Para el corpus Christi: la vida de la madre maestra…

Me acaba de llegar este regalo: un hijo leyendo creyentemente la vida profesional de su madre, una maestra a carta cabal. Yo creo que es buenísimo para entender lo del corpus Christi… cogió el pan lo partió y se lo dió diciendo: Tomad y comed…esta es mi vida…

CarmenNombres. La otra carta a la maestra.

Llevo varios días dándole vueltas a la cabeza, pensando en este momento en el que nos reuniríamos alrededor de una mesa compartida todos nosotros para celebrar con alegría la vida profesional de mi madre.

 Algunos me habéis conocido hoy, como “el hijo de la artista”. Por una vez, Pantoja y madre cambian papeles… Sin embargo, yo puedo decir que os conozco desde hace mucho tiempo. Sí, sí, no me miréis así. Os conozco a todos. Sé de vuestras vidas, de vuestros avatares en la escuela  y con los niños, de las ilusiones que habéis pasado con mi madre, y de los momentos en que creísteis que esto de la enseñanza era una utopía irrealizable. También conozco que han sido muchos más los ratos de entusiasmo y de esperanza, de recoger y de sembrar, a pesar de Reformas, Logses y políticas mediocres. La Escuela, como proyecto, y vosotros, como compañeros, habéis estado presentes en todas las comidas familiares todo lo lejos que puedo recordar. Así que ahora pienso que, en tu caso, mamá, te podríamos haber regalado uno de esos azulejos cordobeses que rezan, para ti con una razón aplastante, AQUÍ VIVE UNA MAESTRA.

No nos has privado nunca de vivir contigo tus gozos y tus alegrías, también tus decepciones y tus urgencias. Y en esta mesa compartida que hoy ponen tus compañeros para ti y para nosotros, soy yo quien quiere traer esa realidad profunda de la ESCUELA VIVA que te ha ocupado y preocupado durante más de cuarenta años. Maestros tenemos aquí bastantes; a los padres y madres, sinceramente, no veía invitándolos. Así que déjame que traiga al mantel los nombres de algunos niños que han llenado de sentido tu labor profesional y en los que se refleja el mejor de los sentidos del maestro, de la maestra, el SER PARA LOS DEMÁS.

Y empiezo por el presente. Cuando pienses en el Luis Vives habrá muchos rostros que te asaltarán la mente y el corazón. Hoy, sin embargo, los reúno todos en un solo nombre: Marta. En ella entiendo tu perplejidad y tu respeto por lo pequeño, lo débil que se nos aparece en silencio, sin pedir nada pero anticipando tantas demandas. Así has pasado por la Escuela, mamá, atendiendo a la realidad en sus heridas profundas, las que no dejan hablar, pero que sin embargo, duelen y causan dolor. Buscar, bucear en las historias de los niños, entender y comprender sus situaciones, casi siempre complejas, porque compleja es la vida. Y hacerse cargo de ellas. Mirar en lo profundo y entender que vuestra misión es más que enseñar, es educar, y aprender a educar, es acompañar en lo que pasa, estar al lado del que calla, expectante, sin saber siquiera qué pedir ni cómo hacerlo. Marta.

Cerca de la Plaza Alta también te llenaste de nombres, con mucho más ritmo: bulerías, fandangos, fandanguillos y seguidillas, ¿verdad? Lo más florido del gitaneo pacense te rodeó y descubriste que hay tanto que hacer. No dudaste en enfangarte y en mancharte las manos con la Jefatura de Estudios. Aquí pondría el nombre de tu compañera MARISOL, en representación de todos los que han compartido contigo claustro, café y cigarros (cuando se podía). Con los que has creído que otra Escuela era posible, necesaria, puesta al servicio de todos, según claves de fecundidad y esperanza en el presente. Embarrarte hasta las cejas porque los sueños así lo merecen. Y también pondría a Salvi, que dio sentido a todo el trabajo en el San Pedro, un símbolo de los que sufren y de los que aportan horizonte, lucha y mirada a los días y las fatigas.

Tu amigo Antonio te acompañó los años que estuviste en La Soledad. Fueron años de seguir aprendiendo, de sorpresa y de trabajo compartido. Ahí aprendiste que enseñar también es enseñar lo que el alumno quiere, porque por eso, al menos, Paquita aprendió los números romanos. Y fueron años de seguir dejándote afectar de la realidad, dejándote empapar de historias y de personas. Y cuanto más lo hacías, más vivías la vocación de enseñante, de educadora, de guía y de referente. Allí las cosas eran más de lo que parecían, había que rascar y dejarse afectar de las vidas de los niños. Corrías riesgo de tristeza, pero también de hondura, porque pasar por encima de todo no merecía la pena. Salen nombres como el de Gori, la imagen palpable de que el mundo no es igual para todos, que te recordaba cada día la obligación de dar cuenta de nuestros talentos para ponernos del lado de los que menos tienen, OPTAR por el que sufre para paliar su sufrimiento. Gori será para ti el nombre sencillo del necesitado de tanto y olvidado por tantos, y tiene sitio en esta mesa.

