“El cuerpo y el alma”

Lo que hacen  sesenta añitos… una tarde de lluvia… y el  “cuerpo”  que no “tenemos” si no que “somos”. Este post pirateado me servirá de texto de comentario para esas “tutorias de grupo” de Bolonia  cuando tenga que volver a explicar antropología teológica, sobre todo en aquel punto del temario que dice “somos cuerpo”.

NO, SI AL FINAL LO PAGAMOS

Como la habíamos pedido con tanta insistencia, aquí tenemos ya una tarde gris y lluviosa. De esas que mola mazo acomodarte en tu viejo sillón de orejas – sueño con uno de relax ancho y panzudo en un tapizado negrísimo y con sistema de elevación que me levante las piernas a la altura de la nariz- enchufar el Internet y tras una mirada recelosa a la sala y al balcón, donde menos esperas salta las Gaes, piratear una de las últimas pelis en cartelera. Está luego la alternativa del libro que te da cultura y de vez en cuando te emociona o te amodorra. A mí también me sirven los pasatiempos de los periódicos, aunque termino acordándome de la familia del que hizo ese sodoku superdifícil que destroza mi autoestima.
Pero mira por donde no estaba yo hoy para entretenimientos. Porque si no he salido de casa es sencillamente porque tengo una puñetera tendinitis en la pierna derecha que me ha dejado en el banquillo. De vez en cuando nuestro compañero más íntimo, el cuerpo, nos juego estas malas pasadas; pura y fría venganza por el menosprecio y al maltrato que él recibe de nosotros. O es que os pensáis que no se da cuenta de cómo lo rechazamos y cómo dedicamos gran parte de nuestras preocupaciones, tiempo y dinero a quitárnoslo de encima con la excusa del atractivo físico. El nos pide dormir lo que necesitamos, comer adecuadamente, abandonar ciertos hábitos nocivos y practicar ejercicio físico; pero nosotros insatisfechos con su pobre imagen, le sacudimos dietas extrañísimas, nos pasamos media vida musculándonos en el gimnasio, y montamosuna cruzada en toda regla contra la celulitis, las arrugas, la flacidez y el sobrepeso… Y el infeliz, que está orgulloso de ser único y diferente a todos los demás en su expresividad, en su forma de moverse, de hablar, en su tono de voz, en su especial identidad, aguanta nuestra sádica tortura con el firme propósito del desquite, a no ser que seamos capaces de aceptar que las personas somos más que apariencia física, y que ser vitales y estar en forma es vivir reconciliados con él, sin obsesiones; y en mi caso, que irse haciendo mayor no es una pérdida, sino un cambio en las dimensiones de mi yo que va tomando predominio: tersura por sabiduría; energía física por serenidad; si la cabeza pierde pelo, pero se va poblando de ideas, vamos bien… El cuerpo, nuestro cuerpo, qué tiene lenguajes tan sublimes como el de la fotografía que hice hace unos días en Navalmoral de la Mata.