El Estado de las Autonomías visto por un sanitario

Esta entrada no está escrita por un sociólogo de la sanidad, ni por un experto en salud pública, ni mucho menos por una persona del mundo de la política: no pertenezco, he pertenecido ni posiblemente pertenezca en el futuro a partido alguno (aunque es obvio que tengo derecho a voto y lo ejerzo en las elecciones). Quienes me han ido leyendo saben que soy un médico que quiere ser y ejercer como cristiano, y ante todo un clínico, preocupado por sus pacientes. Además, ejerzo desde la trinchera, en un sencillo hospital rural de una autonomía de recursos más bien escasos.

Es desde ahí que defenderé mi opinión-vivencia (que no es pura doxa, sino que está profundamente enraizada en una praxis, realidad sentida y padecida a diario): desde el punto de vista sanitario, el Estado de las autonomías (EA en adelante) es un fangal: nos hemos metido en un pantano en el que nos vamos hundiendo de forma gradual, chapoteando unos y otros, agarrándonos a los juncos de la orilla para no hundirnos definitivamente. Tal vez desde otros puntos de vista (el económico, por ejemplo) también pueda verse así el EA, pero no son mi campo de formación ni laboral, luego no me toca a mí pronunciarme sobre ellos.

Fundamentaré esta afirmación en lo que he observado durante mis años de ejercicio profesional: el EA consolida un modelo sanitario desigual e injusto, donde los ricos tienen más recursos y posibilidades que los pobres, tanto los pacientes como los médicos, lo cual es inaceptable y quiebra el derecho fundamental de igualdad entre españoles que se recoge en nuestra Constitución.

¿Por qué? Por muchos motivos: ahora yo no puedo enviar –y muchas veces tampoco aceptar- pacientes a/de otras autonomías, por más fundamentado que esté. Tendrían que intentar explicar este hecho a una persona enferma o a sus familiares durante el verano, ingresadas en las urgencias o en planta del hospital donde trabajo y que en realidad viven y están censadas en Hospitalet de Llobregat, en Madrid o en Valencia: no me dejan, carezco de potestad para hacerlo, es la otra autonomía la que ha de reclamar al paciente tras atravesar una pesadilla burocrática mediante el intercambio de faxes, contactos entre los respectivos servicios de admisiones del centro, etc. Es un proceso frustrante y desesperante para paciente, familia y profesional. En un modelo sanitario centralizado un paciente era enviado directamente al hospital donde pertenecía, en el medio de transporte que necesitaba, con contacto entre profesionales (por pura educación) o sin él, dado que una regla básica de la atención sanitaria era la sectorización, que se respetaba a rajatabla.

¿Sabían que a veces enviamos pacientes en una ambulancia y en la frontera autonómica tienen que transferirse a otra ambulancia y a otra camilla perteneciente a la otra autonomía, con los riesgos e incomodidades que eso supone para el enfermo? ¿Sabían que un paciente con infección de las válvulas cardiacas tardó tres semanas en trasladarse desde un hospital rural del noroeste de España al hospital del área mediterránea al cual pertenecía? Este hospital contaba con los medios apropiados para tratarle en caso de complicaciones (no así el rural); imaginen la angustia padecida por el paciente y su familia. Eso ocurrió hace un par de veranos, conozco el caso con exactitud porque solicitaron mis posibles influencias (es decir, ninguna) para acelerar el traslado: nadie quiso saber nada, ni admisiones del hospital receptor, ni los jefes de servicio médicos, que decían que no podían intervenir en un proceso burocrático, ni los jefes de enfermería y transporte sanitario (era necesaria una ambulancia con enfermera y, por más que había personas que voluntariamente hubiesen ido, hubo que seguir los trámites de no sé qué bolsa de trabajo y se tardaron días en encontrar a alguien).

Podría contarles casos a puñados, que sonarían a tragicomedia si no fuese porque son reales, sentidos y padecidos. Del mismo modo, si ustedes viven en una gran ciudad y tienen un ataque cardiaco o un infarto cerebral, les aseguro que no recibirán el mismo tratamiento que en mi comunidad autónoma ni que en una ciudad de provincias o un pueblo pequeño, y que la disponibilidad de medios es absolutamente desigual e injusta. Luego me río de que afirmen que los españoles somos iguales, al menos en lo que respecta a nuestra salud y nuestro acceso a los recursos sanitarios no lo somos, se lo aseguro y lo puedo afirmar con datos y números, puesto que he trabajado en tres sistemas sanitarios diferentes y los conozco al dedillo.

