“La Homilía de Paco”

No ocurre todos los días: una carta publicada en el  periódico regional en la que un ciudadano alababa la homilía que había escuchado el Domingo en la Parroquia de Guadalupe de Badajoz. Allí está de párroco mi amigo Paco Maya; ya habíamos hablado del evangelio del Domingo y de la preocupación por anunciar el evangelio y hacer de la comunidad parroquial un espacio de verdadera acogida para todos. El evangelio  presentaba el tema del divorcio. Le he pedido que me hiciera llegar la homilía pronunciada por él y aquí os la sirvo. Qué bueno que el periódico hable de las homilías  evangelizadoras….

parejaDivorciados en nuestras comunidades cristianas

 El evangelio de hoy nos introduce en un tema de gran actualidad, pero no exento de dificultades. Se trata del tema del matrimonio y del divorcio.

 Como acabamos de escuchar se suscita este tema por una disputa entre fariseos y Jesús, la del divorcio tal como se configuraba en el judaísmo en aquel tiempo. La pregunta de los fariseos no era tanto por el divorcio en si, tal como hoy se plantea, sino por la desigualdad de derechos entre el varón y la mujer, por los privilegios del varón prácticamente ilimitados. Y eso Jesús no lo tolera. Tal como se vivía en la práctica el tema del divorcio, regulado la base del Dt. 24,1-4, el divorcio era envilecedor para la mujer. En las escuelas rabínicas discutían no sobre el divorcio sino los motivos del divorcio; o sea, si bastaba que la mujer dejara quemarse la comida, o que el marido encontrase más atractiva a otra mujer, o si el procedimiento de divorcio debería ponerse en marcha solamente en caso de adulterio de la mujer.

 Jesús no se mete en discusiones de escuelas, sino que llega al fondo. Él argumenta con el proyecto original de Dios: “no son dos sino una sola carne” que se funden en una unidad, en una igualdad de dignidad y de derechos. Aunque sea tan manifiesta la diferencia entre varón y mujer, aunque la diferencia es un hecho, la igualdad es un derecho. Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total para siempre. De ahí el grito de Jesús: “lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón” con su actitud machista. Dios quiere una vida digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas por el varón en los hogares de Galilea y Jesús lo proclama. No puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer.

 Esta igualdad entre los cónyuges debió de parecer provocativa para la sensibilidad judía, donde el hombre podía repudiar tan fácilmente a la mujer. Jesús desautoriza y declara invalidad la Ley de Moisés porque no responde al proyecto original de Dios, ya que sólo sobre la igualdad y el amor incondicional tiene sentido el matrimonio y la comunidad cristiana.

 Después de las palabras de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con la Biblia o el Evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la mujer. En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su “dureza de corazón” y promuevan unas relaciones justas e igualitarias entre varón y mujer.

 Mucho habría que hablar sobre el matrimonio. Es indudable que el concepto cristiano del matrimonio se ha desvirtuado en la sociedad. Hoy echamos en falta una educación para la vivencia del matrimonio como ideal cristiano, como creemos que debe ser el matrimonio, indisoluble y para siempre; un matrimonio en el que se dé la comunicación íntima y profunda, se sepa vivir en la gratuidad y la donación, y mutuamente se apoyen en el crecimiento personal, respetando la autonomía y la libertad del otro. Pero nuestra concepción sobre el matrimonio y la defensa de la doctrina eclesiástica sobre el mismo no ha de impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda

 Hoy, ante esta página evangélica y ante estas carencias que comentamos, yo creo que es adecuado pensar en una realidad actual que reclama nuestra atención: los matrimonios separados o los divorciados.

 Entre nosotros encontramos cada vez más personas, que han fracasado en su primer matrimonio y entre ellos algunos que se han vuelto a casar civilmente o han formado una pareja de hecho. Es una realidad compleja, delicada, con frecuencia muy dolorosa. No podemos ser indiferentes ante ella, ni somos quienes para juzgar ligeramente las decisiones que otros tienen que acometer en situaciones no fáciles para ellos.

 Escuchamos a muchos divorciados que no se sienten en general comprendidos por las comunidades cristianas ni por la Iglesia. No encuentran en la iglesia un lugar para ellos. La mayoría solo percibe una dureza disciplinar que no llegan a entender. Enfrentados a sus problemas, sin una ayuda que necesitarían, se han ido alejando de la Iglesia por sentirse abandonados o rechazados por ella. ¿Podemos adoptar una postura de rechazo sobre todo hacia aquellos que, después de una trayectoria difícil y compleja, se encuentran hoy en una situación de la que difícilmente pueden salir sin grave daño para otra persona y para unos hijos?

 En esta reflexión nos debe preocupar hoy ante todo el ser fieles al pensamiento de Jesús. Jesús al mismo tiempo que defiende la indisolubilidad del matrimonio, se hace presente a todo hombre o mujer ofreciendo su comprensión y su gracia, su ayuda, precisamente a quien más la necesita. Y ese es nuestro reto: cómo mostrar a los divorciados la misericordia infinita de Dios ante todo ser humano, y también cómo ayudarles a ellos en la situación que viven, cómo estar junto a ellos de manera cristiana.

