Sierra Leona

He escrito este artículo titulado “Sierra Leona: crónica breve de un viaje” para Infomédula, la revista de mi hospital. Se publicará Dios mediante en el número de Navidad. Lo reproduzco aquí y así lo comparto con todos ustedes, tal como hice con algunas vivencias durante los días allí.

“Durante dos semanas de septiembre visité Sierra Leona, un pequeño país de África del Oeste, típico ejemplo de lo que conocemos como “tercer mundo”. Ese país se hizo tristemente famoso por sus diamantes y su guerra civil. Las imágenes de hombres y mujeres mutilados recorrieron el mundo y horrorizaron a la sociedad internacional. La guerra terminó en el 2003 pero sus consecuencias pueden verse aun hoy en forma de un país sin transportes, comunicaciones ni tejido productivo alguno, dependiente casi en su totalidad de la ayuda exterior, así como en los numerosos amputados que se ven por calles y aldeas.

Fui a Sierra Leona como voluntario de una ONG que colabora con la Universidad de Njala –una de las dos que tiene el país- construyendo dos aulas y reforzando al profesorado. Me solicitaron que diese algunas clases al personal sanitario que se forma en la universidad sobre algunos temas que les interesaban, tales como la hipertensión (que está aumentando al hilo de la creciente urbanización y obesidad de algunos segmentos de la población), la oncocerquiasis (una enfermedad parasitaria endémica en la zona, en la que pude aportar algunos nuevos elementos en su diagnóstico) y técnicas prácticas como la reanimación cardiopulmonar. Participé en clases y talleres con profesores nativos en los campus de Bo town y Njala. Ambos sin duda conocieron tiempos mejores en la época reciente tras la independencia. Ahora permanece la belleza de la vegetación tropical y los espacios abiertos junto con los antiguos edificios, pero muchos de ellos se caen a pedazos, no hay agua corriente (para conseguirla había que acudir a una bomba de agua) y luz solamente unas horas al día, gracias a un generador.

Pude también visitar el hospital gubernamental de Bo, la segunda ciudad del país. La responsable del proyecto, Sion Mbonile, nutricionista, colaboraba en el pabellón de malnutridos del centro y me llevó allí a dar dos charlas. Así pude conocer el hospital, un centro distrital con un fuerte volumen de trabajo, y allí visitar pacientes junto al internista del mismo, el único médico junto al director, que es asimismo el ginecólogo. Hay pabellón pediátrico pero no pediatra: como en casi toda África la asistencia la lleva a cabo personal paramédico, los CHOs (community health officers), que se forman durante tres años. Esta es la única manera de dar unos ciertos cuidados sanitarios, dada la enorme escasez de personal cualificado. Pude ver enfermedades que hace tiempo que están casi erradicadas entre nosotros, como formas devastadoras de tuberculosis y valvulopatías cardiacas sumamente avanzadas: no habiendo posibilidad de operarlas evolucionan hasta acabar con la vida del paciente.

No todo fueron clases y enfermos: el trópico suele ser un lugar bellísimo aunque muy caluroso, y tuvimos oportunidad de visitar aldeas y hablar con la gente. La mayor parte de la población busca día a día su sustento recorriendo a pie grandes distancias para llevar a la ciudad algunos productos para vender: licor de palma, cassava (yuca), pepinos, plátanos, pimientos picantes. Algunas veces se desplazan sobre furgonetas desvencijadas y sobrecargadas por carreteras sin asfaltar, llenas de hoyos y charcos. La mayor parte de las veces, sin embargo, caminan durante horas bajo las lluvias torrenciales o el sol ardiente.

Puede decirse que Sierra Leona sobrevive gracias a las ayudas internacionales y a una microeconomía de subsistencia basada en la venta ambulante y en los mercados callejeros, así como una agricultura de supervivencia. Es un país de gran potencial pero lastrado por años de corrupción y apuntillado por una guerra cruel que devastó su población y sus recursos productivos.

Volví con un sabor agridulce, fruto de haber visitado un mundo en el que conviven la belleza y la fealdad que emana de la miseria, la esperanza y la dura realidad de la falta de recursos, la muerte y el anhelo de resurrección. En ese mundo una cosecha, una epidemia o un trabajo pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte para familias y aldeas enteras. Estoy convencido de que ese mundo no es “otro mundo”, sino que es el nuestro, el que hemos hecho, y todos tenemos una parte de responsabilidad en su situación y debemos preguntarnos qué podemos hacer por él. Yo he comenzado dando estas clases, tal vez pueda hacer algo más en el futuro”.

Recen por los enfermos de aquí y de allá. La mayor parte de nosotros es, por ahora, lo que podemos hacer.

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