Historia de la penicilina (II): Alexander Fleming

Alexander Fleming nació en Escocia en 1881. No se sabe demasiado sobre su infancia y juventud salvo que siempre fue meticuloso y observador. Estudió medicina en Londres, en el mismo hospital donde luego trabajaría, graduándose con distinciones en 1905. Tenía una vena militar: se enroló en el regimiento territorial escocés en Londres y sirvió como capitán en el frente francés durante la primera gran guerra, donde le impresionó la gran mortalidad de las heridas producidas por las balas y la metralla: su infección conducía a la gangrena si no se amputaba antes.

En 1918 volvió al St. Mary londinense (en Praed Street, donde hoy puede visitarse el museo de Fleming) y se dedicó a investigar sustancias antimicrobianas. En 1928 se convirtió en profesor de bacteriología. Nunca pensó que la penicilina podría tener el enorme potencial terapéutico que tuvo después. Fue un hombre valiente: se negó a abandonar Londres durante los bombardeos alemanes y fue el responsable de la higiene y salud pública del área de su hospital durante esos duros años.

Respecto a su vida privada, fue masón, maestro de la logia londinense. Era aficionado al arte, pertenecía a un club artístico en el barrio de Chelsea, donde pincelaba lienzos con bacterias pigmentadas. En 1915 se había casado con una irlandesa, Shara Marion McElroy, con quien tuvo un hijo. En 1948, mientras recorrían España, su esposa enfermó y murió meses después. En 1953 volvió a casarse con una discípula suya, la Dra. Amalia Voureka, griega.

A raíz de la aplicación en humanos de penicilina purificada por el equipo de Oxford recibió más honores científicos, civiles y militares que ningún otro ser humano haya posiblemente recibido nunca: sus títulos son inacabables, podemos destacar el Nobel de 1945 (compartido con Chain y Florey), la medalla del mérito norteamericana, la gran cruz de Alfonso X el Sabio en 1948, doctorados por múltiples universidades, miembro de honor de la mayoría de sociedades científicas del planeta, el título de Sir e incluso jefe honorario de una tribu de indios Kiowa.

En 1955 murió de un infarto agudo de miocardio, siendo enterrado como un héroe nacional en la catedral de San Pablo, donde yace hasta el día de hoy.

Es de una gran belleza su discurso de aceptación del Nobel, el once de diciembre de 1945. Como no podía ser de otro modo, lo titula “Penicilina”. Reconoce que su descubrimiento fue un hecho afortunado y que su mérito fue no obviar su observación e investigarla como bacteriólogo, abriendo el camino para que otros desarrollasen la sustancia.

Sin embargo, como él mismo dice “ … pero me gustaría dar una nota de advertencia … Puede llegar un día … Hay el peligro …Uso negligente …”. Fleming está advirtiendo de forma profética contra el mal uso del antibiótico e introduciendo el problema de las resistencias bacterianas.

Tras la II guerra mundial y aunque todavía cara y difícil de conseguir, el uso de la penicilina en infecciones comienza a extenderse. Como Fleming había predicho, en unos años podía obtenerse sin receta y en algunos países se vendía en los mercados. Y como consecuencia de su abuso y mal uso (en indicaciones inadecuadas o a dosis insuficientes) comenzaron a aparecer bacterias resistentes.

En 1947 surgió la primera cepa de S. aureus resistente. En los años 60, en Sudáfrica, aparecen los primeros neumococos (causantes de un tipo de neumonía bacteriana) y gonococos (causantes de la gonorrea) resistentes. Al fin y al cabo, los microorganismos son mucho más listos que nosotros porque llevan muchísimos más millones de años existiendo sobre la tierra.

Describir el actual problema de las resistencias bacterianas, junto con las conclusiones de toda esta (apasionante) historia, constituirá el tema de la siguiente entrada.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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