Creer en el ser humano
Leo el libro “El horizonte humano. La propuesta de Jesús” (Juan Mateos y Fernando Camacho, Ed. El almendro, 8 edición, julio 2003), que mucho me gusta y ayuda en mi vida cotidiana y ejercicio de la medicina. Encuentro una clave que me resulta de gran interés para entender mi ser cristiano e intentar el pro-seguimiento de Jesús.
Los autores nos dicen que tal vez el punto más difícil en el pro-seguimiento de la tarea de Jesús en el mundo es la fe en las posibilidades del hombre. Con toda sinceridad, creo que aciertan de pleno, quizás sea esta la fe más ardua para el cristiano (como ellos mismos formulan): “El contacto diario con la mediocridad, mezquindad y ambición propia y ajena; con el temor al riesgo y la búsqueda de la seguridad; (…) con el materialismo, la renuncia a la responsabilidad personal, la insolidaridad …”. Añadan ustedes todo lo que quieran, seguro que se les ocurren otro buen número de razones (maldad, mala voluntad e intención desviada, búsqueda del poder y el prestigio, envidia, ambición personal, prejuicios nacionalistas) y quizás sean capaces de pensar en un buen número de personas que encajan con estas dis-cualidades en el medio en que vivan.
A más vivimos tal vez menos esperanzas y expectativas tenemos en las personas concretas, en compañeros de trabajo, en directores de nuestras instituciones y vida política. Se hace más fácil tener fe en Dios, a quien, al fin y al cabo, no hay que aguantar y padecer un día sí y otro también, que en las gentes que nos rodean.
Después de Auschwitz los teólogos europeos se preguntaron si se podía creer y se podía rezar: de acuerdo a mi imagen de Dios ciertamente en Dios se podía y se debía seguir creyendo (nuevamente crucificado, esta vez en las cámaras de gas en vez de la cruz romana). Pero ¿qué se podía esperar del hombre?
Cuando desfallece mi fe en las personas pienso en seres humanos que no fueron perfectos pero sí santos, con algunos de los cuales yo he convivido. Pienso que lo más importante es la misericordia, tal como Dios la tiene conmigo. Pienso en que, aun anónimos, hay millones de buenas personas, que hacen lo mejor que pueden por los demás y por sí mismos. Y finalmente pienso que si Dios cree y espera todavía en los seres humanos, ojalá sepa yo hacerlo también. Que, cuando llegue la “prueba”, no sucumba a ella (no creo haberlo hecho hasta ahora): no deje de pensar y vivir apostando por un Dios padre y unos hombres hermanos, tal como hizo Jesús en su vida y en su muerte.
Cambiando de tema, debo decirles con alegría que las señoras de la limpieza de mi hospital, aunque tardíamente, han recibido su salario. Es evidente, sin embargo, que se ha consolidado en nuestra sociedad una dolorosa dualidad: quienes no tienen trabajo o viven con el temor permanente a perderlo y quienes disfrutamos de un empleo estable (o al menos lo ha sido hasta ahora). Nunca en nuestra historia reciente esta situación había sido tan aguda y lacerante como ahora.
Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.
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