La lepra

“La lepra es una enfermedad crónica que puede afectar a cualquier órgano del cuerpo menos el sistema nervioso central, pero que sobre todo afecta a la piel, las mucosas del tracto respiratorio superior y al sistema nervioso periférico. Si no se trata es progresiva y puede producir un daño permanente a la piel y las mucosas, nervios, miembros y ojos”. Han pasado 22 años, pero recuerdo de memoria esta definición tal como nos la dio unos de los mejores leprólogos de nuestro país, el Dr. Benicio Sanz, en el curso de medicina tropical de Barcelona en 1987. Benicio había sido hermano de San Juan de Dios y había trabajado muchos años en Sierra Leona tratando a pacientes leprosos. Era un excelente profesor y un excelente clínico.

La lepra también se conoce como enfermedad de Hansen, en honor del médico que descubrió el microbio (Noruega, 1873). La produce el bacilo de Hansen o Mycobacterium leprae, de la misma familia que el bacilo de Koch (Mycobacterium tuberculosis). Ha sido durante siglos una enfermedad maldita, que estigmatizaba a quienes la padecían y los condenaba al aislamiento personal y social, confinados en leproserías o lazaretos. En España sobrevive el de Fontilles, aunque tal vez el más conocido es el de Molokai, en el archipiélago de las Hawai, donde el Padre Damián trabajó cuidando a los leprosos y contrajo la enfermedad. Allí murió sirviendo a quienes había elegido como amigos y compañeros de vida y de muerte.

 Curiosamente, hoy sabemos que es una enfermedad relativamente poco contagiosa: requiere un trato cercano y mantenido para que se produzca el contagio. Además el 95% de la población es inmune, no la contrae aunque tenga contacto con el germen. Asimismo, es fácilmente diagnosticable y tratable con medicamentos (que deben tomarse durante varios meses). Incluso los países que todavía tienen casos nuevos (Angola, Brasil, República Centroafricana, República del Congo, India, Madagascar, Mozambique, Nepal y Tanzania) intentan integrar el cuidado del leproso en los sistemas generales de salud. El tratamiento con varios fármacos o MDT lo proporciona gratuitamente la OMS desde 1995, y es curativo para todos los tipos de lepra si se hace correctamente. A los quince días de tratamiento el paciente ya no es infectante, a pesar de lo cual siguen existiendo colonias de leprosos en numerosos países (en India más de 1.000). Todavía hay países donde la palabra lepra es tabú, de modo que muchos pacientes no buscan asistencia médica para esconder su condición y evitar así la discriminación.

Sin embargo, la lepra no tuvo siempre un tratamiento eficaz: durante siglos fue incurable y una suerte de maldición para quien la contraía. Sabemos por descripciones funerarias (China, el antiguo Egipto, India) que la especie humana ha sufrido de lepra desde hace unos 4.000 años, aunque es difícil saber si se trataba de lepra, otras afecciones dermatológicas o sífilis, que puede producir algunas deformidades parecidas. 

Es interesante analizar la etimología de la palabra: procede del griego, significa “enfermedad que hace la piel escamosa”. En hebreo bíblico, el término Tzaraath posiblemente comprende muchas enfermedades además de la lepra: tiña, psoriasis, micosis cutáneas variadas … Aparece en los capítulos 13 y 14 del Levítico (así como en diversos capítulos del libro del Éxodo) como una enfermedad que desfigura a quien la padece. Es en la Vulgata, en el siglo V, donde se traduce el término hebreo como lepra, posiblemente de forma equivocada, puesto que en la Biblia se afirma que puede afectar a los animales, a los vestidos y a las paredes de las viviendas (por lo que hay que pensar que se referían a un tipo de moho). Es un término muy complejo, así como complejo también es el diagnóstico y manejo de la condición, que implica un alto grado de impureza y un sentido de castigo divino.

En el 2008 el número de casos en el mundo era de casi 213.000, aunque el año anterior se habían diagnosticado casi un cuarto de millón de nuevos casos (muy pocos en Europa), la mayoría tratados exitosamente. Afortunadamente ya no vemos las graves mutilaciones que tenían lugar antes, consecuencia de la falta de sensibilidad en manos y pies, por lo que ocurrían infecciones y quemaduras, así como las deformaciones faciales (la llamada facies leonina, con pérdida de cejas, pestañas y deformidad de la nariz, que hacía que el paciente se asemejase a un león). En la película Braveheart de Mel Gibson se ve perfectamente la progresión de la lepra –no sólo en el aspecto, también en el alma- en el padre de Bruce, el líder de los escoceses, que intenta inyectar el odio en el corazón de su hijo.

Porque esa es la razón de ser de esta entrada: hoy la lepra física ya no es mortal ni muy peligrosa, pero la lepra del alma es sumamente frecuente y en muchas ocasiones incurable. En nuestro primer mundo tal vez todos estamos infectados. La lepra del alma insensibiliza al sufrimiento del otro, del prójimo o del distante. Sólo muy de vez en cuando se recupera la conciencia, por ejemplo cuando hay una gran catástrofe, y además de modo temporal, luego se cae de nuevo en la anestesia. Sin embargo, de golpe puede volver la sensibilidad, cuando algo se nos tuerce en la vida, como un accidente que nos trae una lesión medular, o al perder el trabajo y el estatus, o al sobrevenir una enfermedad grave: ay, entonces nos damos cuenta de lo que hemos perdido y de lo que sufrían los demás, aunque no prestásemos atención ni atendiésemos a sus padecimientos y necesidades.

Rueguen por los enfermos (tanto físicos como “leprosos de alma”) y por quienes intentamos cuidarles.

3 Responses to “La lepra”

  1. Rogaremos a Dios por unos/as y otros/as. Rezaremos, pues, por todos nosotros.

  2. La lepra del alma, que insensibiliza de los otros hasta resultar miembros extraños y alejados que semejan no estar unidos a nuestro cuerpo.
    Somos miembros de un mismo Cuerpo, pero afectado de lepra, ¡Y”el médico” nos ha contado que hace tiempo que se cura! Es insensato pero más fácil seguir con una enfermedad indolora.

  3. Pregunto si se recupera la sensibilidad con la cura de la lepra.

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