Otro ejemplo esperpéntico: las llamadas lenguas oficiales, que condicionan el acceso a puestos de trabajo y dirección. En mi caso, si me presentase a una oposición en Cataluña, dado que poseo el nivel C de catalán, tendría los mismos puntos que un médico que tuviese el título de Doctor, es decir, hubiese hecho la tesis doctoral, dado que conceden igual valor a tener ese nivel lingüístico que al hecho de haber realizado la tesis. ¿Cabe algo más absurdo, condicionar un trabajo que compete a la habilidad técnica y profesional a conocer mejor o peor una lengua? Si soy un mal médico, ¿qué le importa al paciente que hable mejor o peor el catalán? ¿No debería, en todo caso, valorarse el nivel de inglés, lengua en la que se escribe la práctica mayoría de la literatura biomédica respetada y respetable?

¿Saben que en la autonomía donde trabajo, dada la escasez de especialistas, contrataron médicos polacos que prácticamente no hablaban español? Afortunadamente son competentes desde el punto de vista profesional –al menos los de mi hospital-, aunque a algunos les ha costado meses y meses poder mantener una conversación con cierta fluidez.

¿Cómo se explica que los salarios de los sanitarios difieran entre autonomías cuando su tarea es la misma? ¿Cómo se explica que los calendarios vacunales sean asimismo diferentes? ¿Cómo se explica que si usted tiene un tumor cerebral no puede solicitarse una segunda opinión a un centro de mayor prestigio y casuística de otra autonomía a menos que primero le vea otro especialista de esta autonomía, en un proceso burocrático largo y complejo en el que usted puede haber muerto antes de que finalice?

Pues bien, habría una solución, simplificadamente es la siguiente: sólo una sanidad centralizada aseguraría la igualdad entre españoles, junto con una gestión equitativa de los recursos económicos y humanos, en función de las necesidades –fácilmente cuantificables- y no en función de criterios políticos según las alianzas de turno para alcanzar o conservar el poder.

¿Saben qué ha supuesto el EA en sanidad? Que los sargentos chusqueros y tenientes en una gestión centralizada hayan devenido coroneles y generales en las autonomías, manejando millones de € y decidiendo sobre asuntos para los que están infrapreparados e infracualificados, accediendo a los cargos por motivos digitales (es decir, al más puro dedo) y no profesionales o académicos, sin pasar examen u oposición alguna. Y eso es lo malo: que de una dictadura nadie espera nada salvo corrupción y nepotismo, pero cabía esperar algo mejor de una democracia, pero los políticos –desde el primer gabinete del PSOE, lo lamento pero si analizan la historia reciente verán que es así- se las han arreglado para dar apariencia de legalidad e igualdad a lo que es alegal o simplemente legalidad falseada o disfrazada, y no sólo en el campo sanitario. Ya es triste que lo diga yo, que fui interventor del PSOE en las dos primeras elecciones democráticas, como simpatizante y de forma totalmente voluntaria (a cambio de un bocadillo), cuando creíamos que aquellos hombres traerían “cien años de honradez”, el lema de su primera campaña, con la foto de D. Pablo Iglesias detrás.

Finalmente, otra reflexión: este modelo descentralizado (tal vez políticamente necesario en un momento histórico) es económicamente insostenible (otro día les explicaré de dónde viene este manido término de “sostenibilidad”) y absurdo, porque multiplica en cada autonomía las burocracias, el funcionariado de mayor o menor utilidad, los cargos intermedios, aumenta los gastos porque se compran medicamentos y material sanitario aisladamente, cada hospital o autonomía por separado, en vez de hacer una oferta para todo el sistema de salud …

En mi opinión –porque lo relacionado con la sanidad es vivencia- un Estado tiene que mantener tres funciones centralizadas, que aseguren la igualdad entre los ciudadanos y una cierta homogeneidad: la sanidad, la educación (cuán fácil resulta falsear la historia: examinen un libro de los que se estudia en las escuelas catalanas o vascas y me entenderán) y los cuerpos de seguridad (reconocidos constitucionalmente como depositarios del uso legítimo de la violencia, si es que alguna vez la violencia es legítima, pero son responsables de salvaguardar los derechos de todos los ciudadanos por igual, sea cual sea el lugar donde se hallen).

Es obvio que nuestro Estado no ha sido fiel a conservar de forma igualitaria la gestión de la sanidad y la educación. Si eso es constitucional o no, lo ignoro, para ello hay un tribunal constitucional. Pero una cosa sí conozco: para un sanitario que trabaja en un pequeño hospital comarcal de una provincia pobre, el actual modelo autonómico sanitario es difícil de sobrellevar y un error craso, difícilmente reparable y que me tocará sufrir a mí y a mis pacientes (aunque ellos lo ignoren) en lo que me resta de vida profesional (unos 16 años). Les aseguro que no me espera un porvenir muy halagüeño.

PS. Les aseguro que prefiero escribir sobre temas más vivenciales, en los que creo poder aportar más. Espero que mi próxima entrada posea un tono más similar a lo escrito hasta ahora. Lamento si molesto a algunos lectores con esta opinión-vivencia. Sin embargo, todo lo narrado llevaba mucho tiempo cociéndose en mi interior y pugnaba por salir.

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