 Hay situaciones en las que por diversas razones la ruptura es inevitable. Estas personas necesitan consuelo y ánimo. Cuando el vínculo matrimonial lamentablemente se ha roto, los cristianos deberíamos mostrar una comprensión cálida hacia esas personas y ayudarlas a rehacer su vida.

 Lo primero que hemos de tener bien claro, es que por ser divorciados no han sido expulsados de la Iglesia, forman parte de la comunidad y han de encontrar en los cristianos la solidaridad y la comprensión que necesitan para vivir su nueva situación de manera humana y cristiana. Les hemos de ayudar, es una verdadera obligación el estar dispuestos a prestarles la ayuda que necesiten.

 Como los demás cristianos, también ellos tienen derecho a tomar parte en la asamblea eucarística, a colaborar en diferentes obras e iniciativas de la comunidad, y a recibir la ayuda que necesitan para vivir su fe, para educar cristianamente a sus hijos. Pero ante todo, tienen derecho a que se respete su conciencia y a que nadie se entrometa en sus juicios y valoraciones personales.

 Hemos de pensar que cada uno de ellos vive una situación particular, posiblemente viven o han vivido situaciones muy dolorosas, han sufrido una de las experiencias más amargas de la vida humana, la destrucción de un amor que vivieron con ilusión. Y muchos de ellos necesitan ayuda de Dios y de los hombres y esa ayuda hemos de estar dispuestos a ofrecérsela los que nos decimos seguidores de Jesús.

 Sería injusto que una comprensión estrecha de la disciplina de la Iglesia y un rigorismo, que tiene que ver poco con el espíritu cristiano, nos llevara a marginar y abandonar a personas que se esforzaron sinceramente por realizar con éxito un primer matrimonio, que no pueden ya rehacer en modo alguno su matrimonio anterior, que necesitan apoyo para enfrentarse con éxito a su futuro y encauzar su nueva vida de modo auténticamente humano y cristiano. ¿Cómo negar esa ayuda a quienes la necesitan?

 Hemos de tener siempre presente que es en el interior de la conciencia de cada hombre y mujer, donde actúa Dios, donde se asumen los verdaderos compromisos y las responsabilidades. La conciencia es un terreno personal, al que no tenemos permitida la entrada. Ellos son los responsables ante Dios de las decisiones que tomen.

 En cualquier caso, a los divorciados, si alguno me escucha, y a los que os puedan escuchar a vosotros: sabed que Dios es infinitamente más grande, más comprensivo y más amigo, que todo lo que podáis ver en nosotros los cristianos y en los hombres de la Iglesia, por importante que sea el lugar que ocupen en ella. Dios es Dios. Cuando nosotros no os entendamos, Dios os entiende. Confiad siempre en Él. No os apartéis de Él por la incomprensión de los hombres, aunque sean muy practicantes.

 En otra ocasión he dicho aquí que los divorciados sepan que aquí tienen su casa, en la que procuraremos acogerlos y hacer que tengan un sitio como otro más de esta comunidad.

 Que nosotros los cristianos que participamos en este banquete eucarístico de amor, de entrega sin reservas, más que condenar a nadie, pongamos todo nuestro esfuerzo en apoyar todo aquello que ayude a tener éxito en la unión familiar, y como antes he indicado, sin olvidar la formación y ayuda de quienes se preparan para el matrimonio.

4 Responses to ““La Homilía de Paco””

  1. Todo lo que dice tu amigo en su homilía es tan obvio, que sorprende pueda no ser lo habitual

  2. Sí, es obvio pero no suele escucharse ni decirse, ni escribirse públicamente. No sólo es obvio: además es veraz, es evangelio puro y es bello.

  3. A mí también me parece obvio. Ojalá otros miembros de la Iglesia que en conciencia también optaron por otros caminos, a pesar de sus promesas, hubieran encontrado la misma comprensión, cercanía y ayuda que hoy le ofrecen a los divorciados. No obstante, todavía hay muchas parroquias que alejan a personas cuando han rehecho sus vidas y todavía, muchas veces a su pesar, no son matrimonio. Quedaría también una reflexión para la “puerta falsa” a los matrimonios que es la nulidad matrimonial que “ofrece” la Iglesia.
    Y por último, me gustaría escuchar estas homilías en otros púlpitos y a otras personas, o a la mismas personas, cuando hablaron en otros foros, en otros púlpitos, con “otras” responsabilidades. Gracias por darme la oportunidad de mostrar una humilde opinión.

  4. Es obvio (si atendemos a la definición del diccionario) que cada vez nos encontramos con más parejas separadas o divorciadas pero no es obvio que la postura de la Iglesia Institución sea esa llamada a la comprensión y acogida que nos propone nuestro amigo Paco. La celosa ortodoxia rigorista a las que nos tenían acostumbrados muchos miembros de la Iglesia olvidaba o escondía el amor salvífico de Dios y en su lugar cargaba a esas personas con el pesado fardo de la excomunión. Ójala todos los miembros de la Iglesia (sacerdotes y laicos) tuviéramos siempre presente que es más importante ofrecer acogida, comprensión, generosidad, cercanía a todo aquel que lo necesite que prejuzgar y condenar..