Consulta, crisis, panes y peces

Pasan por mi consulta todo tipo de personas, de todas las edades y condiciones, pero comparten la inmensa mayoría una característica: son gente sencilla, pertenecen a las clases menos pudientes. Los licenciados superiores son una rareza, los puedo contar con los dedos de una mano.

Lo que estoy viendo y escuchando en los últimos meses me encoge el corazón. Yo no  pregunto a mis pacientes solamente qué les trae a mi consulta y desde cuándo les ocurre, qué medicamentos toman, qué enfermedades han padecido … También les pregunto cómo y dónde viven, cuál es su trabajo, si hay algo que les preocupa … Intento interesarme por la persona entera, porque todo tiene una importancia en el sanar y el enfermar.

En los últimos tiempos cada vez hay más gente desempleada que me pide directa o indirectamente ayuda, pensando que siendo médico poseo más recursos (lo cual es cierto, pero ciertamente no ilimitados): por ejemplo, mujeres del pueblo donde vivo me preguntan si conozco dónde echar unas horas en la limpieza o me piden una recomendación para entrar de limpiadoras en el hospital; hombres que me transmiten su angustia porque se dan cuenta de que se les acaba el paro y no encontrarán trabajo …

Creo que son realidades que no se perciben por personas con salarios estables como podemos ser los funcionarios, a menos que se tenga una puerta abierta al mundo como es una consulta de medicina. Es una cuestión de humanidad y sensibilidad: la actual crisis ahonda las diferencias económicas y sociales entre quienes gozamos de un empleo por ahora estable y quienes lo han perdido o van camino de hacerlo.

Me pregunto qué puedo y qué podemos hacer, y viene siempre a mi memoria el milagro de los panes y los peces que se narra en el Evangelio de Marcos. Es mi milagro “favorito”, porque yo creo que es el único en el que creo y que “entiendo”, y tal vez en él pueda estar la respuesta cristiana a la crisis. Hace una exégesis muy bella Carlos Bravo SJ (ya fallecido, mexicano) en su libro, “Jesús, hombre en conflicto” (Sal Terrae, Santander, 1986, pgs. 144-45). Pero no hace falta ser teólogo o exegeta para entender ese milagro: cuando se comparte, llega para todos y aun sobra. Es, para mí, el milagro más bello, sobre todo por sus connotaciones comunitarias. Ante la opción de los apóstoles “que compren”, se alza la de Jesús: “que compartan”. Y todo el mundo queda saciado y sobra. Eso dice el evangelio. Y no es mucho lo que tienen para compartir, simplemente cada uno pone lo que posee.

Toda situación de enfermedad, lo digo como médico, tiene sus secuelas y sus fases de sufrimiento, pero también ofrece al paciente –y por ende al médico que lo atiende si sabe mirar y escuchar y aprender- oportunidades de crecimiento, y a más grave es la enfermedad, más grandes son éstas (como demuestra toda la obra de Elisabeth Kübler-Ross). Tal vez por ello, si vivimos la crisis como una enfermedad, nos ofrezca la oportunidad de crecer como personas y como cristianos.

Soy, además, consciente, de que son las respuestas individuales las que cuentan, las que salvan (sólo el amor salva, las cosas no salvan). Y les pongo tres ejemplos: uno es la parábola del buen samaritano, citada y bellamente explicada por Martin Luther King en su discurso en Memphis, la noche anterior a su muerte martirial. El buen samaritano se detiene ante el hombre herido, no pretende arreglar el problema de un camino (de Jerusalén a Jericó) conocido por sus peligros y emboscadas (el “paso de la sangre” lo llamaban), no busca una solución estructural, simplemente se acerca al prójimo y lo ayuda.

El otro ejemplo es un poema de mi dramaturgo favorito, el comunista alemán Bertolt Brecha. Está ambientado en el invierno de Nueva York, dos hombres están dentro de un coche y comienza a nevar, y ven a un “homeless” (un sin techo en español) que comienza a blanquear con los copos. Uno se pregunta qué hacer, y dice que, hagan lo que hagan, “no disminuirá la era de la explotación” (Brecht es, al fin y al cabo, un comunista ortodoxo, partidario de las soluciones estructurales a los problemas del mundo). Sin embargo, el otro hombre sale del coche, se acerca al sin techo y lo lleva a una pensión. Cuando vuelve, le dice: “sé que esto no disminuirá un ápice la era de la explotación, pero, al menos, la nieve a él destinada esta noche caerá en la calle”.

El tercer y último ejemplo está tomado de una película que me gusta mucho y considero valiosa y profunda (en nuestros tiempos jóvenes ideal para un cine forum, no sé si ahora existen esas cosas fuera de las escuelas de cine), “El año que vivimos peligrosamente”, ambientada en la Indonesia de Sukarno a principios de los 60, justo antes del inicio de la guerra del Vietnam, protagonizada por un jovencísimo Mel Gibson y una todavía más joven Sigourney Weaver.

En ella, Gibson, periodista de una cadena de radio australiana, colabora con un enano (en realidad es una mujer) mitad indonesio mitad occidental, y ahí se plantea la diferencia de aproximación a la pobreza extrema que ambos ven. El enano ha decidido ayudar a una familia concreta, de un barrio miserable, y le dice a Gibson que los occidentales carecen ya de respuestas, siempre fijándose en intentar ¿resolver? los problemas estructurales. Lo plantea muy bellamente citando el evangelio, cuando la gente se acerca a Juan el Bautista y le pregunta “¿Qué debemos hacer?”. Es obvio que lo importante es la “praxis”, y no la “doxa” (aunque toda praxis, se explicite o no, se niegue o no, se argumente o no, se basa en una doxa que la precede).

Son algunas reflexiones, ignoro si ricas o pobres, tal vez solamente ingenuas, que quería compartir con ustedes. Respecto a cómo concreto yo en mi vida personal la solidaridad (al fin y a la postre soy responsable ante Dios y mis prójimos de lo que hago, para nada debe preocuparme lo que hagan los demás), ayudo a las personas concretas en lo que me piden siempre que puedo, como médico o como persona, a veces con mis propios recursos económicos si es lo necesario en ese momento. E intento seguir las radicales palabras de Jesús: “Haz a los demás aquello que quieras que te hagan a ti: eso son la Ley y los Profetas”.

2 Responses to “Consulta, crisis, panes y peces”

  1. Así visto:
    Bienaventurados los ingenuos que creen que está a su alcance mejorar el mundo, porque ya viven el nuevo orden.

  2. Totalmente de acuerdo,los pequeños granos de trigo forman un granero.

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