Confesiones de un médico

Ahora que han concluido los juegos olímpicos me decido a compartir con ustedes mis recuerdos de otras olimpiadas, las de Barcelona-92. En aquellos años era residente en el Hospital del Mar (se llamaba Nuestra Señora del Mar pero le cambiaron el nombre por aquellas fechas). Llegué en 1989 y marché a primeros del 94, así que viví de lleno aquellos años, que fueron en lo social y lo personal sumamente duros: por otros motivos pero no muy diferentes a los actuales.

 Se trataba de un hospital que atendía gente muy pobre, no en vano por zona le correspondían el Raval (barrio viejo de la ciudad), la Barceloneta y el Borne (que en nada se parecía al actual). Eran los barrios donde vivían las prostitutas de las Ramblas y una gran parte de los toxicómanos de la ciudad, cuando apenas comenzaba a llegar la inmigración (los primeros pakistaníes fueron pacientes míos, con formas de tuberculosis casi desconocidas para nosotros). Allí viví la explosión del SIDA, en unos momentos en que apenas teníamos medicamentos para detener su progresión. Aquellos muchachos morían como moscas en nuestros pabellones, con sus defensas diezmadas eran presa fácil para gérmenes que sólo conocíamos por los libros de texto. No fueron tiempos fáciles, si bien aprendí mucha medicina y no poca humanidad, aunque fuese “por el camino duro”, como dicen los ingleses.

Tengo un recuerdo muy penoso de las obras, tanto en el hospital como en sus aledaños, teniendo en cuenta que era la zona elegida para edificar la villa olímpica, sobre los campos, los escombros y las ruinas de las antiguas fábricas. Cuando ahora paseo por allí simplemente no reconozco la zona, con el puerto y los dos grandes edificios que entonces no eran sino un proyecto. En aquellos trabajos murieron no pocos obreros: entonces no se daba tanta publicidad como ahora a los hechos trágicos, pero recuerdo recibirlos en el servicio de urgencias.

 Sería interesante saber cuánto dinero invirtió nuestro país en unas olimpiadas que colocaron a Barcelona en el escaparate del mundo occidental y la abrieron al mar de forma definitiva. Se trabajó duro, pero gracias al dinero de todos; no sería baladí examinar eso ahora que se reivindican tantos (según dicen) agravios económicos. La ciudad avanzó en menos de seis años lo que tal vez nunca hubiese hecho o le hubiese costado décadas.

 Finalmente llegaron los juegos, que indudablemente resultaron un éxito desde el punto de vista deportivo y organizativo. El hospital olímpico se hallaba férreamente dividido en los pabellones para la familia olímpica (excelentes) y los de la población habitual. Ignoro si en Londres se han establecido también esas diferencias en el trato y en los servicios, ciertamente existieron en Barcelona. Una vez clausurados los juegos se terminó la época de bonanza y los años 93 y 94 trajeron un drástico aumento del desempleo: entre los nuevos parados me encontraba yo, dado que al acabar la especialidad no encontré trabajo hasta varios meses después.

 Esos son mis recuerdos de las olimpiadas del 92, que viví en vivo y en directo en Barcelona, como miembro del staff de residentes del hospital olímpico. Como ven luces y sombras, al fin y al cabo los mimbres de la vida humana. Pertenecen a mis recuerdos y he querido compartirlos con ustedes, tal vez para reflejar una faceta diferente a la exitosa y glamorosa que en este aniversario tanto ha aparecido en la prensa.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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