El hombre que caminaba con las manos
Esto no es el título de una película. Aquel hombre, de edad indefinida (¿cuarenta, cincuenta, sesenta?) se arrastraba por el suelo de un lugar a otro apoyándose en el canto de la mano. No era raro que la superficie donde cargaba el peso se hubiese ulcerado de aquel modo.
¿Cuánto tiempo llevaba trasladándose así? ¿No tenía otra posibilidad? ¿Nadie podía empujarle en una silla de ruedas? Se me hizo obvio que no podía manejar la rudimentaria silla que había libre, carecía casi por completo de dedos y por ello no podía impulsarla haciendo girar las ruedas, pero costaba aceptar que llevase años poco menos que reptando y le quedasen tal vez algunos por delante de hacer lo mismo. Sus manos carecían casi por completo de dedos y había perdido ya la pierna derecha. Así que utilizar muletas tampoco parecía una opción viable.
Todavía debía quedarle sensibilidad, porque la palpación de aquella zona ulcerada provocaba un cierto dolor. La lepra elimina la sensación de las partes distales de las extremidades, dedos de manos y pies, por eso los enfermos pierden poco a poco esos miembros: no sienten las heridas o quemaduras y éstas se sobreinfectan, muchas veces la amputación es la única manera de detener la infección.
¿Qué podía hacer yo por él? Al fin y al cabo la hermana me había pedido que lo visitase, algo pensó que yo podía aportarle. No soy cirujano pero tengo cierta 
experiencia, así que pensé en realizar un bloqueo nervioso con anestésico e intentar desbridar la zona: esto supone eliminar con un bisturí y tijeras las zonas muertas con la esperanza de que los tejidos se regeneren de nuevo sanos. Pero ¿era aconsejable hacerlo cuando yo no iba a poder seguir personalmente el posoperatorio? ¿Había alguna garantía de éxito si no podía asegurar la limpieza de la zona? Y sobre todo, ¿qué ocurriría si volvía a apoyar la mano en el suelo? Tal vez el remedio fuese peor que la enfermedad, de modo que le expliqué lo mejor que pude –lo que tradujo o no la hermana no lo sé- que había que buscar un modo alternativo de traslado so pena de acabar en una amputación.
¿Qué habrá sido de aquel hombre? Allá quedaron él y otros leprosos, viviendo una vida plagada de dificultades que a muchos de nosotros nos parecería poco menos que insufrible, pero que era la suya y la de otros muchos, en la leprosería de la gran misión de St. Francis.
Les he narrado lo que vi a unos 60 kilómetros de la ciudad de Solwezi, en el noroeste de Zambia.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.
Sigo con atención estas experiencias.
Impotencia se ha de sentir cuando nada puedes hacer.
Un saludo.
A menudo he sentido esa sensación ¿qué hacer ? ¿intervenir o solo paliar ?, muchas veces me lo he preguntado y al final siempre opto por preguntar ¿qué quiere usted de mi?, me he encontrado con algunas sorpresas.
Una amiga egipcia Hend Ab del Ald, que trabaja para la ONU, decía que desde su filosofía- sufi- , los cuidados deben semejarse al agua que adopta la forma de quien la necesita.
Un abrazo hermano, gracias por el mail.
Ya no sé, si estamos más abandonados nosotros o ellos.