“Los corazones escondidos”

  El 3 de diciembre de 1967, un equipo quirúrgico de más de 30 personas realizó el primer transplante cardiaco a un ser humano, Lewis Washkansy, un hombre blanco de 53 años. La donante -ahora nunca se conocen, en aquel momento fue algo público- fue Denise Darvall, una joven atropellada el día anterior, cuyo padre autorizó la donación. El receptor sólo sobrevivió 18 días, muriendo de una infección pulmonar.Muchos de ustedes recordarán (o el nombre tal vez les suene) que el cirujano se llamaba Christiaan Barnard, un sudafricano que trabajaba en el hospital Groote Schuur de Ciudad del Cabo. La cobertura mediática fue inmensa, aprovechada por el gobierno racista de Sudáfrica. El Dr. Barnard se convirtió en una celebridad (para lo cual ayudó el que era tremendamente fotogénico). Es indudable que su formación y habilidad quirúrgica eran excelentes; además, en numerosas ocasiones se declaró anti-apartheid y operó gratuitamente a numerosos niños negros.

Sin embargo, detrás de este hito en la historia de la medicina, hay un “corazón escondido”, sin el que posiblemente el primer transplante cardiaco no hubiese tenido lugar ese día: era el de un técnico de laboratorio negro llamado Hamilton Naki, que comenzó trabajando de jardinero en la universidad de Ciudad del Cabo. Un profesor de la facultad de medicina, Robert Goetz, se fijó un día en su habilidad con los instrumentos y le propuso trabajar en su laboratorio cuidando los animales de experimentación.

Hamilton Naki, “robando la ciencia y la técnica con mis ojos”, como él mismo declaró, pronto ayudó a Goetz en sus intervenciones y le ganó en habilidad, por lo que enseñó a numerosos cirujanos -todos blancos, dado que en aquellos años los negros no podían acceder a la facultad de medicina ni entrar en los quirófanos- a operar en su laboratorio. Figuraba en la nómina del hospital como jardinero, aunque cobraba como técnico de laboratorio.

Está confirmado que Naki ayudó a Barnard a desarrollar varias técnicas de cirugía cardiaca, no sólo el transplante, como se muestra en la película “Hidden Heart” (el corazón escondido, producida en Sudáfrica en 2008). No está documentado si estuvo presente en el quirófano aquel día, aunque si lo hizo fue de modo ilegal y secreto. Sin embargo, poco antes de morir, el mismo Dr. Barnard, quien se refería a Naki como “cirujano”, afirmó que “posiblemente tenía una mayor habilidad técnica que yo”. Naki entrenó a casi 3000 cirujanos durante su estancia en la facultad, y se jubiló en 1991 con una pensión de jardinero.

No fue hasta mucho después, en 2003, cuando su papel en la historia del primer transplante fue reconocido, y recibió su título de médico honorario por la Universidad de Ciudad del Cabo, posiblemente demasiado tarde, porque falleció sólo dos años después, en 2005, habiendo pasado sus últimos años leyendo la Biblia a los sin casa que se reunían en el cementerio local, exhortándoles a no utilizar drogas.

Esta historia conmovedora, que nos dibuja la vida de dos hombres separados por la injusticia de la discriminación racial (de la ulterior vida glamurosa de Barnard a la sencilla y anónima de Naki), no es sin embargo nueva en la historia de la cirugía cardiaca: es paralela a la ocurrida muchos años antes, en Estados Unidos en los años 40. En esa época el cirujano cardiaco Alfred Blalock y la cardióloga pediátrica Helen Taussig, en el hospital Johns Hopkins de Baltimore, desarrollaron la llamada técnica de Blalock-Taussig, que aliviaba a los niños que nacían con un cierto defecto cardiaco (la llamada tetralogía de Fallot o síndrome del niño azul, por la falta de oxígeno en la sangre de estos niños). Detrás de ambos médicos se hallaba Vivien Thomas, un técnico de laboratorio negro que en realidad inventó la técnica operando a más de 200 perros e incluso fabricando los instrumentos necesarios para la cirugía en humanos.

La historia de Vivien no es muy diferente a la Hamilton: fue nieto de un esclavo, trabajó de carpintero tras la educación secundaria, fue despedido durante la gran depresión y ulteriormente encontró trabajo como ayudante de Blalock en su laboratorio de la Universidad de Vanderbilt en Nashville, con un pequeño salario. Aunque Blalock le cobró un gran respeto al darse cuenta de sus habilidades quirúrgicas, cruelmente le ignoraba fuera del laboratorio, manteniendo la distancia que la sociedad imponía entonces entre un médico blanco y un técnico negro.

