ahora en los lugares que recorre la novela.                                             

Los grandes escenarios son dos. En la primera parte (capítulos 1-35) es Corinto, eje romano del Peloponeso, mientras que, en la segunda (capítulos 36-70) es Séforis, la capital de la Galilea de Herodes Antipa. Éste es el itinerario, ciudad a ciudad, que sigue Podalirio, el protagonista de la novela, en su búsqueda de la verdad:

SIRACUSA. El recuerdo de Siracusa le embargó entonces. Le parecía haber retornado a la pequeña casa de Ortigia, donde se quedó su alma de niño envuelta en brumas. Y la imagen borrosa de su madre, la ternura, el dulce olor de su cuerpo y su voz lejana. Pero también la presencia perturbadora de su padre, sacerdote de Febo, que enloqueció —según decía— por ver reflejado en la fuente de Aretea el rostro de una Ninfa; desde entonces reía estrepitosamente, se echaba a llorar sin motivo aparente y conversaba consigo mismo.

EPIDAURO. Curado de su locura [Aristeo], se creyó impelido a entregar una valiosa dádiva al hijo de Apolo. Y no halló mejor ofrenda que su propio primogénito. Por eso, apenas cumplió Podalirio los seis años, se embarcó con su padre y atravesó el mar de Jonio una primavera, con destino al Peloponeso, a la Argólida, para ser entregado en la casa del gran dios de Epidauro, el Sanador. Allí fue puesto en manos de los sacerdotes y jamás volvió a ver a sus padres, pues nunca más regresó a Siracusa.

Recluido desde la infancia en el Asclepion de Epidauro, separado del contacto con el mundo, se inició desde tan temprana edad en los misterios del dios  […]. Desde entonces, ¡escuchó tantas veces hablar de los «milagros»! A Epidauro acudían peregrinos aquejados de todos los males imaginables: leprosos, ciegos, cojos, locos, posesos… que suplicaban la intervención del dios para curarse. En aquel lugar aromático, apacible y saludable, las enfermedades se aplacaban y el dolor se veía mitigado.

CORINTO. Se instalaron en Corinto, de donde ya no volvieron a moverse. No era mal lugar para vivir y el Asclepion proporcionaba pingües beneficios, por acudir mucha gente, comerciantes ricos, funcionarios de los puertos y romanos de la administración. Podalirio asumió el cargo de sacristán y se instaló con su familia junto a la fuente de Lerna, en una sobria casa cuya puerta principal daba al gran patio con columnas que precedía a la entrada del templo.

[…] Porque podía decirse que era aquél el lugar del ruido y el desasosiego. ¡Cuánta gente! ¿Quién podría entretenerse contándola? Decían que más de medio millón de habitantes dentro de las murallas… Una humanidad venida de todas partes, vendida y comprada una y diez veces, sin señas ni memoria, arrastrada, malqueriente, astuta y azarosa; como suele ser la gente de ninguna parte. Una muchedumbre que ahora dormía, tal vez para olvidar los excesos de las noches de estío, o por puro agotamiento.

[…] Precisamente por su riqueza y por ser conocida como bimaris Corinthus, «Corinto entre dos mares», resultó ser muy apetecible para los ambiciosos romanos. Las legiones mandadas por Lucio Mumio la conquistaron y saquearon. Todos sus tesoros fueron enviados a Roma. Después quedó despoblada y abandonada durante más de un siglo. El poeta Antipater de Sidón cantó la tragedia en sus célebres versos:

¿Qué pasó con tus muros, Corinto?

¿Dónde están tus fortalezas?

La guerra lo destrozó todo,

con su obscena rabia…

[…] Salir del puerto de Cencreas y dejar atrás Corinto y el golfo Sarónico, con la enormidad de la Acrocorinto detrás, era una imagen que difícilmente se podría olvidar; mientras, se iban haciendo pequeños Nana y los demás, con sus manos alzadas agitándose.

SÉFORIS. Después de una jornada de camino desde el puerto de Tolemaida, el sol declinaba cuando llegó Podalirio al pie de la cumbre donde se asentaba Séforis. Era una ciudad hermosa de estilo griego, con sólidas murallas, palacios y un espléndido teatro. En la misma puerta reinaba el orden y hubo de aguardar su turno para ingresar el denario que se exigía antes de pasar. Pagó el impuesto y se adentró por un dédalo de callejuelas de casas humildes.

TIBERIADES. Doblaron una esquina y apareció frente a ellos el lago de aguas serenas, desbordado de plateada luz. Era casi mediodía y los barquichuelos descansaban amarrados en los muelles. La chiquillería bulliciosa se zambullía en las orillas, aprovechando el calor del sol de primavera. Podalirio se deleitó contemplando la belleza tranquila y extraña del pequeño puerto, y la calma resplandeciente de lo que se conocía como mar de Galilea.

»—¿Dónde ha ido? ¿Dónde está ahora el rabí? —preguntaba con ansiedad Juana a cuantos encontrábamos a nuestro paso.

»—¡Por allí! —contestaban—. Dicen que va camino del mar.

»—Pero… ¿A dónde? ¿A Tiberíades?

»—Tal vez —decían—. O a Cafarnaún, Betsaida, Coratín, Magdala… ¡Preguntad por los caminos! El gentío va en su busca; son muchos los que andan en pos del rabí de Nazaret.

CAFARNAÚN. Reinó el silencio y el calor ascendente del día pesó sobre ambos. Caminaban por la orilla del mar de Galilea, próximos a la aldea de Cafarnaún, por el sendero que transitaban los pescadores para llevar su mercancía a Tiberíades. Pero todo movimiento humano se había desvanecido a esa hora. Sólo ellos aguantaban el sol de mediodía, porque Podalirio se había empeñado en conocer los escenarios del relato de Susana.

Antes de entrar en Cafarnaún, se refrescaron en una fuente. Después buscaron refugio en la casa de unos conocidos de Susana, donde les dieron de algo de comer y les facilitaron hospitalariamente una estancia para descansar.

PUERTO DE CESAREA. En la dorada fatiga del crepúsculo, se percibía el otoño. Cesarea también olía a uvas y a mosto fermentado; a pesar de que permanentemente soplaba en la ciudad una brisa suave, que traía sobre sus alas el refrescante aliento del mar. Detrás de las torres y los tejados de los fastuosos palacios romanos, resplandecía la dársena del gran puerto, donde se hallaban anclados navíos de todas las ciudades: de la misma Roma, de Siracusa, Cartago, Egipto, Antioquía, Atenas, Corinto…

REGRESO A CORINTO. Finalmente alcanzó Corinto, y experimentó muy cercana la presencia amorosa y maternal de Nana, la tranquilidad consejera de Galión y, en las alturas de la Acrocorinto, la enormidad de la belleza y la dulzura de Eos, el majestuoso culto de Afrodita, la sensualidad, el placer, el vino y el inconmensurable milagro de la vida, hecha para perdurar, pero al fin sin demonios.

7 Responses to “Itinerario de “Los milagros del vino””

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