El papa: ¿Poder fáctico?

COMPASIÓN Y DEBILIDAD

PapaEl gesto requiere ser digerido. El Papa Francisco ha estado en Lesbos, la Iglesia ha de entrar en silencio, junto a su Pastor, para elaborar lo que el Papa ha visto y oído, para poder contarlo, así como para apropiarnos humana y espiritualmente de este gesto del hermano mayor que nos quiere confirmar en la fe. El gesto no es baladí, quiere entrar en las entrañas de lo auténtico a la luz del evangelio para proclamar  con el apóstol Pablo, mirando a Cristo – el crucificado que ha resucitado- que “la fuerza se realiza en la debilidad”. Necesitamos la clave fundamental cristológica para poder rumiar este gesto simbólico de la presencia del papa en medio de la mayor debilidad de la humanidad, para poder entrar en su dolor compartido, en su abrazo real, en esa intemperie de lo divino.

Cuando trato  de digerir y orar desde el gesto, queriendo que al menos no se pase sin dedicarle unos minutos, me encuentro que mi compañero Pepe Hermoso -sacerdote de Plasencia- ya da pinceladas de lectura creyente sobre este hecho,  el color de interpelación paterna, de radicalidad eclesial, de evangelio a pie de obra, y siento la necesidad y el gozo de poder compartirlo desde este lugar divino y humano:

NO ESTÁIS SOLOS

Lesbos, maldito y bendito Lesbos, en el que se nos ofreció ayer lo mejor versión de la razón de ser del cristianismo en esta Europa tan atemorizada y tan incapaz de juzgarse a sí misma con los ojos de sus víctimas. A quienes tantas veces se preguntan, desde la comodidad de su teoría o inquina partidista, para qué sirve la religión más allá de apaciguar angustias, satisfacer deseos y piedades personales, el Papa Francisco y los patriarcas Jerónimo y Bartomé… nos han dicho con su insólito y valeroso gesto en el campo de refugiados de Moria que el cristianismo y los cristianos tenemos siempre una clara e ineludible misión pública: mantener vivo el clamor y la memoria de los sufrimientos de los seres humanos en esta cultura del amnesia y la evasión; rechazar el pragmatismo democrático que reniega de la memoria del sufrimiento y fomenta la xenofobia y las fronteras cerradas que se va extendiendo como mancha grasienta por el mapa europeo elección tras elección; y colaborar con las demás religiones y con los hombres de buena para la salvación y la compasión social y política de nuestro mundo.

Y todo desde una asombrosa puesta en escena. Tan simple, tan falta de ceremoniales y protocolos, que los tres importantes personajes se movían tímidos, descolocados e inseguros y, sin embargo, atentos a escuchar y dispuestos a abrazar a quienes corrían y se arrodillaban desesperados ante ellos para compartir su dolor y su angustia. Aquí no había masas enfervorizadas que aclamaban y vitoreaban, sólo un rumor de niños y de gentes que miraban pero no parecían entender nada; no se alzaban pancartas con el “te quiere todo el mundo”, sino cartones improvisados en los que se leían “Necesitamos ayudad, ayuda, ayuda” “Salvadnos del genocidio”. Viendo todo ello tuve la sensación por primera vez en un acto con presencia de un Papa, de lo pequeña, impotente que puede ser la Iglesia y de la fuerza vigorosa que desde esa impotencia posee para conmover e impregnar al mundo de su compasión evangélica. Qué bien lo supo resumir el Papa en su regreso: ¡Esto es demasiado fuerte para mí”!.

Gracias Pepe, por ayudarnos a ver cómo la debilidad de un Papa nos puede mostrar la fuerza de la misericordia de un Dios amoroso y sencillo, como el de Jesús de Nazaret. Aquí no faltan razones para creer y para convertirse.