Los hábitos, sí hacen al monje

Detalles y vida

yo con borregoA ninguno no es extraño el adagio de que “el hábito no hace al monje”, aclarando que la vocación es cuestión interna de opción fundamental, y que la procesión, también el hábito, ha de ir por dentro. Ya lo decía Jesús en el Evangelio referenciando las filacterias de los fariseos y sus vestimentas externas, de las que siguen abundando,  y volviendo como reclamo de presencia e identidad, en los ámbitos religiosos, aunque el papa se ha descargado de bastante de ellas para poder andar más ligero de equipaje y hacer un camino más real y cercano al original del maestro.

Sin embargo, los hábitos  – costumbres, acciones, gestos, sentimientos, decir, acoger…- si hacen perceptible y cognoscible un quehacer y una misión. Lo digo al hilo de anécdotas vividas personalmente en días de descanso, unas en la playa con la familia y otras en la Vera con los estudiantes.

La Homilía y el tono

Relajado y gozoso en la playa de Chipiona con mis sobrinos y su niña pequeña Paula, que no llega al año, una señora mayor, tras escuchar cómo me dirijo y le hablo a la niña, se va acercando y me pregunta: ¿eres tú o no… porque estoy oyendo y me parece la voz de la predicación de mi parroquia, pero te veo  con una niña pequeña, con bañador… en toda esta barahunda y no me lo explicaba, pero tu voz, el tono, lo que decías, me ha confirmado, al poco estaba allí con su marido para saludarnos y hablar de los nietos y de nuestro quehacer de abuelos.

La,la,la,la, la…, una identidad de gozo.

Inconfundible la letra y original, verdad? Un día en medio de las aguas marinas y sus olas, contento como un niño a quien le hacen un regalo no esperado, entro  y grito, tarareo el lalalala gozoso de tono de aleluya. Mis cercanos, se ríen y me dicen  que cómo soy tan escandalaso. Les respondo que allí no me conoce nadie y me desahogo, que tengo ganas de gritar, en tono gracioso… y desde lejos hay alguien que comienza a gritar: Pepe, Pepe… y viene nadando a toda prisa para besarme con una alegría tremenda. Es Carmen Gema, una estudiante de biología, ya graduada, de nuestros grupos que está allí con su familia.  Ha escuchado tararear a mi modo ese lalala, y me dice que es inconfundible que no me veía, pero que al escucharlo sintió inmediatamente que era yo.  Un lalalala… tan compartido en espacios juveniles y estudiantiles, y coreado a veces por todos, remedando mis bromas tontas.

La gracia de estado

Nos explicaban en el Seminario que los sacerdotes teníamos la gracia de estado. Ante preguntas prácticas de algo tan teológico, un buen sacerdote, tan grande como sencillo, don Antonio Fuentes, nos ponía un ejemplo tonto y clarificador: “Estaréis en el bar del pueblo, estará alguien borracho, ya veréis que os conozca o no, acabará hablando con vosotros… y escucharéis”.  Había terminado el baño, mis familia a su apartamento, yo a mi residencia franciscana en  Regla. Me paro en un banco para ver caer el sol, mi hamaca a mi lado, mi toalla, en bañador… contemplando con paz la caída del astro sobre las aguas y su resplandor de despedida, esponjando el alma en su adiós. Vienen dos señoras, una agobiada, con ansiedad, débil, se hace prueba de azúcar ella misma,  se analiza, la otra le acompaña preocupada. Se siente en el mismo banco, le pregunto, le digo que se tranquilice… poco a poco se le va pasando, creo que le toqué su mano… se recupera y me dice: Mire, no sé que me ha pasado, pero usted me ha dado una paz, como si le rodeara algo  que me sanaba y tranquilizaba, no sé, como si fuera usted sacerdote o algo de eso, algo sagrado. Yo me acordé de la gracia de estado y de la simplicidad con la que lo explicaba Antonio Fuentes.

YO confieso…

En Losar de la Vera, Garganta de Cuartos, ocho días intensos y vivos. Un restaurante junto a la garganta, siete u ocho camareros…algunos de otros años, otros nuevos. Me suelo acercar a leer el periódico, descansar, tomar un café. Se acercan, uno a uno, en estos días todos me hablan de sus vidas, sus situaciones, hasta de sus fallos, preocupaciones, sus alegrías… sus vidas mucho más interesantes que las noticias del gobierno… La camarera me besa con alegría el último día, los camareros me abrazan y nos esperan para el curso que viene… Confesiones en toda regla sin saber por qué, y diciéndome padre… y yo sin hábito.

El facebook y los blogs

Me acerco a la Iglesia del Carmen de la Antilla, un tono de acogida y silencio agradable, tomo foto para compartir. Se acerca una señora de Zafra y me dice que si soy José Moreno Losada, me sorprendo porque no sé quién es. Me habla de sacerdotes conocidos, y me dice que al verme me ha reconocido, porque ella se lee todo lo que escribo en los blogs y me sigue. Me saluda con un cariño especial y me siente como alguien suyo. YO me quedo sintiendo su cariño y su delicadeza, su cercanía…y me alegra de que estemos compartiendo tanto sin yo saberlo.

Por tanto…

Lo confirmo sin duda que el hábito no hace mucho en el monje, pero que  el monje si ha de tener hábitos para que los otros puedan descansar y encontrar lo que Dios quiere darles, a través de instrumentos pequeños y débiles, como soy yo.

Gracias Padre, porque estas cosas se las has revelado a los sencillos y pequeños, y no a  los sabios y entendidos, si Padre así te ha parecido mejor. Dame los hábitos propios de tu sensibilidad y tu amabilidad por el mundo y los humanos. Que mi afectividad sea como la tuya, y tu ternura se empodere de mí. Que los que me rodean me sigan haciendo como tú quieres que sea y que yo me deje interpelar por ti, y todas las anécdotas entrañables que pones a mi lado.

 

One Response to “Los hábitos, sí hacen al monje”

  1. ¡qué majete, eres un crak! Te veo con felicidad contagiosa…. que no la pierdas nunca… pues es un buen “hábito”, lleno de “gracia”