“D. Matías y D. Estanislao”

Matías, Estanislao, y  el Dios de lo rural

Hoy ha sido un día de encuentro y encuentros. Temprano recogía a Ángel y Pilar para salir en dirección a Cañamero (Cáceres), nuestra compañera Inés –junto a sus hermanos, hijos, sobrinos…- despedía a su padre, Matías, con noventa y siete años  que ha terminado su proceso terreno y ha dado el paso definitivo hacia el Padre.

Llegamos con tiempo de poder tomar un café con leche caliente en vaso de cristal y  churros de pueblo, así nos liberábamos del frío que hacía hoy por las Villuercas, llenas de la belleza de un otoño especial, con un  sol que venció pronto la niebla y lucía un día espléndido, como requería el adiós y la entrega de esta vida y esta persona al cielo. Acudimos al templo parroquial, bien cuidado en su sencillez y singularidad,  y allí me encontré con el sacerdote, Estanislao. Un hombre que en su origen es polaco, pero que  ha pasado años de su vida en Bolivia, en  Francia, y que ahora ha recalado en la diócesis de Plasencia, y en esta parroquia en la que lleva sirviendo dos años y medio, y que intenta ser –en su decir- un hijo de la Iglesia en cualquier lugar. Le saludé y comenté quién era y por qué estaba para esta celebración funeral. Se alegró de  que fuera y compartiera con él la eucaristía, y enseguida me comentó que era una celebración singular para él en esta parroquia. Los motivos de este valor especial estaban claros, Don Matías para él era un señor y un cristiano de cuerpo entero, sin fisura alguna.  Primero, por el reconocimiento de todos hacia él en la población, por ello había elegido la lectura de los hechos en los que se habla de que “para Dios no hace distinciones y acepta al que lo teme y practica la justicia”; para Estanislao esta  palabra de los primeros cristianos se  había cumplido en la vida de Matías, y el pueblo lo sabía y lo reconocía como alguien que había tratado bien y dignamente a todos, y nunca había perdido el sentido del deber en la justicia verdadera. Segundo, por su sentido de la vida y su modo de integrar a Dios en la misma, con una fe instruida e inquebrantable, sabiendo que moría y que deseaba estar puro  y limpio para este encuentro definitivo, y además mostrando su interés porque como “debía ser” en su entierro quería que, por encima de los llantos, estuviera el canto de la esperanza, con ese coro pequeño y sencillo que estaba naciendo en el pueblo y que él había deseado y animado.
 El sacerdote admiraba su modo de celebrar los sacramentos, sobre todo la eucaristía, el sentido de fidelidad a Dios como Padre y Señor, sintiéndose criatura y necesitado de Él. Y por otra parte, me decía era alguien muy culto e inquieto, que quería saber para los demás, siempre lo encontraba leyendo y escribiendo  para darlo a otros; Estanislao había encontrado en él la acción del Espíritu con todos sus dones: sabiduría, fortaleza, consuelo, piedad, inteligencia, consejo y  temor de Dios. Sabiduría profunda y divina, que lo vivía en lo místico y en lo terreno, hasta le había acompañado  a recoger setas; sabía de la vida en todos los sentidos y la gozaba, tomando sus garbanzos con morcilla picante le mismo sábado anterior, y sus copas de vino “con denominación de origen propio”  por la noche con sus familiares en la intimidad de esa casa de siempre. Para este sacerdote, llegado de fuera, Matías había sido un hombre y cristiano cabal, de cuerpo entero, que  lo había acogido, acompañado, animado, aconsejado, y querido. Y hoy se sentía orgulloso de poder celebrar este adiós sacramental de su vida y su persona, pudiendo hacer referencia a la relación humana y espiritual que había tenido con él en este tiempo. Daba Gracias a Dios por haberlo conocido, y por lo que le había aportado. Al final, me dijo que si quería yo intervenir y hablar en el funeral, y le dije que de  ningún modo, que él tenía más vida  compartida con él que yo, y más testimonios para poder predicar desde la vida y celebrar este sacramento  ofrecido por alguien que para él tenía un sentido y  un valor único.

Durante la celebración, sentí la fe a borbotones en mi interior, tanto desde la concelebración con este hermano, hijo de la Iglesia, universal y católico que se había sentido querido, acompañado y acogido por un cristiano tradicional y mayor  de Cañamero, que supo vivir su fe en la vida, y que recibió el perdón, la eucaristía y la unción de estas manos que llegadas de lejos. Él miraba con fe, y era capaz de traspasar lo aparente para entrar en el misterio de lo significativo, en el que Dios se nos hace presente en cada hombre y en cada acontecimiento, viniendo a nuestro encuentro. Seguro que hoy se habrá encontrado con el Padre, oyendo los cantos del coro de su parroquia rural amada, y a la vez se habrá encontrado con su esposa, y con ternura habrán mirado los dos esta celebración de serenidad y de paz, habrán escuchado la homilía agradecida y sentida de Estanislao con su acento extranjero, y le habrán pedido al Padre una bendición especial para sus hijos – y muy especial para Inés, que besándome me decía que le hacía mucha falta su padre en estos momentos-, nietos, vecinos, y para todos los que hemos hecho el viaje para encontrarnos en una comunidad y en una vida que estaba llena de paz y de salvación. Y yo me alegro de haber estado en la celebración del encuentro de Matías con su  Padre Dios , desde esta eucaristía que nos unía con el cielo a través de su historia,  y de haberme encontrado con este sacerdote de origen Polaco, que sirve de instrumento en su ministerio para estos pueblos de las Villuercas, que se siente un hijo más de la Iglesia. Hoy la pastoral universitaria,  el amor de compañeros, me ha llevado al mundo rural   que me llena de nostalgia y de ternura, y allí Dios se ha vuelto a hacer, para mí,  rural y cercano como era Jesús en Nazaret.