De cambios, abrazos y precios.

Es muy posible que en breve cambie de lugar de trabajo: tras cinco años en un hospital comarcal, posiblemente me incorpore a un centro de mayor complejidad, monográfico de lesionados medulares, con todas las secuelas y complicaciones que ello les implica. Creo que es asumir un nuevo reto profesional, como todo reto suscita esperanzas y expectativas pero también incertidumbre. Además supone cambiar de ciudad, abandonar la seguridad de lo conocido y las amistades y cercanías para iniciar un proyecto nuevo en relativa soledad. No me es fácil.

Las personas cambiamos de lugar cuando buscamos un sentido mayor a nuestras vidas, al mundo en que vivimos o cuando tenemos problemas de cualquier tipo (personal, laboral) en el lugar donde nos hemos ubicado: los tres condicionantes intervienen en mi caso, y espero encontrar mejores posibilidades en un lugar diferente. Puede que acierte, puede que me equivoque. El tiempo lo dirá.

Me resulta difícil despedirme de quienes han sido mis pacientes, algunos muy “peleados”, aquellos que han estado más graves, con enfermedades más complejas o que han requerido mayor esfuerzo. Con ellos estableces unos lazos especiales y me da pena dejarlos, tengo la sensación de “abandonarlos”, aunque lo cierto es que quedan en buenas manos, tal vez mejores que las mías.

En ese contexto, el otro día me despedí de una mujer inmigrante, de unos 60 años, que apenas habla español, procedente de un país del este (su hija sí lo habla y hace de traductora). La recuerdo en la primera visita, con mal aspecto, con una grave alteración de las pruebas hepáticas. Afortunadamente la respuesta al tratamiento, largo y complejo, ha sido excelente, ahora es una mujer nueva, resplandeciente y su analítica se ha normalizado por completo. Además durante el tratamiento tuvo que viajar a su país de origen por un problema familiar, y yo intenté a toda costa que no interrumpiese los fármacos, por lo que hube de rellenar innumerables impresos para la farmacia del hospital (sólo en los hospitales se dispensan según qué medicamentos), para la embajada, para las aduanas de los aeropuertos …

 Cuando en la última visita de control  le expliqué a la hija que me marchaba y que otro profesional seguiría viendo a su madre, tras la pertinente traducción, la mujer se levantó de la silla, cruzó la habitación y se me abrazó llorando, teniéndome largo rato contra su pecho. Hace unos meses posiblemente yo hubiese roto a llorar con ella, ahora estoy más sereno y simplemente la abracé y sentí un inmenso agradecimiento hacia aquella mujer que me agradecía los esfuerzos que había realizado, de los cuales ella había sido consciente, aunque jamás hubiésemos intercambiado una sola palabra.

 Entendí entonces una expresión de Jon Sobrino:  “fuera de los pobres no hay salvación”, aunque yo la reformularía: “en el servicio a los pobres está la salvación”. No soy pobre ni posiblemente lo sea nunca, pero a través de mi profesión intento ayudarles en lo que puedo, y son ellos los que más lo agradecen y quienes dan sentido a mi trabajo. Recordé una eucaristía en una pobre aldea de la sierra hondureña, hace tres años, cuando la gente agradecía nuestra presencia y el hecho de que un médico les visitase tras largo tiempo sin ver ninguno. Es poco lo que pude hacer, auscultar a la gente, administrar algunos medicamentos, revisar enfermos crónicos … pero no saben cómo lo agradecieron, matando una gallina para comer y expresando su alegría en la eucaristía. Allí entendí el verso del prólogo de Juan “la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos visto su gloria”. Les aseguro que yo vi la palabra encarnada en aquellas pobres mujeres y vi la gloria de Dios hecha carne y sangre hondureña en aquella humilde aldea, en una de cuyas chozas establecí por unas horas mi consulta.

Hilando este tema con mi última idea de hoy, ayer le pregunté a una ceramista cuánto valía una de sus piezas. Ella no me la quiso vender porque le parecía defectuosa. Entonces le pregunté cuál era su precio en realidad, pero ella no me entendió: pensó que quería saber cuánto se valoraba ella a sí misma, o sus piezas, o por cuánto vendería aquella pieza concreta. No es eso lo que yo preguntaba. Estoy convencido de que todos tenemos un precio, de que se nos puede comprar como personas.

Aunque no sé si siempre lo podré mantener, yo conozco el mío a día de hoy: se llama agradecimiento, se llama cariño, es el que paga una mujer que me abraza (como la paciente que he mencionado) o me da dos besos al marcharse de alta, el hijo que se lleva una mano al corazón como agradecimiento a mis desvelos cuando desfilo –al modo de los pueblos- ante el cadáver de su padre a quien ayudé a bien morir; es la persona que recorre conmigo una parte de este camino áspero y hermoso a la vez que se llama vida, ayudándome a trechos y dejándose ayudar en otros, a veces sembrando para que otras recojan los frutos.

 Es un precio muy alto y muy bajo a la vez, porque no todo el mundo puede pagarlo, sólo a quien yo le dejo hacerlo, y además no todo el mundo sabe pagarlo: lo hace quien se me acerca con gratuidad, con el corazón abierto. El amor, el cariño, la cercanía, la ternura, la comprensión profunda de lo humano, el beso, la piel en contacto con la piel en una mutua entrega que quiere ser generosa y gratuita, todo ello no se cuantifica en euros o en dólares, lo regalamos y lo recibimos, y sin todo eso no hay vida, habrá en todo caso supervivencia, sin sabor alguno. Esas son las monedas con que se me compra. Eso no me hace ni mejor ni peor que otros médicos u otras personas, tal vez sólo diferente.

 Y ustedes, ¿qué precio tienen? ¿por cuánto puede comprárseles? ¿quién y cómo puede comprarles?.

 Que Dios les cuide y les bendiga. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

3 Responses to “De cambios, abrazos y precios.”

  1. Hablas de despedida de un lugar para ir a otro,sin embargo esperamos que este lugar de encuentro no desaparezca porque tambien nosotros te necesitamos desde donde quiera
    que vayas.En tu momento actual quiero dedicarte la canción de Mikel Laboa “Txoria txori” de un poema de Artze.

    Hegoak ebaki banizkio,
    nirea izango zen,
    ez zuen alde egingo.
    Bainan orrela,
    ez zen gehiago txoria izango,
    eta nik
    txoria nuen maite.

    Si le cortara las alas,
    sería mío,
    no podría irse.
    Pero de ese modo,
    ya no sería jamas un pájaro,
    y yo,
    amaba al pájaro.

    Te dejo con tu propia moraleja.Agur

  2. Te deseo lo mejor en tu nuevo proyecto. Eres una buena persona y te lo mereces.
    Tan solo recuerda el viejo dicho sueco: “si para conseguir agua debes pasar un río, quizás no busques agua.”

    Un abrazo,

    Javier Martínez

  3. Espero que el cambio no influya para que sigas con nosotros. Desde que comencé a leer tus entradas, las busco y leo con agrado.Yo no soy médico, soy docente de adultos extranjeros y sé cuánto bien se puede hacer dando amor y ternura. Cuando ellos te abrazan, te sientes compensado y sabes que estás haciendo la voluntad de Dios y colaborando en el Reino.
    Te deseo de corazón que en tu nuevo destino cures todas tus heridas y que puedas alcanzar la paz que la vida y sus circunstancias se encargan de quitarnos.
    Dios te bendiga. Rezo por ti

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