Confesiones de un médico

Mi quehacer cotidiano se desarrolla con pacientes gravemente enfermos, lesionados medulares o con enfermedades del sistema nervioso que condicionan un alto grado de incapacidad. En la mayor parte de los casos su condición se ha instaurado de forma brusca, fulminante (un accidente de tráfico o laboral, una caída de la bicicleta, un infarto).

Es por ello que es bueno aprender a vivir el presente, ese dicho tan manido y que no acabamos de creer, posiblemente tomado de Horacio: “vive el presente, porque el futuro es incierto”. Es bueno hacer planes e ilusionarse con ellos (un viaje, un encuentro, una reunión familiar, una carta), pero no construir nuestra vida en función de un mañana que tal vez no llegue nunca o que tal vez no sea como habíamos pensado.

 Puede ser una enfermedad como en el caso de mis pacientes, puede ser la pérdida del empleo, un conflicto, un desamor, cualquier otro avatar: nos encontramos debiendo habitar unas circunstancias vitales que no habíamos planeado, muchas veces desconocidas y adversas.

 Además por lo general es algo inesperado: hay quien teme padecer un tipo de cáncer, quizás porque en su familia hay casos previos. Si es así hay una cierta preparación o anticipación, pero es infrecuente: la vida siempre sorprende.

 Toca entonces afrontar una nueva realidad e intentar reconvertirla en algo de lo que podamos aprender. Darle una cierta vuelta: pensar que quizás no ocurrió por casualidad y de que el objetivo es crecer espiritualmente, al fin y al cabo nuestro auténtico horizonte en la vida. Lo llaman psicología positiva.

 Esto no es nada fácil: requiere mucha fe, a veces llanto, indignación, ira, confianza, amistades, apoyos, decisión, entereza.

 Sospecho que debajo del actual momento sociopolítico, tan conflictivo y crispado, subyace el temor –consciente o no, aceptado o no, formulado o no- de perder nuestro estatus, el bienestar del que hemos gozado en este país durante unas décadas (aun cuando la mayor parte de la humanidad no podía siquiera soñar con él).

Tal vez llegue el momento en que tengamos que aceptar que no podemos vivir como hemos vivido hasta ahora, millones de españoles (por ejemplo los que han perdido el empleo) han tenido que hacerlo así, puede que nos toque también como sociedad entera. Ciertamente la cobertura sanitaria de la que gozamos ahora es muy posiblemente insostenible. Y tal vez debamos acostumbrarnos a vivir con la calefacción más baja o sin ella, a estar en casa con jerseis de lana y a utilizar el transporte público, compartir los coches para desplazarnos e ir en bici o caminar.

 Personalmente, he rezado mucho cuando he tenido que afrontar en mi propia vida circunstancias duras: “cuando nos llegue la prueba (que llega siempre) no nos dejes sucumbir a ella”. Y sucumbir supone dejar de creer en un Dios Padre y unos hombres hermanos, y vivir de acuerdo a esa creencia.

 Por lo general concluyo mis entradas pidiéndoles que recen por lo enfermos y por quienes les cuidamos. Esto no es baladí: algunos de ustedes, tal vez los más mayores en edad, es lo que ahora pueden hacer: oración, mantener la alianza con Dios, pedirle por los hombres de este mundo que Dios nos dio en usufructo y no hemos cuidado bien. Hay quien lo formula como “enviar energías positivas”. Yo creo en la oración para sanar al hombre y a la Madre Tierra. Los hombres a los que admiro (Jesús, monseñor Romero, Gandhi, Luther King) han sido todos hombres de acción pero también grandes orantes. Por eso concluyo así mis entradas.

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