Las cenizas y el amor dolido de la madre

“El amor es más fuerte que la muerte”

(Desde el dolor esperanzado de una madre rota)

En los próximos días llegarán las cenizas de dos jóvenes y serán depositadas en un camposanto de un pueblo extremeño donde reposarán con los suyos. El quehacer de enterrarlos de su madre me abren al dolor esperanzado del sentido de la vida en la resurrección.

María José Risco , es extremeña de corazón universal como muestra su currículum y su vida, por eso va a traer las cenizas de sus dos hijos queridos a nuestra tierra para que descansen con los suyos para siempre. Lo hace en cuaresma, en tiempo de ceniza, cuando hablamos de la muerte como el camino para la vida. Lo hace con el corazón roto, con la entrañas abiertas y desgajadas, abrazada al hijo que le queda en esta historia, para poder seguir abrazándolo físicamente y ser, por él, abrazada, como sacramento de una realidad  familiar que exige ser eterna porque ha sido verdadera y única.

Quedan atrás los años en que, tocada de inquietud y de sentido profundo del bien interno de su profesión, traspasó los mares y se encarnó en Guatemala, para adentrarse con corazón y vida en proyectos de cooperación  en el deseo de una justicia que iguala y dignifica a los humanos. Guatemala fue su casa, su pueblo, su vida y, por lo mismo, su amor, allí se enamoró y se casó, fruto del matrimonio, nacieron sus tres hijos. Ella, siempre consciente, de que los hijos son de la vida y no propios, caminó con ellos animando sus alas de libertad, verdad, compromiso con la vida y su propio interior, con sus ilusiones y sus esperanzas. Libertad que posibilitó que Guillermo viviera con ella, estudiando en España, y que Alejandro y Cristina realizaran sus vidas, junto a su padre que falleció hace un año, en el mismo día que acaban de morir ellos,  en tierras gualtemaltecas, formándose y trabajando en aquella realidad en la que se sentían identificados, amando sus posibilidades y sus limitaciones, como si fueran propias.

Y ahora el dolor de una violencia mortal, en aquella tierra y pueblo amado,  los arrebata no sólo del abrazo de la madre sino también de la vida. Empujados por la violencia y la pobreza del robo, sin sentido, en una estructura de corrupción y poca seguridad,  han sido arrojados de este mundo y han tenido que vivir su horizonte personal  de muerte en la juventud más pura y más nueva, cuando sólo contaban con veinte años. Dos vidas, mellizos en una misma hora,   abiertas al amor y la esperanza, llenas de fuerza y de alegría, con un entusiasmo que sobrepasaba el tiempo y no encontraba lugar para tanta inquietud y  deseos de vivir y hacer.

El lugar que fue fecundado con la inquietud y la generosidad de aquella voluntaria joven, después madre consagrada, ahora se convierte en cementerio  triste de una luz apagada en este horizonte. Aquella voluntaria, hoy es forzada desde unas cenizas que sólo son amadas por lo que fueron, pero aún no apaga la luz de lo vivido y se agarra a esa realidad tan pura y auténtica, para poder seguir esperando  junto a la cruz, de pie –como la madre de Cristo-, erguida por la verdad de lo amado, por la fuerza de lo vivido, por el deseo de lo eterno, sabiendo y esperando que la injusticia y el mal no tengan la última palabra.

Ahora le toca a esta madre y a esta mujer, de raíces fuertes y firmes como las encinas de esta tierra extremeña, elaborar un duelo desde el credo de sus entrañas, el credo que asentado sobre el deseo de la justicia, de la igualdad y de la dignidad humana, le empuja con dolor a expresar que “el amor –como dice la Sagrada Escritura- es más fuerte que la muerte”, que el amor no puede morir y los amados tampoco. Ahora le toca, con los dolores de aquel parto doble, gritar  y esperanzarse de que habrá  un cielo nuevo y una tierra nueva, en la que éstos que están grabados a fuego en el corazón de los suyos,  especialmente de ella como madre y de su hijo como hermano, vivirán para siempre y volverán a encontrarse. Ahora le toca, con el llanto de la madre herida, manifestar que todo ha merecido la pena, que ha sido afortunada en su ser y hacer, en la vida de estos hijos que ha acabado  tan injustamente, pero no sin sentido porque han amado y son amados, que quiere seguir trabajando por la igualdad y la dignidad de todos los hombres y en especial de ese pueblo que le ha roto sus entrañas y al que ha querido y quiere entrañablemente.

Y yo, que acabo de recibir la noticia, de un buen amigo, Pedro, que está unido en la verdadera amistad con María José, y se encuentra en aquellas tierras para facilitar el viaje de los restos para ser enterrados en la debilidad de la ceniza, en tierra extremeña, rezo a Dios, imaginando el dolor de la madre, por una violencia tan injusta, lo imagino en un corazón tan humano, tan voluntario, tan comprometido, tan maternal, con esa pregunta eterna por el mal injusto y el dolor inocente, desde el amor más puro. Ahora su fe, sólo su fe movida por el amor, la podrá mantener en pie y le da fuerzas  para escribir  la líneas que acabo de leer  con las que se ha dirigido al pueblo de Guatemala para una celebración eucarística en honor de sus hijos, que estuvo llena de vida y de esperanza, entre jóvenes y  personas queridas, con cantos de resurrección y amor. La misma  fe que  le mueve a desear una celebración aquí, en nuestra tierra, que transmita lo que sus hijos le transmitían a ella: ilusión y esperanza, de ese amor que por verdadero es más fuerte que la muerte.