Cólera

Sale de nuevo Haití en las noticias, como siempre por causas desgraciadas. En esta ocasión es por una epidemia de cólera, ese tipo de diarrea producida por la bacteria Vibrio cholerae.

No voy a escribirles un artículo científico sobre esa enfermedad, no es el lugar. Pero me llama poderosamente la atención que informen de que está ocurriendo en ese desdichado país caribeño, parece que nos caemos del árbol cada vez que ocurre algo ahí. Y ahora se movilizará la gente y hará donaciones. Me sorprende profundamente porque son muchos los países que sufren el cólera, bien de forma crónica (lo que llamamos endemia) o en brotes o epidemias, momento en que el número de casos se dispara. ¿Ahora nos damos cuente de que hay cólera? Pero si sabemos desde hace decenios que es una amenaza global, como otras enfermedades infecciosas es uno de los indicadores claves del desarrollo social de un país, son decenas los lugares del trópico donde las condiciones higiénicas son tan malas que sus poblaciones sufren cotidianamente de cólera. ¿Por qué ahora nos sorprendemos de que muera gente de esa patología en Haití?

De cólera saben mucho en Angola, Sudán, Etiopía, Somalia, Zimbabwe, lugares donde ocurrieron las últimas epidemias (de este último país pasó a Zambia y Sudáfrica más tarde). En todos estos casos la enfermedad estuvo infracomunicada, por lo cual se cree que hay más de 3 millones de casos al año y más de 100.000 personas mueren de cólera. Del mismo modo se sabe que la enfermedad posiblemente irá a más, dado el ascenso del nivel del mar y el calentamiento de los océanos, ya que los estuarios de los ríos son excelentes reservorios de la enfermedad, indicativa de la pobreza de un país.

Me sorprende, pues, que se convierta en una noticia. Que en el tercer mundo sufren de cólera no debiera ser ninguna noticia: para ellos es algo cotidiano. ¿No será el problema que somos nosotros quienes debemos convencernos de que el tercer mundo no es “otro mundo”, sino que es el nuestro, el que hemos hecho? No libraremos a Haití (ni a los otros países que menciono) con donaciones apresuradas. Yo no tengo las respuestas, pero ciertamente la comunidad internacional, comenzando por sus organismos de salud y llegando al último ayuntamiento y al último ciudadano de la más pequeña ciudad de lo que llamamos primer mundo, debiéramos preguntarnos qué debemos hacer y qué podemos hacer para que las condiciones sociales de la mayoría de países tropicales mejoren de forma sostenible, única manera de combatir de forma eficaz y duradera las enfermedades transmisibles hijas de las malas condiciones higiénicas.

Hay un par de vacunas orales contra esta enfermedad, aunque no totalmente eficaces y de distribución compleja (se requieren 2 o 3 dosis y mantener la cadena de frío, logísticamente no es sencillo), pero no parece haber ninguna vacuna ni tratamiento contra la indiferencia del rico ante el pobre. Máxime cuando muchas veces el tercer mundo no comienza lejos, sino que está bien cerca, en los inmigrantes que recorren nuestras calles o en los compatriotas en dificultades económicas, psicológicas o sociales. No suele ser bueno creer que todos los problemas están lejos o sólo afectan a los haitianos.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos. Y por nuestro mundo: ojalá nuestro corazón de piedra se vuelva un corazón de carne,

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