Cuando miembro sufre, todo el cuerpo…

Dolor en mi comunidad parroquial

El covid se ha llevado por delante a José Miguel Mirasierra, de esas personas vivas y sencillas de la comunidad parroquial que se ponen por delante para que a ti no te pase nada por detrás. Se nos ha adelantado. A sus cincuenta años, nos ha roto su partida, pero vivimos en la confianza de su participación en la resurrección de Cristo a quien seguía. Hemos celebrado su vida, frente a la muerte y no le hemos dejado que la entierre. Su vida está en manos del Padre y nosotros creemos en la comunión de los Santos.

Bendito sea Dios, Señor de la vida y vencedor de la muerte.

José Miguel

Estamos rotos, pero no rendidos, apretados ,pero no aplastados. La muerte no tiene la última palabra y nosotros no se la vamos a dar.  Nuestro dolor es creyente y esperanzado. El amor es más fuerte que la muerte, y esta celebración está llena de amor, desborda de amor, es incalculable el amor que nos congrega y nos une en lo más profundo de nuestras entrañas, de nuestros corazones: “¿no lo notáis… no arde nuestro corazón con en aquella aldea de Emaús cuando aquellos discípulos descubrieron que el crucificado había resucitado?”

“No está aquí, ha resucitado”

Es el grito más revolucionario de toda la creación y de toda la historia. Cristo ha resucitado y vive para siempre, y su resurrección está actuando constantemente en nuestro mundo, en nuestra vida, en su reino, y en el enfrentamiento con la muerte. Tenemos vacuna, queremos que sea universal, para todos, pero nuestro horizonte está mucho más allá de la vacuna, está en Cristo resucitado.

Cristo vivió mucho menos que nosotros, menos que José Miguel. En una aldea oculto, sencillo, transparente y disponible. Creyó en Dios padre y se hizo hermano de los que le rodeaban y de los más sufrientes de la historia. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, los crucificaron. Pero la injusticia no pudo frente a su amor. Pasó haciendo el bien y curando, se ha hecho fuerza de los que creen en él. Todo el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá. José Miguel ha creído vivamente en Jesucristo, ha comido su pan con todos nosotros, el pan del resucitado, y el que come de ese pan vivirá eternamente.

Celebrar su vida

En Cristo nos miramos y lo celebramos, celebramos la vida de José Miguel:

  • – vosotros los padres, la hermana… en su niñez, adolescencia, juventud… su ser de Campolugar, rodeado de lo sencillo y lo oculto, creció en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.
  • – Su juventud, estudiante y católica, mi estudio para los demás, mi proyecto de vida para seguir a Jesús y dejar la huella de evangelio, para transformar.
  • – Fínibus, la pareja, el amor, el sueño, el proyecto, la familia, el crecimiento mutuo, el sufrir y el gozar, el camino, las metas, los vericuetos, la cuestas arriba… la insatisfacción, la plenitud… ¡cómo he crecido a su lado¡;
  • – el tesoro desbordante e inabarcable de los hijos Miguel y Carmen, el misterio de sus personas, el acompañamiento, la entrega, el deseo de perfección, el diálogo, el choque…
  • – el trabajo, ser único en el trabajo, vivir dando la vida en el trabajo, más allá de un sueldo, todo vida, para no sentir ni la injusticia, todo lo disculpa, todo lo perdona…
  • – la comunidad parroquial, se puede ser imprescindible sin hacerse notar nada, pareciendo el más pequeño, poniéndose en el último lugar en las celebración, sonrojándose ante cualquier notoriedad, sintiéndose pequeño en sus altas capacidades, y dedicándose a lo más importante que hay en la vida, estar cerca de los más pobres, sin sentirse superior, sino hermano y hasta responsable de la injusticia que hay en el mundo. Parece marca genética de esta familia Mirasierra, la Cáritas verdadera, es vuestra gloria en esta cruz, es lo que más fuerza os dará.
  • – Y el carisma de la fraternidad humana como eje transversal de la verdadera fe y la única personalidad que le ha configurado. Pasar haciendo bien, quizá desordenadamente, porque el bien apasiona y rompe todos los equilibrios para equilibrar más allá de uno mismo. No ha tenido límites en la disponibilidad.