De todos tus destinos, el Colegio de la Luz significa mucho para ti, ¿verdad? Recordar no es simplemente hacer memoria, hoy te invito, os invito, a recordar como lo que significa la palabra: volver a pasar por el corazón. Y aparecen dos nombres que quiero compartir: Nuria y Antoñita. Ya las conoces. En ellas condenso la experiencia de DESVIVIRSE, de vivir para otros, de vivir según las necesidades de los otros. Descubrir que tu única fuerza está en servir, en servir para algo y en servir a alguien. Y tú elegiste a los últimos del sistema para empezar a servir. Ya las conoces. Empezar a servir en las vidas y para las vidas de los que siempre estuvieron en las cunetas de la Educación, para los que no existían sueños de futuro, porque el mero presente era ya un exceso. SERVIR desde Nuria y Antoñita, para que tuvieran vida en abundancia. Ya las conoces.

Algunos de ellos todavía andarán por Badajoz y quizá no te recuerden.  O quizá sí. Que no te apene, eso no tiene importancia. En Justi o en Elizabeth hay algo tuyo, porque te dejaste la piel con ellos. En Justi o en Elizabeth, en su historia y en su proyecto, presente o pasado, vivirá para siempre el interés, la preocupación, el pensamiento, la mirada atenta y las manos ágiles para motivarles, para despertarles, para hacerlos mejores. Porque tu trabajo, vuestro trabajo, tiene lo que no tienen otros: que su fruto es abundante y la labor fecunda. Si no te recuerdan, que no te apene. Eso no importa, lo que importa es que para ti son importantes.

Atesoras recuerdos de la Luz que se encarnan en personas, que te acompañan de cerca y de lejos. Tengo presente a Mª Eugenia, que sabe hacerte llegar muchas de las cosas buenas de la vida, con la profundidad y el sentido de quien no surfea en la realidad. Y es que la misión, la labor y las fatigas os enviaron juntas y juntas seguisteis aprendiendo y comprendiendo.

Y seguimos hacia atrás: y aparece Santa Marta. Una escuela rural, y una maestra motorizada más joven de lo que yo soy ahora. Llena de expectativas y de mirada amplia. Con los años, las esperanzas no han hecho más que crecer, y la mirada abarca cada día más rostros. Allí te esperaba un niño crecidito que hoy tienes a tu lado. Has tenido la suerte de compartir vida y labor con Juan, eso que me hacía decir de pequeño “mis dos padres son maestros”. Para vosotros no ha habido más vida que la vida plena, la que une trabajo, familia, amigos, vocación y entrega por un proyecto común. De eso saben los años, los pasados y los futuros, y mucho me temo que, a estas alturas, tales “defectos” poco arreglo tienen.

Por todo esto, Mamá, hoy estamos de enhorabuena. Hoy celebramos tu vida en la escuela, o tu escuela de vida. Celebramos con todos los rostros que han jalonado el camino y que siguen preñando de utopía tu presente y tu futuro. Porque, con otras palabras, y sobre todo, con muchas acciones, has sido referencia de un mundo posible y necesario, de una vocación vivida desde las vísceras y atravesada de sentido. Integradora, fiel y honesta. Con sus caídas, como los demás, pero también con sus apuestas y con sus victorias. Unos éxitos que no todos comprendieron, porque no estaban en lo aparente. Hay que mirar en lo interno: Justi, Gori, Elizabeth, Nuria, Antoñita, Marta… En lo profundo de sus personas hay una muesca, pequeña pero profunda, dedicada a quien hizo de su vida un instrumento de amor y cariño, de comprensión y de afecto, de educación, formación y sueño para los que habitualmente no contaban.

Y, como la poesía no es de quien la escribe, sino del que la necesita, déjame que acabe robando un verso.

Hoy, en esta mesa, ante tus compañeros y amigos, en presencia de tus hijos, te pregunto: ¿has vivido? ¿has servido? Sólo sonríe, en silencio, abre tus manos vacías y desgrana el corazón, lleno de nombres.

 

En Badajoz, a 9 de junio de 2011.

5 Responses to “Para el corpus Christi: la vida de la madre maestra…”

  1. Que bonito!! Jesús, yo quiero ser como tu madre,ufff.

    Un Saludo y Gracias por compartir esta carta

  2. Me ha encantado, refleja el espíritu del maestro entregado y que se pone al servicio de los demás desde el corazón.
    Ana. Maestra de e. infantil

  3. Cinco compañeros de mi colegio se han jubilado este año. Juntos suman más de 200 años de experiencia; si sumamos los años de tantos expertos en educación que se han jubilado este mismo curso el resultado es tremendo: Unas pérdidas de humanidades desgarrantes en un momento donde la falta de valores es cada día más necesaria. Mi afecto para todas y todos los que habeis entregado lo más intimo de vosotros para hacer un mundo mejor con futuro, puesto que apostasteis por lo más valido y tierno que es la infancia débil y frágil de un hombre en ciernes. Mi felicitación y admiración.

  4. Pues eso. Que la vida son las personas que han estado contigo y la gloria está en lo que les has dedicado de ti mismo.
    Tu madre, todo eso, lo ha hecho bien y además ha sido maestra.

  5. Jesús creo que debes dejarte de plantas potabilizadoras, y filosofías… y dedicarte a escribir.
    ¡Que gran regalo para tu madre, esa carta profunda, llena de amor y admiración, con el reconocimiento a su entrega generosa!
    Un abrazo y felicidades a toda la familia.