Confesiones de un médico

Eran las 5.30 de la mañana en el centro de salud rural de Ipafu, Zambia. Ese día me levanté pronto, así que recién me había duchado cuando llamaron a la puerta. Me sorprendió una llamada tan temprana. Era Solomon, uno de los enfermeros, me reclamaba para ir a ver una urgencia. Así que cogí mi maletín y me dirigí al hospital, apenas a 300 mts, un par de minutos a pie. Hacía fresco y estaba amaneciendo. Me llamó la atención ver el carrillo de los trabajadores del huerto tan temprano, pensé que aprovechaban el frescor del alba.

 La urgencia consistía en un hombre de unos treinta años que había recibido una patada en el abdomen durante una riña. Estaba quieto para evitar el dolor, respiraba superficialmente y sudaba. Su piel estaba fría. El diagnóstico desdichadamente era fácil: abdomen agudo, posiblemente había sangre irritando el peritoneo y de ahí el dolor y la tensión de los músculos del abdomen. No había nada que yo pudiese hacer, requería una intervención quirúrgica urgente, para lo que debía ser derivado al hospital de Chingola, distante unos treinta kilómetros, gran parte de ellos por carreteras de tierra llenas de hoyos. Así se lo expliqué al enfermero. Indiqué que canalizase una vía venosa y comenzase a administrar sueros. Pero la única solución era llevarlo a operar.

 Cuando marché del hospital ya había amanecido y el carrito seguía allí. Pero no era de los trabajadores del huerto: sobre él había unas mantas sucias y aquella era la “ambulancia” en que sus familiares habían traído a aquel infortunado. Por cierto nunca llegó a derivarse a Chingola. No había combustible para la ambulancia “de verdad” y, tras administrarle un analgésico, lo enviaron a su casa. Y no supe lo que fue de él.

 Es esta una época triste y dura para la sociedad española: hay recortes en todos los ámbitos, la sanidad no es excepción. Toca ahora pagar los desaguisados que otros han hecho, por ejemplo en esta comunidad autónoma un buen número de hospitales innecesarios y sobredimensionados. La gente desempleada tiene que volver con sus padres porque ya no tiene dinero, eso si hay suerte y los padres todavía tienen trabajo.

 Pero no puedo dejar de pensar en el carrito donde llevaron al centro de salud a aquel hombre y creo que tal vez debiésemos compartir más y quejarnos menos, apoyarnos unos a otros y pensar en quienes nada poseen, ciertamente mucho menos que cualquiera de nosotros por mal que nos vaya, allí abajo, más al sur, en el así llamado tercer mundo.

 Compartí con ustedes una anécdota reciente acaecida en Ipafu, en la Zambia rural. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

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