Thomas no sólo ayudó a Blalock a desarrollar el procedimiento quirúrgico que lleva el nombre de técnica de Blalock-Taussig: durante los años 30 también le ayudó en la investigación de las causas del choque hemorrágico y traumático, lo cual fue de extrema utilidad en el manejo de los soldados heridos en los campos de batalla de la II guerra mundial. Ulteriormente, en la década de los 40, cuando Blalock se trasladó a Baltimore, exigió que Thomas le acompañase, aunque encontró un ambiente todavía más racista en aquel lugar. Fue Thomas quien creó el modelo animal experimental de perro que reproducía el defecto cardiaco congénito con que nacían aquellos niños, y quien operó cientos de perros para demostrar la viabiliad de una técnica paliativa. La perra Anna fue la primera que sobrevivió largo tiempo, y de hecho es el único animal cuyo retrato cuelga en las paredes del Johns Hopkins.

El 29 de noviembre de 1944, por primera vez se empleó la técnica quirúrgica en una niña de 18 meses, y Vivien Thomas se colocó al lado de Blalock en el quirófano, indicándole punto por punto los pasos que tenía que seguir: al fin y al cabo, él había adaptado el instrumental y había operado a cientos de perros, mientras que Blalock sólo lo había hecho una vez, y como ayudante de Vivien. Aunque la niña sobrevivió solamente unos meses, poco después tuvieron mucho más éxito en una niña de 11 años y en un niño de 6. Los tres casos se publicaron en el diario de la asociación médica americana (conocido como JAMA). En él Vivien Thomas no aparecía citado ni una sola vez, por más que Blalock le había dicho frecuentemente a Thomas, al ver las suturas que éste realizaba “Vivien, esto parece algo hecho por el Señor”.

Al igual que Naki, Thomas entrenó generaciones de cirujanos en el Johns Hopkins, médicos que lideraron sus respectivos campos en los Estados Unidos. A pesar del reconocimiento que le brindaban en el laboratorio, nunca traspasó aquellas puertas ni mejoró su sueldo, de hecho frecuentemente trabajaba como camarero en las fiestas que daba Blalock, en las que servía bebidas a médicos que unas horas antes habían sido sus alumnos. Thomas colaboró con Blalock durante 34 años, a pesar de que éste nunca le trató fuera del laboratorio como un igual, no intentó mejorar su salario ni tampoco intentó un mayor reconocimiento académico o que se le permitiese convalidar su práctica en la carrera de medicina, que Vivien nunca pudo comenzar.

No fue hasta 1968, tras la muerte de Martin Luther King, que los cirujanos que él había enseñado consiguieron que su retrato figurase al lado del de Blaclock (que había muerto de cáncer en 1965) en el hall del edifico Alfred Blalock de Ciencias Clínicas. Incluso en 1976, cuando la Universidad Johns Hopkins le concedió un doctorado honorario, no lo hizo en Medicina, sino en Leyes. Y no fue hasta mucho más tarde, tras la muerte de Thomas, que una escritora expuso su vida al conocimiento del gran público, y ulteriormente se produjo una bella película titulada “Algo hecho por el Señor”. Desde entonces su reconocimiento ha sido amplio, hay becas y premios con su nombre, incluso una escuela de artes médicas se llama así.

Sea éste post mi humilde tributo a dos “corazones escondidos” que tal vez sufrieron en silencio viendo que su contribución, imprescindible y fundamental, era despreciada e ignorada (por Blalock en la racista Norteamérica más que por Barnard en el estado criminal sudafricano, con sus leyes de apartheid). Quiero pensar que ambos se consolarían pensando en las personas aque iban a vivir gracias a su pacientes, su coraje y capacidad de soportar la injusticia y la habilidad innata que Dios les había concedido.

Sea motivo de alegría pensar que a día de hoy los tiempos han cambiado: Koco Eaton, sobrino de Viven Thomas, estudió medicina en el Johns Hopkins y es hoy cirujano ortopédico; los negros sudafricanos tienen un mejor acceso a la educación superior y a la universidad, y afortunadamente, en los quirófanos ya no hay letreros que digan “sólo para blancos”.

Que Dios nos ayude y nos bendiga, y que las vidas de Vivien Thomas y Hamilton Naki nos estimulen para ser personas mejores: ellos lo fueron.

3 Responses to ““Los corazones escondidos””

  1. Muy bonito e inspirador el artículo, a mi también me inspiró mucho la vida de vivien a través de su película.

  2. Apenas vi la pelicula, es extraordinaria esta historia basada en hechos reales. Es conmovedor ver los muchos héroes invisibles que han hecho una bella historia para la humanidad….

  3. Tengo 78 años, no tengo estudios universitarios y me ha pasado algo parecido. Antes de morir quiero contar mi historia.
    Ver en Google equinodermos paleozoicos.

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