La parábola

Nos agarramos a la fe. Hoy se cumple el evangelio que acabamos de oír. Cincuenta años, celebrados con gozo este verano en una casa rural, que hoy resumimos en una parábola de lo real: “El buen samaritano”.

Ante la pregunta de Jesús en el relato: ¿Quién se hizo prójimo del que lo necesitaba, del que estaba en apuros…quien estuvo disponible?  Nuestra respuesta es: José Miguel.

 Todos los que estáis aquí lo sabéis, sin excepción. José Miguel, sin ser perfecto ha querido ser seguidor de Jesús, el que es definido en el evangelio con una sola frase, como epitafio: pasó haciendo el bien. Es lo único que queda: no es importante cuántos años haya vivido, qué títulos ha conseguido, qué riqueza ha acumulado, qué importante ha sido…la única arma potente contra la limitación y la muerte, la única es pasar haciendo el bien, buscando el amor. Aunque lo hagamos con imperfección, no será la perfección la que nos salve sino la misericordia y la compasión. José Miguel ha tenido un defecto, que  ahora nos habla de su gloria inmortal en Cristo Resucitado, era demasiado disponible, hasta el punto de poder ser informal en favor de los otros. No estaría mal ese defecto, en su medida, en todos los humanos, daría gusto vivir entre todos en estos momentos tan atroces.

Herencia y sacramento

Esa es la mayor herencia y legado y que puede alguien dejar a los suyos. Es la que nos deja hoy José Miguel a todos, en especial a Miguel y a Carmen. Vosotros sabéis lo que es una” tropa solidaria”, y sabéis muy bien, que la capitana ha sido vuestra madre, pero que el que nos impulsó a mí, a la parroquia, fue él… Amaba a vuestra madre y sabía de su grandeza, por eso nos hacía saltar hacia adelante y calladamente nos lanzaba a amar más y mejor. Lo seguirá haciendo sin duda. Ahora hay que saltar más que nunca, los tres como una piña, teniéndolo a él siempre como compañero y ayuda, como guía, nosotros creemos en la comunión de los santos. En esa comunión creéis vosotros, sus padres, su hermana, sus tíos, primos… anoche oía como le seguíais hablando, contando con él, eso es el tesoro de la fe. La muerte nos puede doler y herir, quitarnos incluso la alegría de lo terreno, pero no puede quitarnos el gozo del amor. La muerte no acaba con el amor.

Eucaristía y vida eterna

Por eso estamos celebrando la eucaristía, la comunión con Cristo resucitado, es nuestra esperanza y nuestra meta. Si decís muy bien, José Miguel, como cuando preparábamos rutas para la parroquia y la tropa, se nos ha adelantado, se ha ido antes para ver la situación y programar nuestra marcha, pero el vendrá a caminar con nostoros. NO resistía que nos fuéramos sin que él nos pudiera ayudar, hasta ese punto se ha hecho disponible, ha pasado por la puerta de la muerte para facilitarnos nuestro paso. Nos ayudará a caminar en nuestras vidas y vendrá a acompañarnos con Cristo, cuando nos toque dar ese paso. Cada Eucaristía nos abrazaremos a él en la comunión y sentiremos su abrazo y su ternura, con mas fuerza si cabe que lo hemos experimentado en la tierra.

Pero ahora nuestro mejor homenaje y recuerdo, será apuntarnos al epitafio del Cristo crucificado que ha resucitado y vive para siempre: “Pasó haciendo el bien, curando, ayudando…”. José Miguel lo ha intentado, ya tiene la corona que no se marchita. Caminemos presurosos por ese camino del bien y dejemos la huella del evangelio en nuestras propias vidas.

Ayer leía que el padre Arrupe rezaba pidiendo a Dios que no quería que a su muerte el mundo siguiera como si él no hubiera existido. Quería dejar su huella de amor y de bien. Aquí tenemos a un hermano que no ha dejado el mundo como se lo encontró, sino que en la medida en que ha podido, con su debilidad, lo ha mejorado y enriquecido en humanidad y fraternidad. Que el Dios que en la vida le ha dado el ciento por uno en amor, ahora le dé la vida eterna y un día nos ayude a reencontrarnos en el gozo completo y en la alegría definitiva.