“Anécdota y vida…”

“La iglesia que yo quiero: samaritana y compasiva”

Hoy he recibido una llamada por el móvil, es un señor que quería saber mi nombre y mi domicilio, está interesado en que nos veamos y nos saludemos. Me ha llamado porque anoche, llamé yo a su móvil para ver que tal se encontraba y su esposa me dijo, que ya se encontraba bien, que había estado en el hospital, y que lo que le había ocurrido era lo mismo que  le sucedió hace cinco años, pero que no saben la causa. Me agradecía mucho que lo hubiera acompañado.

Fue el día de vísperas de todos los santos, un puente pasado en casa al cuidado de mi madre. La tarde cuando Pilar se hace cargo de ella, fue ocasión para escaparme, según mi proyecto de vida, a andar un poco, y en este caso lo hice alejándome para adentrarme en la dehesa extremeña, en tres arroyos, una dehesa comunal del ayuntamiento de Badajoz, junto a San Isidro. LLegué y había bastante gente que había pensado ese día de descanso escolar lo mismo que yo, me alejé más buscando un lugar  solitario, en el que andar, pensar, relajarme, descansar, respirar profundo. Tras aparcar el coche en un recodo, comencé a caminar y vi a lo  lejos, un caballo  de  buena estampa bien llevado por  un señor de edad mediana. Me admiró su belleza y su andar erguido  y tranquilo, según avancé en mi camino, noté que el caballo se paraba en una vereda que hacía cruce conmigo,  me dejó pasar, y después se puso detrás caminando a mi compás; me sentí extraño al sentir su aliento en mi cuello, tanta cercanía me asustaba, hice ademán de dejarle pasar y me puse a su lado, parándose  junto a mí, al mirar al señor que lo montaba, le noté extrañeza en su cara, le pregunté por su estado, y en ese momento me dí cuenta que se derrumbaba perdiendo el conocimiento. Como pude le abracé y le bajé del caballo depositándolo con cuidado junto al camino, e intentando hablarle  y animarle, pues había perdido el sentido, la vista… pensé que podía ser un ictus, pero no perdí en ningún momento la paz. Le signé con la señal de la cruz en su frente, pidiendo al Padre serenidad  para mí y salud para él. Se despertó  con inquietud, y preocupado por como había sido, pero sin recuperarse, y le preocupaba el caballo suelto. Eso me costó más. El caballo avanzaba en su dirección propia, sin hacerme caso, al andar rápido el aumentaba el paso,  sólo un coche en el camino le hizo parar  y así pude hacerme con su brida y traerlo al lugar donde había quedado al señor caído.  A partir de ahí, fueron llamadas al 112 (urgencia) repetidas,  conexión con un señor de la hípica para que vinieran a hacerse cargo del caballo… y esperar, con aquel hombre deseando darle paz, seguridad, que se sintiera protegido, acompañado, pero sin saber muy bien como hacerlo.  Le daba conversación, pero de vez en cuando se debilitaba de nuevo, y no podía ponerse en pie.

Al final, tras ese tiempo que se hace tan largo cuando quieres que enseguida se solucionen las cosas,  apareció un señor de la Hípica con otro joven que se alzó al caballo  y se lo llevó con prestancia a su lugar de origen, y este hombre  quiso acercarse en ese mismo coche, al lugar  de  salida para su paseo, avisando previamente él mismo a su esposa para que viniera a recogerlo  a la escuela equina y pudiera acercarle al hospital. Antes de irse le pedí su número de móvil, para poder interesarme por su estado, cosa que hice por la noche cuando había pasado un tiempo prudencial, alegrándome de que ya estaba recuperado según me dijo su esposa, no pasaba de ser un síncope sin saber la causa que lo originó.

Durante ese tiempo que le acompañé, pensé en el post que había escrito por la mañana acerca de los “7.000 millones de hermanos”, si de esa humanidad, que es querida por el Padre, y que es el mejor tesoro que nos da todos para que estemos rodeados de hermanos y nos facilitemos la vida unos a otros con radicalidad. En aquel momento sentía que era afortunado de estar providencialmente donde esta persona lo necesitaba, en esa dehesa preciosa y tranquila, de poder ayudar a bajar del caballo  y ponerlo con cuidado sobre la tierra, centrándome en su persona y en su necesidad. Recordé el pasaje del buen samaritano, y no por la acción de bondad  que estuviera haciendo, que no era nada, sino por la significación de la humanidad que se complementa para acompañarse, para vivir en la verdadera compasión. Sí, esa buena noticia, de que no hay mejor modo de cambiar el mundo, la crisis, la pobreza, la injusticia… que la verdadera compasión.

Desde ahí sentía cómo es necesario que la Iglesia, para la nueva evangelización que se propone, ha de cuidar al máximo estar en los cruces de los caminos, en todas las veredas, de la dehesa de la vida,  para hacerse la encontradiza y estar disponible, para  ejercer la compasión con la humanidad, para ponerse junto al caído evitándoles heridas, sanando las que tiene… En  una sociedad tan rota y sufriente como la que tenemos ahora mismo, dentro  de nuestra propia realidad, como en el tercer mundo,  tenemos que priorizar la verdadera  compasión, la del compañero que comparte camino, pan, y sufrimientos, en orden a la liberación, y a la construcción de la fraternidad, y todo ello de ese modo anónimo y desinteresado, porque no se trata de ganar o convencer sino de vivir a fondo el tesoro de la fraternidad universal, desde lo pequeño y lo cotidiano.

Ayer cuando recibía la llamada de este  “amigo nuevo” (hermano),  me alegraba  la conversación de desconocidos que manteníamos tras habernos encontrado en el cruce de un camino y haber podido compartir un momento de debilidad.  Sabía su nombre y primer apellido por que me lo dio para  el servicio de emergencia “112”, y  hoy internet me daba un dato suyo:  “ama el campo, la dehesa extremeña, los caballos y en ellos encuentra paz y serenidad”,  yo me alegro de haberlo encontrado en el contexto de esa pasión,  que comparto en lo que se refiere al campo y a la dehesa, aunque lo del caballo  lo  admiro pero no lo práctico, no es mi fuerte. Pido al Padre que lo bendiga para que pueda seguir disfrutando de esos bienes extremeños que están al alcance de cualquiera, y sobre todo le pido que nuestra  Iglesia, sepa estar en los caminos, ser samaritana y compasiva. Espero tomar el café tranquilo  con este amigo y contrastar juntos  lo que ha sido esta experiencia, ya tenemos de que hablar, pues  además del hecho y de lo que le apasiona, la comunicación  y la dehesa, ya he oteado  en faceebook (que se chiva de todo)  que tenemos alguna persona amiga en común.

Lo que da de sí una anécdota… y hay  que ver las cosas que me pasan. Ya está a punto de salir el último número de la revista “Imágenes de la Fe”, de la editorial PPC que tiene un gran tirada, es un monográfico  sobre el nuevo rostro de parroquia en estos tiempos postcristianos, la hemos  elaborados sacerdotes de Badajoz, Paco Maya, Ricardo Cabezas y yo,  y la cosa va por  este deseo  de una Iglesia samaritana y compasiva- propaganda subliminar-. Buena anécdota en esto días  en que sale a la luz nuestra revista.

2 Responses to ““Anécdota y vida…””

  1. Se es samaritana(iglesia) cuando estamos metidos en las cosas de la gente, en el mundo, en itinerancia y movimiento, aunque sea dando un paseo.

  2. Pues sí: hay que ver las cosas que te pasan. Pero sacas la punta y atornillas. UN ABRAZO.